jueves, 25 de noviembre de 2010

La Pipa de la Paz

La humanidad ha comprobado, una y otra vez, que la prohibición no sirve para maldita la cosa. Es como un gran bache histórico que se calca a sí mismo generación tras generación. Los últimos meses, con la iniciativa ésta de prohibir la venta de comida chatarra en las escuelas para prevenir la obesidad infantil, me moría de la risa. No porque me dé risa que los niños sean obesos: es un gravísimo problema de salud; sino porque me imaginé, primero, a las empresas de frituras y golosinas poniendo mil trabas para llevarlo a cabo (lo cual en efecto ha sucedido), y después imaginándome al primer niño listo (o el papá), que encuentre la forma de introducir mochilas llenas de papas y Twinkis a la escuela, y los compre a escondidas hasta la maestra de inglés.

Al Capone es quizás el nombre más sonado en lo que al provecho de la prohibición se refiere. Sus twinkis eran el alcohol y las salas de juego. ¿Y qué pasó? El FBI lo persiguió hasta que lo pudo culpar por evasión de impuestos y lo refundió en Alcatraz (aunque murió en Miami Beach); el alcohol se hizo legal en Estados Unidos “hasta cumplidos los 21 años” (por lo cual tenemos a tantos gringuitos vomitando en las calles de Cancún en la primavera) y de aquellos tiempos terribles, mira por dónde, el cine se inspiró para crear joyas como Érase una vez en América, Los intocables y El padrino. Yo no sé si algún día se hagan películas maravillosas y conmovedoras sobre el Chapo Guzmán, Beltrán Leyva y Arellano Félix. Lo que sí sé es que esos tipos se lo han pasado mejor que cualquier astro de Hollywood. Mira por dónde.

Sin dar más rodeos, voy al grano. ¿Tiene usted idea, amable lector, a cuántas fiestas/convites/conciertos ha asistido la que suscribe en los últimos diez, quince años, donde NO haya circulado un porro, un gallo, un toque, un güiro, o como quien dice, un cigarro de marihuana? ¿Ya? ¿Hizo sus cálculos? Bien. La respuesta es: ninguna. Así como lo oye: ninguna. Lo siguiente que debe estar pensando es que seguramente mis amigos y conocidos son todos unos desobligados, zarrapastrosos, con los dientes podridos. A lo cual yo tendría que responder que si bien entre mis amigos hay personajes muy peculiares, todos y cada uno de ellos son profesionistas, productivos, algunos de ellos muy talentosos y, en general, sanos. (Salvo los que fumamos tabaco).

Recientemente, a uno de estos amigos se le sugirió escribir un texto en donde expresara abiertamente su uso esporádico y recreativo del cannabis, para reunir una serie de testimonios sobre “salir del closet” (en cuanto al uso de la planta, claro está) como iniciativa a favor de la legalización. Mi amigo se lo pensó y al final se negó. Su argumento no fue el miedo de que le cayeran en su casa cinco milicos armados a hurgar entre sus cajitas de Faros edición especial, sino que parte del “atractivo” que él encontraba en fumar marihuana, estaba justo en que fuera algo que conlleva cierto secretismo, cierta emoción de hacer algo que no es abierto y permitido. Muy válido. Por mi parte, la verdad es que llevaba un rato con ganas de decir unas cuantas cosas sobre el tema.

Podemos empezar por el principio. Por la planta.

Se llama cannabis sativa y también cáñamo, aunque el cáñamo también es el nombre de la fibra que se extrae de ella. Y sus virtudes son in-con-ta-bles. El cáñamo se explotaba hace miles de años en China y en otros lugares. ¿Sabían que las velas que trajeron a Cristóbal Colón a América estaban hechas de cáñamo? Por lo visto es un material extraordinariamente resistente. Tanto que a los industriales gringos de los años treinta, que querían potenciar las nuevas fibras sintéticas como el nailon, no les gustó nada la competencia. ¿Tendrá eso algo que ver con la confusa política de prohibición de la marihuana que se dio justo por esos años? Nunca lo sabremos…

