martes, 18 de septiembre de 2012

Crónica de un escape maestro, Parte III: La vida sin fumar tabaco


En la primera parte de este cuasi tratado, dije que fumar era la única cosa de la que me arrepiento en la vida. Es verdad. Pero también hay una cosa que me alegra de haber sido fumadora: saborear la dicha de haberlo dejado. Porque por muchísimos años me sentí atrapada, estúpida, maniatada, desesperada, cautiva, enclenque, débil, aterrada, incapaz. Y eso se ha terminado. ¡¡Se ha terminado!! Ningún ñoño no-fumador sabrá nunca lo que es eso… la alegría que puede dar vencer algo de esas proporciones, la posibilidad de experimentar un cambio de vida tan grande. Y sé que suena medio discriminatorio con los no-fumadores, y sé que muchos están pensando que en ese agujero terrorífico me metí yo sola, al fin y al cabo. Y todo eso es de algún modo cierto. Pero eso no le quita lo chingón a haberlo logrado.

Viéndolo en retrospectiva, sí me costó trabajo. Mucho. Los primeros días no podía dejar de pensar en los cigarros, y aparte de la obsesión, vivía en una permanente negociación mental. Sabía que no debía coquetear con la idea de fumar, que en el momento en que cediera terreno a la posibilidad, podía valer madres. Lo que me ayudaba mucho entonces era recordar que NO debía ni siquiera negociar, que simplemente debía pensar en otra cosa. Claramente funcionó. El primer día –quizá la primera semana- hubo varios momentos en que buscaba la cajetilla en automático, y cuando me acordaba que ya no habría cigarros, sí sentía bastante feo. Las primeras veces que tuve que sentarme a escribir en la computadora lo hice para lo mínimo indispensable, afortunadamente estaba arrancando apenas un proyecto nuevo y no tuve que ponerme a redactar cosas demasiado largas como hasta una semana después. Pero no lloraba, no sufría. Comía, eso sí. Y hacía ejercicio y todos los trucos mentales que antes describí. Y así, se pasaron como un milagro los primeros dos días, y tres, y cuatro. Y yo no lo podía creer. De noche, cada aterrizaje en la cama sin haber encendido un cigarrillo era como un bálsamo. Me iba sintiendo cada vez más empoderada. Y encima, olía bien. Y la comida me sabía a  comida. Y los besos tenían sabor a carne y a saliva y a amor y no a cenicero. Y esas cosas hacen una diferencia notoria en la vida cotidiana y empiezan a ocurrir muy pronto. Las gratificaciones por no fumar no tardan casi nada en llegar, y sin que uno se dé cuenta, van aplanando el terreno para lograr un día más, y otro. Poco a poco, día a día, los pequeños placeres van compensando más y más los momentos pinches, esas punzadas que crees que serán eternas, y que nunca lo son. Nunca duran tanto como uno piensa.

La angustia por no fumar es algo que se sortea y se supera como se supera un embotellamiento, una cola en el banco o un madrazo en el dedo chiquito del pie contra la orilla de la cama. Como un nudo en el pelo. Odias estar ahí, aborreces ese rato, pero lo atraviesas. Y se pasa. Siempre se pasa. 

¿Cómo sabes cuándo estás listo para dejar de fumar? La verdad no lo sé. Mi experiencia fue de prueba y error y duró muchos años, hay gente que lo hace a la primera, hay otros que lo dejan y vuelven sin tantos problemas. Cada adicto es diferente. De lo que sí estoy absolutamente segura, es que el peor momento en el proceso de dejar de fumar, es cuando sufres por querer dejarlo y no lo haces. ¿Y cuál es el mejor antídoto para mitigar esa angustia? Un cigarro. Y así se te las vas llevando, en un espantoso círculo vicioso donde puedes pasarte toda una vida. Atrapado, sofocado. Haciéndote la trampa mental de que dejar de fumar debe ser tan horroroso que mejor pasas de ello y fumas y te mueres y ya. Pero no es cierto. En realidad, si lo intentas, lo peor que te puede pasar es no lograrlo, y si eso ocurre, sólo vas a estar en el mismo lugar de miseria que estás ahora. En cambio si lo logras, pues… lo logras. Dejas de fumar. Con lo cual, en realidad no quieres intentarlo porque temes que FUNCIONE: otro truco de la pobre cabeza enganchada con su droga. El miedo de “fracasar” es en realidad miedo de lograrlo.

La buena noticia es eso: que es una pinche droga. Una sustancia que tu cuerpo desecha y eventualmente deja de necesitar. Y que gran parte de la lucha está en tu cabeza. Y que la cabeza tiene que pensar en muchas cosas a lo largo de un día que no son los cigarros, lo cual se traduce en libertad para ti. Feliz y bendita libertad. 

Uno de los momentos en que te das cuenta de lo cabronamente metido que está el tabaquismo en tu sistema mental, es en los sueños. A mí no me suelta. Al principio soñaba diario con fumar. Cada vez es menos, pero sigue pasándome seguido. Casi siempre es en un tenor de culpa: de repente estoy fumando en el sueño y todavía soñando pienso carajo, ¡pero si ya lo había dejado! Y sin embargo, pese a sentirme culpable, al soñarlo estoy cumpliendo el deseo de fumar. Y la sensación es bastante vívida, de hecho. Con lo cual, si eres un adicto terrible también puedes pensarlo de esa forma: si dejas de fumar, nunca vas a dejarlo del todo porque en tus sueños seguirás haciéndolo. Y como dijo Calderón de la Barca, la vida es sueño (y los sueños, sueños son).

