miércoles, 1 de agosto de 2012

La escritura de Infames: el proceso paso a paso


Hay pocas cosas tan vergonzosas como jactarse del dominio de un tema que se conoce sólo en lo superficial. Los últimos días vi un despliegue de ignorancia tan espectacular en lo que concierne a la escritura de ficción en televisión, específicamente de la teleserie Infames, donde trabajo como jefe de escritores, que primero me dio mucha pena ajena, después decidí ignorarlo, y finalmente me ganó la caridad no cristiana pero sí docente, y decidí dedicar un rato a esclarecer el proceso, para quien esté interesado o simplemente quiera dejar de hacer el ridículo en sus tertulias virtuales.

Por su duración/número de capítulos y por transmitirse todos los días, Infames entra en la categoría de un formato muy conocido en México llamado telenovela. Por su temática y contenido, se parece más a un formato llamado serie. En cualquier caso, es una serie porque cuenta una historia que va avanzando y progresando capítulo a capítulo. Por su naturaleza, digamos, “híbrida”, a este tipo de series de largo aliento se les ha bautizado como “teleseries”. Su género es ficción. Es decir, todo es inventado y cualquier parecido con la realidad es premeditado pero no por eso es real. 

Dentro de las telenovelas, las series y las teleseries hay adaptaciones y originales. Infames es una serie cien por ciento original. Es decir, no parte de ninguna otra historia que se haya contado antes en televisión. 

No todas las teleseries se escriben igual, pero hay pasos indispensables que siempre se siguen. La metodología que el equipo de escritores empleamos en este caso, va más o menos así:

Para empezar, siempre se parte de una idea, de una premisa. Puede ser más simple o más compleja. En este caso la consigna fue contar la historia de unas cabilderas en el mundo de la política en México, para revelar los entretelones detrás del poder, y en especial de las mujeres en el poder. Para ello contamos con el aporte de Daniela Gálvez con un relato muy descriptivo del contexto, y sumamente útil para el arranque. El resto fue inventado en una mesa de trabajo que duró meses. Los personajes van gestándose poco a poco y a fuego lento en un laboratorio de alquimia donde hay que probarlo todo, combinarlo todo, en medio de muchas explosiones peligrosas y una que otra exclamación de júbilo cuando se descubre algo bueno. Dedicamos muchas horas a una tarea aparentemente simple: hacernos preguntas y buscar las respuestas. ¿Cómo fue la infancia de Juan José Benavides? ¿Cómo se llama el mejor amigo de Ricky? ¿Qu a Ana Leguina ia tiene Casilda? ky? ¿Qu. d es reconocerloor un proceso de muchas variables antes de llegar a su lugar. é clase de familia tiene Casilda? ¿Qué fue lo que empujó a Ana Leguina a dejar su tierra? ¿Cómo escapó Sara Escalante de la cárcel? Y así es con cada peripecia, con cada detalle aparentemente insignificante y con cada gran evento de la trama. Llegar a la motivación de Dolores Medina y cómo logra infiltrarse en Palacio llevó semanas de discusión; al principio eran dos historias paralelas donde Lola había desaparecido y su prometido la buscaba; la idea de José María Barajas y de un interés romántico externo llegó mucho después. Así es con cada personaje y con cada historia individual: al principio vas medio a ciegas y poco a poco se va haciendo la luz. 

Una vez que los personajes se sienten lo bastante claros, sólidos y a la vez redondos y complejos como para generar trama y acción en un largo aliento, hay que ver cómo se afectan entre sí, cómo se tejen sus conflictos, dónde están los giros… en resumen, qué les va a pasar a lo largo de 130 horas de existencia. En este camino se tocan honduras, se sugieren las ideas más disparatadas, se desechan veinte y en el camino surgen otras cien. El primer episodio de Infames se llevó doce tratamientos de escritura. Es un proceso muy intenso donde cada decisión definitiva que se toma es un volado, porque nada te garantiza que va a gustar, que va a enganchar al público. En el caso de Infames, partir de la idea de una mujer que se transforma físicamente para infiltrarse buscando justicia era un riesgo grande, pero nos aventuramos a contarlo así porque habíamos llegado una historia trabajada, sólida, que sentimos podía aguantar un arranque de esa magnitud. Afortunadamente así fue.