El cáñamo tiene muchos otros usos y aplicaciones. Se pueden fabricar: lubricantes, plásticos, celulosa para papel, ropa, forraje para animales, biomasa para calefacción, jabón, fieltros, pinturas y barnices. Las semillas de cannabis son el alimento vegetal con mayor valor proteínico que se puede encontrar en una sola planta. Tienen Omega3 y Omega9, que además de nutritivos, pueden prevenir artritis y reumatismos. Según se procese, puede ser más suave, aislante, absorbente y duradera que el algodón. Además, una hectárea de cannabis produce el doble y no requiere químicos ni pesticidas. Como biocombustible es lo más ecológico que se puede encontrar: ¡funciona en motor diesel! Cualquier plástico emulado a partir de cannabis, es directamente biodegradable y reciclable. Para hacer papel, no tiene igual: produce el cuádruple que una hectárea de árboles. Además es más resistente que la pulpa de madera, no necesita ácidos ni cloro, y aguanta siete reciclajes (la madera aguanta cuatro). Por si fuera poco, mejora la calidad del suelo donde se planta. Y así solita, en su forma natural, se usa para el tratamiento del glaucoma, insomnio, náuseas y vómitos asociados a quimioterapia, esclerosis múltiple y neuropatías. Además es un gran analgésico.

Pero es ilegal…

Y la policía la busca, la encuentra, la arranca del suelo, y la quema. ¡La quema! ¿Por qué?

Aguilar Camín dijo hace poco que quitarle la libertad a alguien por cultivar cáñamo era lo mismo que quitarle la libertad por cultivar lechugas. Yo diría que es mucho peor. Y les preguntaría a los perseguidores, usando sus propias palabras, si están fumados o qué.

Pero la pregunta es seria: ¿Por qué una planta tan dócil y tan generosa puede ser tan perseguida? Porque la cannabis sativa, según su variedad, puede presentar un principio activo llamado TetraHidroCannabinol (THC), que tiene efectos… ¡qué miedo! …psicoactivos. Dicho principio activo se encuentra en la flor de la cannabis, también conocida como cogollo; o en su resina, llamada comúnmente hachís.

Esos efectos psicoactivos no los voy a explicar. A quien quiera averiguarlos, le recomiendo que la pruebe. A lo mejor no le gusta, a lo mejor sí. Lo que es seguro es que no se va pirar, no va a terminar babeando en una esquina recolectando moneditas para darse otro jalón, y, con total seguridad, no se va a morir.

A propósito de morirse, perdón que saque a relucir unos datos tan necios y tan sabidos, pero es inevitable. El alcohol. Muertes por cánceres de esófago, de hígado, cirrosis, accidentes de circulación, lesiones voluntarias y homicidios: casi dos millones de víctimas al año en el mundo. Tabaco. No voy a enunciar todos los horrores causantes de muerte porque ahora mismo hay seis colillas rebosantes de legalidad reposando en mi cenicero. Pero mata un promedio de 8,4 personas por año. Segunda causa de mortalidad en el mundo. Y Phillip Morris, cagado de la risa. ¿Qué por qué no lo dejo? Porque soy una adicta crepitante, enclenque y desesperada. ¿Quieren una droga fea? Es ésta. (Y para colmo, no pone).

El argumento principal contra la marihuana es que es “la puerta de entrada” a todas las demás drogas. Puede ser. No voy a rebatir ese argumento, aún cuando me parece bastante simplista y carente de imaginación. Pero pensando en que así fuera, conozco:

a) Personas que han fumado marihuana muchas veces, a lo largo de muchos años, y no han probado ninguna otra droga.

b) Personas que han consumido marihuana y experimentado con otras drogas sin suscribirse a ninguna de éstas.

c) Personas que consumen marihuana y otras drogas, de manera recreativa, y siguen chambeando, pagando impuestos y haciendo sus cosas.

d) También conocí y quise muchísimo a una persona que seguramente empezó con porros y se murió de un pasón de heroína. Pero que además se murió junto con otros cinco cuates que le compraban al mismo dealer. Es decir, en realidad no se “pasoneó” (porque además la fumaba, y de ese modo es muy difícil llegar a una dosis letal), sino que fue víctima de una tanda adulterada. Justo ahora, leyendo sobre estas cosas, me entero que el 80% de muertes por sustancias se debe a la falta de acceso a dosis estandarizadas. Como haya sido, lo jodido no fue tanto cómo se murió, sino cómo vivió. Y vivió mal desde que nació.