Yo no concebía tomarme un café sin prender un cigarro. Me lo estoy tomando. Yo no soportaba la idea de abrir mi cuaderno para escribir o posar las manos sobre el teclado de mi computadora sin prender un cigarro. En este año, tuve que leer y sobre escribir el equivalente a unas 4 ó 5 mil páginas de guiones. Y los momentos en que menos sufrí por no estar fumando fueron esos. Porque estaba concentrada en otra cosa.

Dejar de fumar se trata única y exclusivamente de eso: de concentrarse en otra cosa, de distraerse, de pensar en otra cosa que no sea fumar. Y la vida, afortunadamente, está llena de trillones de estímulos y distracciones posibles.

La pregunta del millón. ¿Se me sigue antojando? Sí. Por supuesto. Las primeras veces es especialmente gacho, porque tú ya te sientes Juan Camaney porque llevas tres días sin fumar y crees que ya la libraste y que el cigarro te la pela. Y de repente pasas justo frente al cafecito primoroso en la calle soleada, y ves a este viejito lindísimo prendiéndose su cigarro con su cortadito, y dices mierda, quiero uno… ¿para qué lo dejé? Y crees que ya todo valió gorro. Pero de nuevo, es un momento. Y se pasa. Esa vez y la siguiente, y la siguiente, y la siguiente. Y de repente te vas volviendo un maestro en el arte de entender lo fugaz que es esa sensación de necesidad.  

Los cigarros no te la pelan ni te la pelarán nunca, pero al mismo tiempo sí.

Y lo bueno es que así como hay momentos en que te fumarías uno encantado de la vida, hay muchos otros en que lo ves o lo hueles y dices simplemente “guácala, qué asco”. Y sí los hay, lo prometo.  

¿Y el resto de los momentos? ¿El resto del tiempo? Pues la vida. Así de fácil y así de complicado.  

¿Cómo diría que es la vida sin fumar?

En realidad, es igual de perra. Quizás un poco más perra, porque no tienes el elemento distractor y evasor por excelencia. Y es como todo. Cualquier cosa que mucho se desea, se olvida en cuanto la consigues. Como cuando te mueres de ganas de ir al baño. Después de que vas, ¿sigues pensando en cuántas ganas tenías? No. Es como cuando sacias el hambre. Nadie sigue pensando en el hambre una vez que la saciaste. Ciertamente, no me paso el día entero pensando que ya no vivo pensando en que me va a dar cáncer o una embolia. Pero cuando me acuerdo de la espiral de culpa y desesperación en la que vivía, y me doy cuenta que ya no estoy más en ese lugar, siento una alegría callada en el fondo de mi ser. Lo mismo cuando cobro conciencia de que puedo salir a la calle sin cargar nada más que las llaves, sin preocuparme de cuántos cigarros me quedan, si voy a poder comprar, de que no tengo fuego, de que no hay cenicero, de tener que salirme de las conversaciones, de la pena que da apestar, y de toda la energía mental estúpida que uno gasta en ese tema. Y entonces me dan ganas de cantar albricias, aleluyas, y todos los cantos victoriosos del planeta.

El cambio más notorio es en el cuerpo, precisamente donde se introducía y habitaba el veneno. Se siente mucho en la piel… rápidamente pierde este matiz acartonado y seco y se ve hidratada otra vez. (Muy rápido). Los dientes son algo brutal. Lilyan, mi dentista, casi brinca jubilosa cada que me pasa el espejito por las fauces sin encías inflamadas, sin manchas, con muchas menos caries. Tanto, que hasta me pichó mi blanqueamiento profesional de premio. El pelo brilla más, y como que hace más caso. ¡Ah! ¡La gastritis desapareció! Antes no podía vivir sin un omeprazol en ayunas, cada mañana. Esas eras de oscuridad han terminado. Las pocas veces que siento ansiedad y alguna opresión en el pecho se me pasan rápido, porque sé que son sólo eso: ya no pienso que se me está tapando una arteria o que me va a dar un infarto. Y ya no hay tos. Esa pinche tos de fumador, constante, molesta y tonta, ni tampoco las toces horrendas que te despiertan a media noche, de pura irritación, y que te obligan a tener el Broncolín en la mesa de noche. ¡Nada de tos! Y esas son las cosas que se ven y se sienten. Por dentro, quiero pensar que mi cuerpo está de fiesta, rejuveneciendo. Me gusta mucho pensar que voy a vivir más tiempo.

Pero lo más bonito de todo, es que hay espacio mental y vital para otras cosas. Yo nunca me había terminado de animar a tener una mascota, por ejemplo, y este año finalmente lo hice. No lo había asociado al ya no fumar, pero ahora pienso que seguro tuvo mucho que ver. Lo cierto es que tengo las manos más libres, igual que la cabeza y el resto del cuerpo, y todo eso se necesita para cuidar y querer a un bicho.

Dejar de fumar abre ESPACIOS en la vida. Es impresionante.

El otro día, hablando de todo esto con Feru, me decía que lo que le choca de fumar es el miedo de morirse por algo que haga ella. Que ella misma procure y ocasione. Le respondí que de todas formas siempre es así, porque uno es quien habita su cuerpo, y tarde o temprano nos moriremos simplemente por vivir. Lo mismo el que se mete coca por el lagrimal que el que hace yoga y come tofu o el que tiene diabetes y come gansitos.

Hay que dejar de fumar tabaco cuanto antes no para no morirse, sino para vivir más rico y más chido y más todo. MUCHO MÁS.