Todo este proceso creativo inicial se documenta en un texto llamado biblia, que incluye los perfiles detallados de cada personaje y de la historia en sí, contada de principio a fin. Es decir, desde el inicio se saben los eventos más importantes por los que va a transitar la historia, incluido en final. A lo largo del camino estos giros pueden variar, pero es indispensable plantar los cimientos desde el principio para saber en qué dirección se avanza y poder hacer los cambios necesarios con la tranquilidad de que hay una directriz y un rumbo.

Una vez concluido este “parto” o esta primera etapa llamada desarrollo, se emprende la travesía de hacer más o menos lo mismo, pero con cada capítulo.

Se trata de un ejercicio de lo macro a lo micro. Es decir, primero se elabora un gran arco general, y luego se hacen arcos cortos, por semana. Finalmente, cada capítulo tiene un arco en sí mismo, como si fuera una pequeña película.

Pero vamos por pasos.

¿Qué es un arco dramático? Básicamente, es la progresión de una historia que tiene un principio o planteamiento, un desarrollo o serie de complicaciones, una resolución y un final.

Cada semana se teje el arco de una semana puntual de emisiones (cinco capítulos) y se decide todo lo que va a pasar, episodio por episodio. Cada peripecia, cada acción, para cada personaje. Y procurando que cualquier paso que den, sea congruente y verosímil con lo que les lleva ocurriendo y con lo que les va a pasar después. Ah. Y que además sea potente y emocionante. Esto se logra, otra vez, sentándose a discutir, a plantear infinidad de escenarios, a decir muchas tonterías y reírse y apasionarse y frustrarse muchas veces, durante muchas horas. A este momento del proceso se le llama diagramación.

El siguiente paso es hacer una escaleta. Los escritores toman lo discutido en la diagramación y lo transforman en un nuevo arco dramático. Es decir, ya saben que en el episodio 109 Sol se va a pelar con Sánchez Trejo por la boda, por ejemplo. Pero ahora hay que ver cómo. En cuántas escenas se cuenta eso, con qué progresión, de qué forma se hilan los eventos decididos para ese día, cuáles son los obstáculos, cómo se cruzan los con los demás personajes. Es casi un guión, pero todavía sin diálogos ni descripciones detalladas.

Esta escaleta se elabora para cada uno de los episodios.

Una vez lista la escaleta (corregida y aprobada), de inmediato se escribe el capítulo correspondiente. Es decir, esas acciones trazadas en la escaleta se transforman en escenas desarrolladas y dialogadas. Este es el momento en que los escritores se explayan en cada escena y describen si los personajes entran, salen, cómo se miran, si beben, si fuman, si se besan; de ser necesario se marcan también intenciones, y por supuesto, se escriben sus diálogos.

Estas escenas con acción y diálogo conforman un guión armado final que se vuelve a revisar y corregir, y es hasta ese momento, es ese libreto de cuarenta y tantas cuartillas, lo que finalmente llega a manos de la producción, director, actores, y todo el equipo, para su ejecución.

Y así ocurre cada día, para cada uno de los 130 episodios.

Esto es, si no hay emergencias, contingencias o, como los llamamos en el medio, bomberazos. Éstos pueden ser desde cirugías de emergencia hasta berrinches, problemas con las locaciones y toda una suerte de variables. Hay muchos casos que ameritan reescritura, y en esos momentos hay que reaccionar rápido para resolver el problema y no detener las entregas, porque hay un equipo de muchas personas que dependen de que haya libretos para poder trabajar. (Además, si se para una producción se pierde mucho dinero).

Hay quienes en el medio televisivo –y hasta en el cinematográfico- hablan de guionistas, escaletistas y dialoguistas. A mí no me gustan esos términos. Yo creo que todos los que concebimos historias y las plasmamos en escenas somos escritores. Sin distinción.

En el equipo de trabajo de Infames cada uno de los cinco escritores es “especialista” en un personaje cuyas escenas casi siempre escriben. Esto es con la intención de que haya una continuidad estricta no sólo con el lenguaje, sino con la profundidad de los personajes y el dominio de sus tramas. Sin embargo, cualquier escritor puede escribir cualquier personaje o trama en un momento dado. El involucramiento de todos con la historia global es completo y la idea de reunirnos constantemente y planear juntos todo lo que ocurre, es justo el que haya una consistencia integral en lo que se cuenta semana a semana. Cualquier escritor de Infames domina la historia de principio a fin.