El problema no son las sustancias, nunca lo han sido y nunca lo serán. El problema son las personas. Sus historias, sus rollos, sus circunstancias. Y partiendo de todo ello, sus elecciones. El ser humano ha consumido y experimentado con sustancias psicoactivas desde que habita esta Tierra. El acceso a ellas está ahí, inevitablemente, y siempre va a estarlo. ¡Y qué bueno! Imagínense este mundo sin la posibilidad de sentir diferente, de percibir diferente, de enloquecerse un poco. Sería tristísimo.

Ahora mismo, por más que se maten en México de cuarenta en cuarenta, por más millones que se gasten, por más que les paguen otro poquito al cuerpo policiaco (que siempre será una miseria en comparación con la miseria por la que se corrompen), la cosa es así: en este instante, allá afuera, hay de todo. Rápido. Pronto. Así de crudo y así de simple. También hay donas de nuez y trenzas glaseadas en el café de la esquina. Eso no significa que sólo porque las haya vaya a ir corriendo a atascármelas. (Aunque seguramente si me prohibieran comérmelas, lo estaría pensando).

Y aquí tengo que aclarar algo importante. Yo no digo que el cannabis sea para todos. Cada persona es diferente, cada organismo es diferente. Mi hermana mayor no puede ni oler un chocolate y la otra no puede comerse una cereza envinada. Hay para quienes el amor puede ser la droga más peligrosa y destructiva que prueben en su vida. Aunque la marihuana estrictamente no genera adicción física, son muchas las razones por las que una persona puede engancharse a una cosa. No pretendo promover el uso del cannabis ni intento decir que quien sea que pruebe la marihuana se lo va a pasar bien (aunque es probable); no tengo puesto ahora mismo un gorro de colores ni estoy oyendo a Bob Marley mientras escribo esto (aunque no sería mala idea). Es más. Ni siquiera estoy fumando mota, porque para escribir no me funciona: me divaga. También me agota y reconozco que merma mi productividad. Pero si de algo estoy convencida, es de que NO es una sustancia equiparable a la cocaína, a las anfetaminas y mucho menos a la heroína. Ni remotamente. Nadie se ha muerto sólo por fumar marihuana. Busquen a ese muerto por donde quieran. No lo van a encontrar.

La generalización es uno de los errores más comunes y más peligrosos que comete nuestra especie. La generalización consecuenta el racismo, la endogamia, el odio y la discriminación. Decidir que una sustancia es mala para TODO el mundo y prohibirla para todo el mundo, a lo mejor salva a un chavo de morirse en un accidente porque se puso morado de porros y alcohol; pero también puede quitarle a una persona enferma la posibilidad de alivianarse unas náuseas y unos dolores terribles. En cualquier caso, es una cuestión de elección personal. Dejen que los adultos decidan por sí mismos, y dejen que a los menores los guíen sus papás. Es un volado, en efecto. Pero más, no se puede hacer. Créanme.