Así que si ya dejaste de fumar cigarros y no quieres matarte tú solito por una babosada, nada más voltea para los dos lados antes de cruzar la calle, y come despacio… no te vayas a atragantar. :)



martes, 4 de septiembre de 2012

Crónica de un escape maestro, Parte II: Cómo le hice para ignorar el tabaco... al fin.



El cigarro mata y no pone. Eso todo el mundo lo sabe.

Lo que poca gente sabe es que en México la heroína mata aproximadamente a 300 personas al año, mientras que el tabaco mata más o menos 2000 personas a la semana.

Hace unos días se llevó a un hombre muy querido y muy brillante, prematuramente. Sus últimos años los vivió dependiendo de oxígeno suplementario y consumiéndose, literalmente: cuando los pulmones dejan de coptar oxígeno suficiente, empieza a consumirse la masa muscular. Te vas debilitando hasta llegar al grado de que abrocharte un zapato, te cuesta. Respirar te cuesta. Y no debe haber nada peor que respirar con dificultad.

De un tiempo a la fecha las advertencias en las cajetillas vienen ilustradas con unas fotos horrorosas. Por alarmistas y también por mal hechas, algunas hasta parece que son así a propósito, como para dar risa. En fin. Bien o mal, informan que los cigarrillos contienen sustancias que van desde amoníaco hasta veneno para ratas, y sus efectos sobre el organismo. (Lo que no explican es que no es que el tabaco las contenga, sino que se las añaden para multiplicar la producción y hacerlos más adictivos). La selecta mezcla afecta el cuerpo entero. Además del sistema respiratorio, jode la piel, los huesos, la sangre, los dientes. Marchita. Destroza. Es como si cada mañana nos bebiéramos un vaso de cianuro diluido para desayunar.

¿Para qué digo todo esto? ¿Para aseverar que sabiendo todas estas cosas, es una locura fumar? ¿Para confirmar que es una pendejada y una insensatez? Pues no, no estoy sugiriendo nada de eso. Porque mi suegro no era ningún insensato y de tonto no tenía un pelo. Si de información se tratara, no habría un solo fumador en el planeta. O bueno, a lo mejor unos cinco o diez… junto con otros cinco a los que les gusta comer alfombras. Pero existe un mecanismo que se llama negación, que echamos a andar todos los días de nuestra vida de manera automática, gracias al cual podemos soportar vivir escuchando estadísticas de muertos y guerras y pasar junto a niños febriles en los camellones sin ponernos a llorar, y salir a la calle a trabajar en lugar de encerrarnos en nuestras casas, que es lo que haríamos si fuéramos realmente conscientes de que en cualquier momento podríamos morirnos. Y este mecanismo de negación a la industria tabacalera le fascina, porque combina a las mil maravillas con la dependencia física.

Lo que es una locura, una insensatez y una reverenda mamada, es que haya gente vendiendo ese veneno, y haciéndolo de forma legal.



En este momento debe haber quienes estén pensando que me es fácil decir todo esto cuando llevo un año sin meterme esa cosa. Pero no es precisamente fácil y además siempre lo he dicho. Aún cuando me enojé mucho e incluso utilicé este espacio para desahogarme contra la ley anti tabaco hace unos años. Porque si bien es cierto que en su día me chocó que me quitaran mi mesa fumadora bajo techo para escribir, lo que realmente me repateó de la mentada ley fue advertir, olfatear en ella el abominable puritanismo gringo, perfeccionista, hipócrita y represor. El mismo que tiene sus restaurantes y sus calles “limpios” de fumadores apestosos, pero que sigue vendiéndole cigarros a los adolescentes, buscando nuevos adictos para mantener su puñetera industria millonaria y asesina. Lo mismo que hacen estos gringos, por cierto, con las drogas ilegales.

Por todo esto (y mucho más), jamás me atrevería a discriminar a un fumador ni a imponerle ninguna verdad con ningún tipo de bizarra superioridad moral. Así como no me gustó que lo hicieran conmigo.

Pero ya estoy divagando.

Lo que quiero decir es que una de las cosas que seguramente me sirvieron para dejar de fumar -no sé si para dejarlo la vez definitiva hace un año- pero sí para escapar del autoengaño y la negación totales (por más que detestara fumar sintiéndome culpable), pero que ayudó a nunca dejarme ir del todo y saber que costara lo que me costara tenía que dejarlo un día, fue asumir que lo mío era una adicción. Grave. Igualito que un alcohólico, el fumador tiene que entender que lo suyo no es un mal hábito ni un "vicio". “Vicio” es un eufemismo, una palabra muy vaga y muy fresa para definir lo que implica ser un fumador. Un verdadero fumador es un adicto como un heroinómano lo es a su dosis, como un obeso lo es a la comida, como un masoquista lo es al dolor. Uno de las buenos insights que tenía el libro de Alan Carr era cuando descartaba la noción de que uno fuma “porque le gusta”. Decía algo así como: “No es cierto que la gente fuma porque le gusta. A mí me encantan los camarones, y no por eso cargo con veinte camarones en la bolsa”. La imagen no podría ser más clara. La adicción al tabaco es, además, la más canija que existe, porque además de generar una espantosa dependencia física, es socialmente aceptada (bueno, más o menos), y se puede consumir todo el tiempo, en todas partes (está bien, en algunos lugares públicos y cerrados, no). El tabaquismo es una adicción y el tabaco es una droga mortal. Si no llamamos a las cosas por su nombre, nunca sabremos bien qué hacer con ellas.

