sábado, 15 de noviembre de 2008

Intriga Piadosa (El desenlace)



Para Basilia, el noviciado fue un romance. Su alma atribulada halló consuelo entre novenas, versículos y polvorones de azucar glass. Cada día, antes del rosario de las 5, Basilia subía a los montes donde corría por los riachuelos y cantaba con las aves, los zorros y otros bichos de menor categoría, pero iguales ante el Señor. Basilia no se percataba que los zorros se escondían, los bichos se autoinmolaban, y las aves se desplomaban de las ramas a causa de su halitosis.
El romance terminó en cuanto Basilia se ordenó como religiosa y comenzó su labor. Cuando trataba de llevar comida a los pobres se la aventaban a la cara, los enfermos terminales se escondían bajo la cama y los siete niños a quienes intentó enseñar a cantar, le rompieron la guitarra en la cabeza.

Ramona siguió errabunda entre paganos y fariseos por un buen rato. Con doce intentos de violación interrumpidos y ganándose la vida como doble en películas snuff, un día conoció a unos adoradores de Charles Manson que la invitaron a su caravana. ¡Al fin un poco de calma y vida espiritual! En un viaje de hongos, peyote, mezcalina, ácidos y ayahuasca, Ramona tuvo una visión: dos mujeres, cada una con una pierna, una con tres orejas y la otra con un ojo, nadaban en el estómago de una ballena mientras le decían: “Busca a tu hermana. Ella es el este de tu oeste, el ying de tu yang, el pollo de tu mole”. Cuando Ramona se lo platicó a sus compañeros, éstos concluyeron que Ramona se había pasoneado sin retorno, y la echaron de la caravana en mitad del desierto.
Cuarenta días y cuarenta noches anduvo Ramona sin rumbo fijo, sin agua y sin pan. Sólo la mantenían viva dos cosas: la visión repetida de las siamesas proféticas, y la dotación de Golden Acapulco que sus caritativos compañeros le habían regalado antes de abandonarla. Siguiendo sus instintos llegó al convento del Sagrado Corazón Sangrante del Niño de los Milagros Inesperados y la Virgen que lo Parió. A sus puertas se desplomó, y estuvo catatónica durante quince días.

Cuando volvió en sí, la madre Perpetua metió a Ramona en rehabilitación. Esto es, la tuvo en una celda con suero de rompope intravenoso y prolongadas lecturas de los Salmos. Ramona salió de ahí limpia y conversa como sólo un pecador emergido de los más oscuros fondos de la barbarie y la perversión puede hacerlo. Ramona era tan piadosa, tan humilde, tan creyente y tan horrible, que el Vaticano autorizó los votos express y en dos meses se había convertido en religiosa.

Sin saber que eran hermanas, desde el primer momento en que se vieron, Ramona y Basilia se instalaron en una contienda feroz. Ambas habían vivido creyendo que sus fealdades eran insuperables, y una competencia de ese tamaño no la iban a tolerar. Si una empezaba a cantar El Señor es mi Pastor, la otra cantaba más fuerte y con falsetes; si una se sabía de memoria el Eclesiastés, la otra lo recitaba en hebreo; si Ramona multiplicaba los panes, Basilia caminaba en el agua; si una se dejaba el bigote, la otra se dejaba la barba. La Madre Perpetua casi pierde un disco lumbar de tanto rezar de rodillas, y por sermones no paraba. Que si la soberbia es un pecado, que si amarás a tu prójimo, que si las voy a mandar con el padre Maciel. Nada funcionaba. Pero cuando las hermanas comenzaron a deambular por el convento con silicios y coronas de espinas y dándose de latigazos, Perpetua se levantó del reclinatorio y decidió que era suficiente. Una de las dos tendría que irse. Sin corazón para elegir, la Madre tomó una decisión salomónica: pondría a sus hijas espirituales en subasta.

En el atrio del convento las monjas sirvieron aguardiente y sardinas y repartieron papeletas y plumones. Acudieron vecinos de todos los pueblos cercanos y distantes, incluido Pepinillo de Mochabragueta. Sor Basilia y Sor Ramona fueron colocadas cada una sobre un guacal, y entre gritos, abucheos, guarradas y sudores, comenzó la subasta. Contrario a lo que pueda pensarse, ésta fue bastante competida. Los contendientes más fuertes eran los hermanastros de Basilia, que querían llevársela con fines vengativos; también estaba el productor de películas snuff, quien reclamaba a Ramona por incumplimiento de contrato. Cuando éste había ofrecido la insuperable suma de tres gallinas y un litro de vinagre de manzana, algo inesperado sucedió. Sor Basilia le aplicó una llave a Sor Ramona, la tiró al suelo y le puso un cuchillo de cocina en el cogote. En ese momento, alguien gritó: “¡No lo hagaaaaaas! ¡Es tu hermanaaaa!” Era el sacerdote que había atendido el parto de ambas, seguido del carnicero y del panadero Benigno Caraguapa, a quien habían tenido que sacar del catre donde fornicaba con una cuadrapléjica sordomuda. “¡No, no puede ser verdad! ¡Ella no! ¡Me estás pisando el ojo!” exclamaron Ramona y Basilia, ad libitum. “¡Sí, hijas mías!”, dijo el padre (no su padre el panadero, sino el sacerdote partero), “¡yo mismo las traje este mundo, envueltas en sangre, moco y un pecado innombrable!” Y entonces contó la historia del incendio, y luego el carnicero explicó muy orgulloso la cirugía de las siamesas, y luego la Madre Perpetua contó del secuestro de quien se dedujo era Ramona. Unos escuchaban azorados, otros exclamaban "oh", otros replicaban "ah", los demás ya habían perdido el hilo y jugaban gato con las papeletas. Al cabo de un rato, las sardinas se acabaron, el padre biológico se disculpó alegando que había dejado unas conchas en el horno, y Sor Ramona y Sor Basilia se intercambiaron las cofias y se pusieron a cantar abrazadas Si nos dejan. Durante la recapitulación se habían fundido tres botellas de aguardiente.

Pronto partieron las dos a un retiro espiritual, donde gracias al conocimiento botánico de Ramona, tuvieron numerosas e interesantes conversaciones con sus madres. Iluminadas, comprendieron lo que debían hacer para romper con su destino fatal. A su regreso del retiro acudieron de inmediato con el carnicero, quien les practicó una exitosa cirugía de cambio de sexo. Ramón y Basilio fueron buenos cristianos y párrocos ejemplares, tuvieron una vasta descendencia, y no volvieron a intentar asesinarse mutuamente nunca más.

FIN