Señor Calderón, usted debería saberlo bien: el ocio es el mejor amigo del vicio. Mientras usted envía a sus heroicos ejércitos (que por cierto parecen necesitar un oftalmólogo, porque a cada rato se andan cargando civiles “por accidente”) a capturar narcos (que no es que tengan más armas: tienen submarinos), hay siete millones de jóvenes en México que no pueden estudiar ni trabajar. ¿Quiere saber lo que va a pasar con esos chavos? Unos se van a ir al otro lado (si es que no se mueren en el intento), otros se van a quedar haciendo trabajos espantosos, y otros se van a meter hasta el cepillo y se van a tomar hasta el agua de los floreros, y van a robar y a secuestrar para hacerlo. ¿Quiere luchar contra las adicciones? No luche contra las drogas. Es inútil. Luche contra el ocio. Yo sé que usted tiene muchas presiones, que la relación con los Estados Unidos debe ser más importante para usted que la relación con su familia, que seguramente sueña cada noche con el zar anti-drogas Kerlikowske. Pero es una vergüenza que allá se esté consumiendo alegremente el 80% de los narcóticos producidos en México, y en México nos estemos muriendo de hambre y matando a balazos. No sé usted, pero yo todo esto lo encuentro muy confuso, por no decir demencial. ¿Quiere ser un héroe? Legalice la producción, comercialización y consumo personal del cáñamo en México. Deje de quemar esas plantas y regáleselas a los mexicanos. ¿Qué ya no se puede echar para atrás porque qué oso? Le aseguro que no va a pasar de una semana de periodicazos, y muchas generaciones se lo van a agradecer. Aunque no consuman marihuana.

El cannabis genera tanta ambivalencia que todos los gobiernos del mundo van y vienen en sus leyes prohibicionistas, cayendo y recayendo en vacíos legales e inconsistencias. En muchos países no es que sea “legal”, pero se ha despenalizado la posesión personal en ciertas cantidades. En México, por ejemplo, desde el año pasado puedes tener cinco gramos de marihuana en tu casa y no te pueden meter al bote. (Y otras sustancias en menores dosis). Lo mismo pasa (con distintas cantidades) en Argentina, Brasil, Perú, Colombia, Chile y en algunos países de Europa. Eso es justo lo que se pretendía, y no lo que se dice legalizar, con la propuesta 19 en California. Lo raro de esta aprobación para el autoconsumo es que el tráfico está penalizado, y con ello se asume el traslado del producto. Entonces… ¿cómo le hago para hacer llegar esos cinco gramos a mi casa? Supongo que cultivándolos yo misma. Pero si el cultivo también está prohibido… ¿entonces cómo? ¿Será el momento de llamar a Harry Potter? En California y en otros trece estados de allá arriba, está permitido el uso del cannabis medicinal. También en Canadá, Alemania, Austria, Holanda, España, Israel, Finlandia y Portugal. Bien por ellos. Canadá (otra vez la progre Canadá), Francia y Suecia se vieron listos y tienen industrias dedicadas a la producción de los derivados del cáñamo. Pero en todos estos lugares, el tráfico y el comercio están también penalizados. Y en el resto del mundo, ni hablar del peluquín: te ven con un gallo y te encarcelan. En algunos países hasta seis años, si es que no te matan directamente. Y aquí me asalta una duda. Se supone que la libertad termina cuando se coarta la libertad de otro. Ahí está el límite, a partir de ahí se pondera un delito, un crimen. Pero a menos de que alguien obligue, amenace o amordace a otro para que se de un jalón, ¿dónde está el crimen? El argumento legal contra el consumo es atenta contra la salud pública. Primero, ¿y esa Salud Pública, quién es? No sé ustedes, pero yo nunca la he visto. ¿Será simpática? Y segundo: si vamos a juzgar delitos contra la salud pública bajo esos términos, que encarcelen entonces a cada gordo que vean comiéndose unos cueritos y una torta de tamal.

Todo el mundo sabe que en Holanda es legal comprar y consumir marihuana en los Coffee Shops (por cierto, los dueños están forrados); pero un caso interesante es el de Portugal. Cuando Portugal tomó la decisión de discriminalizar el uso de drogas, tenían el consumo más alto de Europa. Hoy en día, en el uso de la marihuana tiene la tasa más baja entre los 14 países. Ojo: discriminalizar no es lo mismo que legalizar. Pero si te agarran poniéndote hasta las cejas de ácidos en un parque, no te meten a la cárcel. Te ofrecen tratamiento médico y asesoría psicológica. Mismos que puedes rechazar, porque es un programa voluntario. No sé que opinen, pero eso es a lo que yo llamo cordura civil.