Este es el proceso de escritura, muy a grandes rasgos. 

Yo no domino qué hace el director. Ni el actor. Ni el continuista ni el programador ni el agente de casting ni el abogado ni el tramoyista ni el postproductor. Tengo nociones, por los años que llevo en este oficio. Intuyo, supongo, que todos se preparan de distintas formas y se aproximan al trabajo con ciertas herramientas. Pero en última instancia sólo puedo hablar a detalle de lo que yo sé hacer. En cualquier caso jamás me atrevería a decir que mi trabajo es más importante o más valioso que el de los demás. Nunca. Francamente se me caería la cara de vergüenza.

Sé responder por un trabajo individual porque también escribo libros y sé en lo que consiste un quehacer creativo en solitario, donde uno se lleva todos los méritos y también todos los tomatazos. Y por eso sé que este trabajo no es así. El cine, la tele, son un quehacer colaborativo. Escribir para televisión consiste en buena medida en asumir que hay una historia que se inventa y se desarrolla pero que una vez entregado el libreto, cada integrante del equipo se la va a apropiar –comenzando por el director y los actores, pasando por arte y utilería y llegando a la musicalización-, y cada quien la va a interpretar a su manera. Hay veces en que la ejecución de lo que uno imagina se parece muy poco a lo que plasmó en papel. A veces uno se sorprende para bien. Otras prendes la tele y te dan ganas de ponerte a llorar. Pero aquí uno se curte o se muere. Una de los mayores cualidades que debe ejercitar cualquier escritor de cine o televisión es la capacidad de sacudirse el ego y desprenderse, a lo budista, de su creación; asumiendo y hasta celebrando la diversidad de opiniones, cabezas y especialidades que intervienen en el proceso hasta llegar a la pantalla. Yo afirmo que cada paso en la generación de una historia audiovisual es creativo. Desde la concepción de la historia y los diálogos que los escritores hacemos, hasta la búsqueda de la locación adecuada, la interpretación que hace un actor del texto y la decisión del editor de dónde corta una escena.

Un proceso tan largo y donde intervienen tantos puntos de vista puede ser maravilloso o puede ser un desastre. Sólo hay, a mi modo de ver, una fórmula para garantizar la llegada buen puerto: que todos y cada uno de los integrantes del proyecto estén contando la misma historia y estén comprometidos con ella, y que cada uno se dedique a hacer lo que sabe hacer bien. Si sabes dirigir, dirige. Si sabes iluminar, ilumina. Si lo tuyo es la cámara, mejor no hagas vestuario. Esta manera de contar historias funciona mejor si cada quien se concentra en hacer lo que domina, con cariño y con entrega, respetando el trabajo y el esfuerzo de los demás.

Hace unas semanas hubo una firma de autógrafos donde se arremolinaron centenares de fans de la serie. Cuando los escritores llegamos, hubo quien nos gruñó por colarnos en la fila para subir al estrado a saludar a los colegas actores. O sea, nadie tenía la menor idea de quiénes éramos. Cuando nos íbamos, un chavo nos rogó que le consiguiéramos algún autógrafo, porque ya se tenía que ir y le faltaba mucho en la fila. Saqué un cuaderno y le pedí a los escritores que le firmáramos. Además le conseguimos un póster. No sé qué tan complacido se fue. Claramente, la fama no y el reconocimiento no son el principal motor ni el alimento de un escritor de tele. Además del manoseo de nuestros hijos literarios, vivimos bajo la sombra del anonimato. Lo cual de pronto tampoco está mal. Todo depende de por qué haces lo que haces. Yo, personalmente, escribo porque no podría hacer otra cosa. Porque es como el aire que respiro, y porque no hay cosa que disfrute más que inventar historias y darles vida y voz. Creo que Lara, Jaime, Tash, Flowers y Feru también comparten este sentir, y creo que por eso nos gusta tanto trabajar juntos.

No sé cómo les habrá ido a los demás creativos de esta serie. Con seguridad cada uno vivió una experiencia distinta. Pero si se divirtieron y disfrutaron y se apasionaron tanto como nosotros escribiéndola, no tengo el menor empacho en afirmarlo: ahí reside el mayor de los éxitos que uno puede albergar. No sólo en esta chamba. No sólo en cualquier chamba. En la vida.