Si el tabaco fuera ilegal, es posible que poca gente se enganchara. Porque lo cierto es que engancharse lleva su tiempo. Si el tabaco perdiera su cariz social, sería mucho menos popular. Visto en frío, la verdad es que sabe a rayos, no es nada sexy, y lo dicho: no pone; es decir, ni siquiera causa algún efecto diferente en la percepción, como las drogas divertidas. Pero los fabricantes y distribuidores de este veneno saben su negocio… Primero se dedicaron a pregonar que fumar era lo más elegante, lo más cool y lo más placentero que se podía hacer. Ahorita eso ya no se la cree nadie (lucir una cajetilla con la rata o el dedo gangrenado mata cualquier actitud medianamente sobrada). Lo que sí se siguen empeñando en decirnos los fabricantes y distribuidores es que es el tabaco es lo más difícil e imposible de dejar. Que lo necesitas. Como el aire que respiras y a cualquier precio. Otra razón más para sentirse dichoso de decir ¡tenga, pues SÍ lo dejo! y ya no seguir regalándoles el dinero a esos malditos cabrones. Porque aparte, esa muerte en vida cuesta mucho maldito dinero.

Antes de seguir, quiero aclarar que para nada me siento invencible frente al cigarro. Tampoco es que le tenga “respeto”... respeto le tengo al océano, al cosmos, a un felino grande, no a un pinche papel enrollado. Pero si estoy afirmando que es una adicción, tengo que asumirlo como tal, y saber que no puedo volver a probarlo. Ni una gota, como el alcohólico. Esto es, mientras decida que no quiero ser fumadora. Si un día quiero volver a serlo, lo seré con todas sus consecuencias y con todos sus costos. Ahorita no quiero.

El último día que “quise” fue un 24 de agosto del 2011. Lo último que hice fumando fue ir a la cineteca con Javier Peñalosa a ver la película de Rodrigo Ordóñez, y después a un bar en Coyoacán. Se me terminaron los cigarros y Peñalosa me regaló lo que quedaba de los suyos. Eran unos Delicados dorados. Me fumé el último en casa, con Andrés. La bonita foto del cenicero lleno que ilustra esta entrada, fue tomada esa noche. Los dos lo dejamos al mismo tiempo. Y aunque sé que esto seguramente ayudó mucho, muchísimo, y ha sido un logro compartido, al final sortear una adicción es una afrenta individual. El que se mete los cigarros a la boca y se los prende es uno. No tuve empacho en declarar fracasos con el tabaco ante parejas anteriores, y me temo que en este caso hubiera sido igual. Nunca me sentí obligada a seguir sólo porque él lo hacía, pero sí fue como un acompañamiento, y uno muy agradecible.

Durante los cuatro años que pasaron entre mi último intento y éste, la idea de dejar de fumar me aterraba. Pero esa noche estaba más bien expectante. Y es que tenía un par de ideas nuevas para afrontarlo… y algunas hicieron la diferencia significativa. A continuación las voy a explicar. Unas son más ortodoxas que otras. No todas son recomendables para menores de edad y otras pueden ser nocivas para la salud. Pero yo me siento con la obligación de compartirlas. Cada fumador es distinto, pero tal vez alguna le haga click a alguien y le sirva. ¡Ojalá!

Sin más preámbulos, ahí van.

1. No pienses.

Tal vez este sea el punto más importante de todos los que voy a enlistar. Todas las veces anteriores que yo había intentado dejar el cigarrillo, le había rendido un culto mental apabullante. Cientos de páginas y horas de verborrea con otros fumadores, con ex fumadores, con no fumadores, en el diván, docenas de argumentos y contra argumentos. Todas las razones por las que es malo hacerlo, interminables listas de beneficios… una ruleta obsesiva sin fin, que lo único que hace al final es mantenerte enganchado. Porque el lugar donde más adicto eres, es en la cabeza. Y pensar en el cigarro, de cualquier forma, ya sea para pensar que es una mierda o para pensar que es tu mejor amigo o para pensar cuándo será bueno dejarlo o para entender por qué fumas, es seguir rumiándolo y rindiéndole culto. Y ese, gracias a todos los cielos me di cuenta, es el principal y más efectivo motor de la adicción.

Tú lo has vivido. Cuando has querido dejarlo, tu cabeza entra en un diálogo imparable, como ratoncito enjaulado: “Hoy NO voy a fumar. No, no y no. Me hace daño, es una mierda. Pero… ¿y si todavía no estoy preparada? Cuentan que el tatarabuelo Rubicundo  fumó hasta los 95 años y se murió de un resbalón en la tina… tal vez yo podría correr con igual suerte… ¡Pero no, basta!, yo me siento mal desde ahora. Desde a-ho-ri-ta. Soy una anciana, corro una cuadra y me ahogo. Soy una esclava con la piel acartonada y los dedos amarillos y el cigarro es una porquería… ¡pero es tan rico! A lo mejor si fumo tabaco liado no me hace tanto daño, y además así ahorro… a lo mejor si fumo unos cigarros asquerosos, negros y sin filtro, le puedo bajar. ¡No! ¡Aléjate idea horrible! Debo aguantar. Yo soy fuerte, yo he logrado muchas cosas en la vida. Además si lo dejo voy a oler rico y ya no me voy a tener que salir de los restaurantes… por cierto, ¿qué voy a hacer después de la próxima comida? Ay, no, se me va a antojar horrible… ¡se me está antojando YA!”
¿Te suena familiar? Sí. ¿Y sabes lo que sigue después de eso? También: prenderte un cigarro. Es un círculo vicioso en el que caes de un modo perfectamente calculado. La cabeza se va a agarrar de cualquier triquiñuela que esté a su alcance para que le des su pinche droga. Y pobre, no lo hace con mala intención… a eso se ha acostumbrado. Cree que la necesita.