El control del Estado sobre las drogas es básico para cualquier gobierno. Por la misma razón, yo no alcanzo a comprender cómo es posible que los gobiernos no dimensionen los beneficios de liberar el cultivo y la producción de la planta de cannabis. (¿Estarán marihuanos?) A menos de que la ecología no les interese en lo absoluto (lo cual han ido dejando bastante claro con el tiempo) y/o estén tramando algo muy oscuro, como esperar a que todo el ecosistema se vaya al traste para poder cobrar el agua a cincuenta dólares el vaso. Pero no hay tiempo para teorías de conspiración. Lo que es un hecho es que con la sola explotación inteligente del cáñamo, al menos en México:

  1. Se reactivaría el raquítico y desastroso campo de este país. Vaya, hasta con el aceite de las semillas se podría alimentar gente.
  2. Se generarían un montón de empleos. Aunque se alega que la infraestructura para la explotación de la planta es cara. ¿Y? Con el dinero que se está gastando en las otras tonterías que ya me da flojera volver a enunciar, sería más que suficiente para echar a andar algo. Hay muchos usos y aplicaciones de dónde escoger.
  3. Buscan “desesperadamente” un sustituto de hidrocarburo para el petróleo. ¡Ahí lo tienen! Y no tienen que comérselo, no tienen que fumárselo, no tienen que ponerse pachecos ni avergonzar a sus madres, nada más explótenlo.
  4. El cáñamo se corta anualmente. Pero además la bendita planta no nada más crece fuera: se puede cultivar en interior.
  5. Y si sólo les interesan los cogollos y su temido THC, fantástico. De entrada, lloverían los turistas.
  6. Se descongestionarían las cárceles (recinto número uno de los narcóticos, por cierto). Además, si se reducen los costos de producción e intermediación ilegal, seguro bajarían los precios. Esto evitaría, de entrada, que mucha gente robara para darse un toque.
  7. Ahora mismo, los únicos que se benefician con la prohibición son los Grandes Narcotraficantes. Los meros, meros. Esta guerra necia lo único que está haciendo es quitarles de en medio la competencia. Nada más para que se den una idea, el tráfico de drogas supone el 8% del mercado mundial, comparado con la industria textil. Las ganancias y el lucro son de infarto. Nada más para hacerles pasar un coraje a estos cuates, valdría la pena.

Uno de los argumentos que dan nuestros flamantes diputados y senadores en contra de la posibilidad de la legalización, es que los narcos seguirían vendiendo cannabis y más barata. Eso ya sería su problema. El grueso del negocio estaría regulado. Y hasta donde yo sé, cuando se hizo legal el alcohol, ningún secuaz de Al Capone se puso a vender anforitas de ron de a dólar en las esquinas. Si acaso, el único inconveniente real de legalizar la marihuana, es que los delincuentes “legales” de este mundo, o sea los corporativos y las tabacaleras, se apañarían la industrialización y la comercialización; la tratarían, la rebajarían, y terminaríamos consumiendo cajetillas muy bien diseñadas con cigarritos 25% cannabis. Pero es un riesgo que hay que correr.