Muchas veces fantaseé con que para el tabaquismo hubiera clínicas de desintoxicación como las que hay para el alcoholismo y la toxicomanía. Soñaba con internarme una semana o varios meses en algún lugar sin cigarrillos a la vista hasta “curarme”. Recién comprendí por qué un sistema así no sirve para el tabaquismo. A los alcohólicos y a los adictos de otros tipos les hace mucho bien hablar, repetir sus experiencias, cómo se sienten, cómo transcurren sus 24 horas sobrios. Con la adicción a la nicotina es todo lo contrario. Entre más hables y más pienses, es peor. Lo tengo comprobadísimo.

Si quieres dejar el cigarro, hazlo. Sin pensarlo demasiado. Si ya estás dejando de fumar, haz todo lo posible por no pensar en ello. Distraete con cualquier cosa, como si distrajeras a un niño que está haciendo berrinche. Porque en el momento en que la cabeza te pesca y te mete en esta danza de argumentos, razones, coqueteos y contradicciones, es muy posible que te gane. Tú crees que la estás “convenciendo” para no fumar. En realidad todo es parte del mismo mecanismo adictivo que te está engañando para que sí lo hagas. Así que, literalmente, olvídate del cigarro. No pienses ni en todos los males que te hace, ni en todos los parabienes que te esperan si no fumas. Simplemente no pienses. Salte de ahí. Mi madre decía que no puedes pensar en dos cosas a la vez. Es cierto. Prueba y comprueba. Cada minuto que le ganes a la cabeza, es bueno.

DEJAR EL CIGARRO NO ES TANTO UNA CUESTIÓN DE FUERZA DE VOLUNTAD COMO DE CAPACIDAD DE DISTRACCIÓN.

2. Sácalo de tu sistema tan rápido como puedas.

Este es otro punto en el que coincido con la técnica Easy Way (que no es tan easy y cuando fui nomás me hice güey, pero bueno): para dejar de fumar, no conviene usar sustitutos. El chiste es sacar la nicotina del cuerpo para acabar con la adicción física lo más rápido posible (se supone que esto ocurre entre dos y tres días), y usar parches y chicles de nicotina y demás paliativos sólo aparca temporalmente la ansiedad y posterga lo inevitable. Pero no sé, hay gente a la que le ha funcionado. Yo no los necesité. Otra cosa que no conocía cuando dejé de fumar son los cigarros electrónicos, y están buenos. Aunque son como corpulentos y medio incómodos, sientes que le das el golpe a algo y sueltas un vaporcito sabor menta muy rico. Pero lo que me pasó cuando probé uno, fue que al cabo de tres caladas me dieron ganas de prenderme un cigarro de a de veras. Con los habanos también he sentido más ansiedad los días después de fumarlos, aunque no les dé el golpe. Supongo que es porque la nicotina se absorbe de todas formas.

En resumen, el chiste es que no hagas cosas que puedas asociar con el cigarro. Si al final el chiste es no pensar en ello, no conviene compensar la nicotina ni hacer cosas que se “parezcan” a fumar. (Tabaco). 

3. Muévete.

Se dice mucho que para dejar de fumar hay que buscar un “sustituto” del cigarro. A mí eso siempre me sonó medio raro. Nada se compara con fumar ni puede hacer las veces de. No es cierto que chupar una paleta, pintar un cuadro o tejer una bufanda se parezcan a fumar un cigarro, a menos de que estés medio loquito y así te lo parezca. Pero sí hay cosas que alivianan un poco la ansiedad. Mi amigo Oscar, por ejemplo, se picoteó los dientes a punta de Tutsi Pops (yo en todo caso prefiero las Chupa Chups). Pero de lo que estoy hablando es de empezar a hacer algo nuevo, algo fuera de tu rutina, y no algo que “acompañe” a la rutina existente y que hagas cada vez que piensas en fumar. Lo que yo empecé a hacer de nuevo y diferente fue ejercicio. Ya sé que suena medio ñoño y a lo mejor ya no quieres seguir leyendo, porque ponerte a hacer ejercicio es otra de las cosas que te torturan porque no consigues acabar de empezar. A mí me pasaba lo mismo. La verdad es que me aventé el volado sin saber qué iba a pasar, me inscribí a un club chiquito cerca de la casa con la idea expresa de estrenar la membresía el mero día que iba a dejar de fumar… y funcionó. Funcionó porque ese día tan cabrón tuve algo que hacer, una especie de “cita” que me distrajo. (No hice nada complicado: sólo me trepé un rato en la caminadora). Pero hice algo diferente. Algo que no tenía asociado con fumar. Funcionó porque con el paso de los días, el ejercicio hace que segregues endorfinas, que te hacen sentir muy bien. Y como cada día de por sí te vas sintiendo más contento porque no estás fumando (y ansioso, y obsesivo, y sensible, y medio sacado de onda, pero también contento), súmale las endorfinas y de repente estás en un subidón. Funcionó porque haciendo ejercicio te das cuenta más rápido de cómo vas mejorando físicamente, y eso es fantástico. Además de que realmente te hace recuperar la condición física mucho más rápido que si no hicieras nada. Y en esos primeros días tan difíciles, simplemente te da algo fijo que hacer, un aliciente diario, en donde sabes que no vas a estar fumando y a la vez estarás sintiéndote bien. Total que al final, la sorpresa fue que dejar de fumar me ayudó a ponerme a mover el cuerpo, que era algo que me debía desde hacía tiempo. O sea que sí, el ejercicio es una gran opción alterna al cigarro. Ahora que si prefieres tejer bufandas, también está increíble…

4. Engáñate

La regla de oro es no pensar, pero hay algunos trucos mentales que funcionan en momentos de crisis. Frases que te puedes decir a ti mismo para frenar el pensamiento obsesivo, que todo el tiempo está listo para arrancarse como galgo desbocado. Aquí van algunos que a mí me sirvieron:

a)    “Yo nunca he fumado”. Esa me la pasó Dunia en mi primer intento y sí fue un paro. Así como no puedes saber lo que es extrañar la heroína, por ejemplo, porque nunca la has probado, puedes “engañarte” por unos segundos diciéndote que no puedes extrañar el tabaco porque tampoco has fumado nunca. Hay otro que puede resultarte más simple:

b)    “Acabo de fumarme uno”. Esa frase me sirvió mucho esta vez. Cuando me venía la oleada de angustia, ese piquete en la panza tan feíto y tan difícil de describir, me decía eso: “me acabo de fumar uno”. Y de alguna forma sonaba posible, porque me he fumando tantos cientos de miles de cigarros en mi vida, que acumulé suficientes como para haberme “fumado uno” cada vez que se me vienen las ansias. (Sé que todo esto puede sonar medio teto, pero en serio, engañar a la cabeza de repente es más fácil de lo que uno cree).

c)     “No existe”.
Es otra manera de decir “no pienses”, y una ayuda para no hacerlo. Los cigarros simplemente no existen, no hay, en este mundo no se manejan lo que vienen siendo los cigarrillos, los ceniceros, las colillas… ¿qué es eso de fumar? Etcétera. (Éste Andrés lo usa y le funciona bien).

d)    “Volveré a fumar en la tercera edad”.
Una de las ideas más angustiantes cuando lo quieres dejar o lo estás dejando, es pensar que nunca más vas a volver a hacerlo. Esa sola noción te puede hacer correr a prender uno. Por eso funciona tan bien pensar que algún día vas a volver a fumar. Es probable que no ocurra, pero ayuda fantasearlo. Yo me digo a mí misma que voy a encender un cigarro de nuevo a los 72 años, en Trinidad, Cuba. Tengo otra amiga que dice que a los 63. Cada quién, ya tú verás tu fecha. (¡Pero que no vaya a ser pasado mañana!)

e)    “Ponte de mi lado”
Hay veces en que por más que intentas distraerte con otro pensamiento u otra cosa, no hay forma. La cabeza es muy jodona y hará lo que sea para agarrarte desprevenido y hacerte entrar en este juego de discusión interna hasta que te doblegue y te ponga la pata encima, y tú digas “no puedo”, y te prendas ese pinche cigarro culposo que te hace sentir la peor porquería del universo. Son horribles y eternos esos momentos de sentirte como  dividido. Como si fueras dos “yoes” hablándote. Uno diciéndote “ya no quiero” y el otro asegurándote que ahorita no puedes, o la tontería que sea. Recuerdo que los primeros anuncios para esta medicina de Phyzer, el Champix, eran así: “Una parte de ti ya decidió dejar de fumar, este chocho te va a dar lo que te falta”, o algo por el estilo. La buena noticia es que no necesitas de ese tratamiento carísimo y que según me han contado provoca unas pesadillas horribles y medio te fríe los neurotransmisores. Lo único que tienes que hacer para conciliar esas dos partes, es ASUMIR que sí estás medio esquizofrénico en ese momento, y decirte a ti mismo: “Ya, no mames, tú quieres lo mismo que yo, no te hagas. Ayúdame tantito, échame la mano”. Suena estúpido, pero sí ayuda. Ésta la apliqué varias veces por ahí del segundo mes, en que se volvió a poner medio ruda la cosa, y fue un paro GRANDE.

d) Si te fumas uno, vas para atrás desde cero.
Cuando todo falla, a veces simplemente el recordar el huevo y medio que te ha costado haber pasado el tiempo que te has pasado sin fumar –tres días, un día y medio, unas horas- que nada más de pensar en lo que implicaría ir pa’ atrás, ayuda a seguirle. Y es que es verdad y vale la pena recordártelo mucho: Con una sola calada que des, todo lo ganado, TODO, se pierde. Y pueden ser años antes de que vuelvas a decidirte…

Hasta aquí los trucos mentales. Si me acuerdo de más, luego los pongo.

5. Come.
A mí me valió. Los kilos puedes bajarlos, como sea. (Si no tienes algún issue con el tema, pues). Pero si te sientes capaz de ponerte a bajar unos cuantos gramos cuando te sientas más tranquilo y confiado, yo diría que no te lo pienses… atáscate. Yo me di de todo. Papitas, galletas, palomitas, helados... todo el kit. Respecto a si tomar alcohol o no y tal, yo empecé con todo casi de inmediato. Al día siguiente tomé café y creo que esa misma noche me eché una cerveza. Lo hice por ser congruente con la filosofía de “no pienso en ello, no le doy importancia y no existe”, con lo cual te pones a hacer tu vida como si nada, a tomar cervezas y cafés como si el cigarro no entrara y nunca hubiera entrado en la ecuación. Pero sí me costó trabajito. Con el café sí sentí hasta alivio desde el inicio, de hecho ha sido un paro enorme desde el primer día (lo cual es algo maravilloso porque tomar café es lo que más me gusta en la vida). Pero el chupe sí me costó más trabajo. Hay gente que recomienda que dejes pasar una semana o dos sin beber para que te sientas más seguro. Como decidas hacerlo, come y bebe sin culpas y sin resquemor. Qué demonios. Si haces ejercicio engordarás menos. Yo con todo y ejercicio subí ocho kilos. (Claro que yo me daba bolsas enteras de Quesabritas de una sentada… tú no te sientas obligado a hacer eso : ) Pero como te decía antes, tenía un plan… A los seis meses de tragar sin empacho, busqué a una buena nutrióloga que me ayudara a organizarme para bajar esos kilos de manera consistente y sin sufrir. No es por nada, pero fue un plan maestro. Al cabo de un año, resulta que no fumo tabaco… hago ejercicio cardiovascular… ¡y como frutas y verduras! O sea, me he vuelto de flojera. Por eso mantengo otros hábitos de dudosa reputación, de los cuales hablaré en otra ocasión. 

Sexta, última recomendación, y la más importante de todas:

6. Quítale IMPORTANCIA al cigarro. 

Des-glorifícalo. Des-idealízalo. Bájalo del pedestal.  

Recuerdo que cuando andaba en coqueteos por dejarlo en el 2005, me compré un libro sobre la historia de la nicotina. Otra vez se imponía mi afán por maniobrar a través de la razón, la necesidad de entenderlo todo para poder afrontarlo. Por supuesto, fue mala idea. Cuando me puse a leer acerca de los ritos precolombinos, de los sacerdotes de Norteamérica, del tabaco como planta ceremonial y de unión entre los pueblos, usada para hacer la guerra y para hacer la paz, etcétera, de repente ante mis ojos el tabaco se volvió lo máximo y lo que me resultó asqueroso y malvado era la Phillip Morris y sus compinches por adulterar, ultrajar y explotar una planta tan benévola y maravillosa. Y lo que siguió de ahí fue echar a andar de nuevo una fantasía que todo fumador alberga: si yo pudiera fumar sólo en ocasiones especiales, cuando realmente se me antoje… Pero sabemos perfectamente que no es así. Tristemente no es así.

La buena noticia es: DE TODAS FORMAS, NO PASA NADA.

También el azúcar tiene una historia muy romántica y muy antigua y si ahorita te dijeran que la tienes que dejar de tomar azúcar porque te puedes morir, lo harías. Ni siquiera hace falta la amenaza de muerte. Si el azúcar te hiciera sentir sin energía, te marchitara la piel y te manchara los dientes, probablemente la dejarías sin pensártelo mucho. Lo mismo con otros productos milenarios y fantásticos como el chocolate, el arroz y el bendito fermentado de la uva.

QUIÍTALE IMPORTANCIA. Los cigarrillos son una pinche COSA

Dejar de fumarlos se trata simple y llanamente de eso: de DEJAR DE HACER ALGO. Como dejar de bañarse con esponja o de usar calcetines. Así de estúpido, así de intrascendente. No es empezar a hablar en otro idioma, ni vivir sin un órgano o sin una extremidad. No es acostumbrarte a levantarte a las cuatro de la mañana para salir a correr a menos veinte grados centígrados y comer sólo ramas mohosas, ni escribir con la mano izquierda o no volver a abrir el ojo derecho.

Fumar tabaco no es ninguna actividad vital ni necesaria. Es una vil adicción y una muy estúpida, porque no te “hace” gran cosa. No te pone de buenas ni te quita la timidez ni te afloja la lengua ni te hace bailar ni te mete en un sopor alucinógeno. El único “plus” que da el tabaco es quitarte la necesidad del cuerpo por nicotina conforme la va desechando. O sea, ese cigarrito “tan rico” después de comer, no es rico porque sea después de comer. Es porque llevas un rato sin meterte nicotina porque has estado comiendo. El único “placer” real del tabaquismo consiste en satisfacer la necesidad de la sustancia. No es un asunto de gusto, es un asunto de dosis. Y la cosa es que entre más nicotina te metes, más nicotina necesitas. Como ocurre con cualquier droga FEA.

Ser adicto a la nicotina es como ponerte una pinza en la nariz hasta que se te seca la boca, nada más por el placer de quitarte la pinza y poder respirar otra vez por la nariz. Así de estúpido es.

Pero la nicotina es una droga MUY perra. Y una vez que te atrapa, te la vas a seguir queriendo meter aún cuando tu cuerpo ya ni siquiera la necesite. Por eso la adicción mental nos hace creer que fumar es un issue tremendo. Lo investimos de adjetivos y atributos sublimes y también catastróficos. Lo endiosamos para bien y para mal. “Es mi mejor amigo”. “Es el diablo”. “Es mi compañía incondicional”. “Es una puta mierda”, “¡es mi sexto dedo!”, “¡es la MUERTE!”.

No es ni una ni la otra ni ninguna de las anteriores. El cigarro ni siquiera es UNA cosa. No es “EL” cigarro. ¡Son doscientos a la semana! ¡MILES en un semestre! ¡Guácala!

Es como rendirle culto a un lápiz o torturarse por él. Verlo y decir ¡oh, lápiz! Señor de mis pesares… artífice de mis tentaciones. ¡Vade retro, oh lápiz! Yo te amo y te maldigo… ¡ni contigo ni sin ti tiene mi vida remedio, contigo porque me matas, sin ti porque me muero!” (como dice la canción). Y luego quedártele viendo… y comértelo. Y luego comerte otro, a los diez minutos. Y pagar cuarenta pesos por cada veinte lápices. Y salirte a comprarlos a las cuatro de la mañana en chanclas. Qué bajón.

Pero uno tiene una serie de imágenes de momentos encantadores, recuerdos de instantes inolvidables acompañados de un cigarrillo. ¡Cómo olvidar ese vagón de tren, esa terraza, esa conversación al atardecer! Y también están esos otros momentos, los difíciles, los solitarios, en los que hemos sentido que los cigarros nos acompañan. Pero hay dos inconvenientes: Uno, que no necesitamos fumarnos 200 cigarros a la semana para sentirnos acompañados ni para sentirnos pletóricos, ni para sentirnos otra cosa que no sea cansados y jodidos. Los que SÍ necesitan que nos quememos los pulmones y la vida con esa cantidad de cigarrillos inconscientes, apurados, pendejos, son la bola de trajeados que trabajan en las tabacaleras, que esperan sus jugosos bonos de productividad y que seguramente no se meten nicotina porque saben que es una rotunda barbaridad. 

El segundo inconveniente es que ni siquiera esos tres, cinco, diez o veinte cigarros “idealizados”, valen la pena. Al menos en mi caso, hoy me doy cuenta de que la presencia de los cigarros en aquellos escenarios idílicos o en esos momentos tortuosos, no eran más protagónicos que los zapatos que llevaba puestos. Así de plano. Incluso es muy posible que me hayan interrumpido en la magnífica conversación o en el hilo de pensamiento oscuro, preocupada por dónde tirar la colilla o si le estaba llegando demasiado el humo a mi interlocutor.    

En todo caso, si pudiera conferirle un atributo a mi tabaquismo de tantos años, nada más para hacerle tantita justicia, diría que los cigarros tienen eso: la cualidad de distraer.

La primera semana sin fumar estuve especialmente sensible, para bien y para mal. Y me di cuenta cómo los cigarros forman una especie de capa invisible sobre la realidad. Pero no por ninguna cualidad fisiológica, neuronal ni “mágica”. Simplemente te distraes chupando y sacando humo, pensando en esas pequeñas tonterías de que si la dirección del viento, el cenicero y el encendedor… Como también observó mi hermana por esos días, son muchas las cosas que pueden pasar de largo mientras te fumas un cigarrillo. Es muy cierto. Y entiendo que eso pueda ser agradecible para mucha gente. Debió serlo para mí cuando empecé a fumar esos cigarros escondidos cuando tenía trece años, y mi vida en casa era bastante sórdida y digna de evasión.  

Corroboré que el cigarrillo tiene esa cualidad distractora cuando tuve que enfrentarme de nuevo a la escritura sin fumar. Ese fue un paso fuerte. Pero también fue muy loco darme cuenta de eso: todas las veces en que yo creía que me detenía y prendía un cigarro para “pensar” o para “concentrarme”, en realidad lo que estaba intentando hacer era dejar de pensar, por unos segundos o más, en lo que estaba en el papel o en la pantalla. Fumar era un pretexto para “salirme” momentáneamente de lo que estaba haciendo, no para hacerlo mejor. Lo tengo clarísimo después de un año de trabajo y escritura consistentes sin tabacos junto, sin ceniceros repletos, y con mucha (pero mucha) mejor concentración.

Hasta aquí mis recomendaciones.

En intentos previos leí cualquier cantidad de páginas con tips y consejos para dejar de fumar, además de todos los métodos de los cursos extraños que vi hacer a mis padres. En unos dicen que no le digas a nadie que lo estás dejando, en otros, que lo anuncies a los cuatro vientos. Hay quienes recomiendan premiarse cada semana o ir ahorrando lo que no gastas en cigarros para hacer algo de lo que tengas muchas ganas. Cuando mi papá lo hizo, decidió irse de viaje nada menos que a España; fue como al mes de dejar el tabaco y recayó en algo así como el tercer bar de tapas que visitó, escondiéndose de su mujer que lo había dejado junto con él. Lo que quiero decir es que esos alicientes ya son como muy personales. Cuando cumplí el primer día sin cigarros yo sí lo anuncié en Facebook y me vinieron muy bien las porras; también me voy a hacer un viajecito guapo en pocas semanas con lo que calculo que he ahorrado en cigarrillos, que son por ahí de 16,800. Cigarros. Pesos deben andar por los nada despreciables 21,000 (compraba las cajetillas de dos en dos). Pero cada quién. Los de arriba son los puntos que quise compartir y detallar porque para mí fueron claramente útiles.

(Aunque tal vez la razón verdadera razón por la cual logramos dejarlo fue la brujería extraña que nos hizo el tío de Feru… aunque eso nunca lo sabremos).

Yyyyyyyy ¡PRÓXIMAMENTE! ...en la tercera y última parte de esta entrega (que será breve, lo prometo):
  • Estoy decidido a dejarlo. Creo. Bueno, casi. O sea, sí quiero, pero no quiero. ¿Cómo le hago para querer, querer? 
  • La vida sin cigarro. Cómo se vive sin fumar, después de veinte años haciéndolo.
  • Qué esperar al intentarlo, y peor aún: al empezar a lograrlo.
  • Ok. ¿Pero se me va a seguir antojando...?


Continuará…