La legalización de la marihuana es imponderable por donde se mire. Su afán de colocarla a la par de otras sustancias mucho más fuertes, claramente dañinas (aunque quizá no mucho más que unas pastillas para adelgazar, y en muchos casos no más que el tabaco o el alcohol), es el resultado de no sé qué tipo de retorcidos intereses, y claramente de un afán represor que se terminó de instalar en los años sesenta. Una década decisiva en que los jóvenes del mundo (junto con algunos médicos, obreros y maestros) se pusieron a protestar porque ya estaban hartos de vivir con la pata del Estado en la cara. Y porque, aunque suene cursi, querían vivir en un mundo mejor. Unos nada más se pusieron flores en la cabeza y se fueron a oír conciertos en caravanas y a darse unos pases de todo lo habido y por haber; otros marcharon, gritaron y aventaron un par de granadas. Pero el castigo fue parejo para todos. Y fue sin piedad. Desde entonces, la marihuana quedó asociada a eso: al alebreste, a la protesta, al portarse “mal”. Es ese mensaje, y no el de que “destruye la salud” lo que propagan en el fondo las campañas mediocres de TV Azteca y los chismes de los marihuanos violadores satánicos primos del Chupacabras o como ciertos conservadores prefieran nombrarlos. La hierba está vinculada en el imaginario colectivo a las cosas feas que un joven hace para merecer el castigo de su Papá. La clase de Papá con doble moral que por otro lado se enorgullece cuando su hijo se pone una borrachera y va a su primer putero. Lo sorprendente es que Papá Estado lo hizo bien. Se cubrió de laureles con la libertad de expresión y el derecho a huelga, nos llenó la cabeza con comerciales de la tele aderezados de progreso y crecimiento económico, consiguió hacer creer a muchos que fumarse un gallo es peor que comer ratas crudas, y mientras tanto sigue haciendo con nosotros lo que se le da la regalada gana. Ojalá hoy tuviéramos las agallas de plantarnos como lo hicieron esos jóvenes hace cuarenta años. La cosa es que ni siquiera hace falta. ¿Para qué? Al fin y al cabo podemos hacerlo todo a escondidas…

Eso es lo único que pasa con lo prohibido: que se hace a escondidas. Casi siempre con riesgos. Lo legal por lo menos ofrece elección, alternativas, vías. El aborto es un buen ejemplo de esto.

¿Habría que legalizar todas las drogas? ¿Cómo controlar ese monstruo tan complejo que son las sustancias? ¿Quién las elaboraría? ¿Cómo se venderían? No lo sé. Señores legisladores, esa es su chamba. Es mucho más fácil colgarse de la prohibición y aventarle el paquete al sistema penal y a la Señora Doña Salud Pública que ponerse a discurrir, organizar y regular. Pero no se preocupen. Pueden empezar nada más por el cannabis. Con eso ya tienen para divertirse un rato. Seguramente la principio va a ser un desmadre, pero si no, no sería un verdadero cambio, ¿verdad?

Vivir es un peligro. Por más seguridad que se busque, se procure y se trate de imponer. Estamos en un momento crucial de nuestra historia. O nos dejamos de preocupar por estupideces, o de veras nos va a llevar el diablo. En lugar de pensar a quién nos chingamos y por qué lo encerramos, sería bueno sentarnos a observar la Gran Psicosis en la que habitamos, y decidir si es por ahí que queremos seguir como especie. En un mundo donde a los niños les da diabetes por tragar porquerías pero los que venden golosinas se gastan medio millón en hacer un comercial; donde los individuos miden su valía en función de lo que pueden gastar y consumir, ciegos ante la horripilante destrucción que implica, por más bolsas verdes que usen. Donde los países ricos explotan y agotan a los países pobres, y luego se quejan de los inmigrantes. Un mundo donde casarse entre gays es malo y pesar cuarenta y cinco kilos es deseable; donde niñas de catorce años se operan las tetas o las apedrean por adulterio. Donde se prohibe el condón pero se puede solapar por décadas a un violador de niños; donde se puede jugar X Box en línea con un alemán, un chino y un blega, mientras que el 50% (sí, el cincuenta por ciento) de los habitantes de la Tierra no han hecho ni recibido una sola llamada telefónica. Donde asesinar a otros seres humanos es “necesario” pero la marihuana es el demonio. Un mundo acomodaticio y borreguil en donde seguimos absurda, inconcebiblemente, aceptando con tranquilidad la guerra.

Sin tomar fusiles, a mí me gustaría un mundo de veras libre, inclusivo, respetuoso; donde las leyes sirvan para regular y no para prohibir, donde más gente tenga acceso a más cosas. A experimentar, a quererse, a parir o adoptar o a ninguna de las dos; a vivir, trabajar o estudiar en lo que quiera y donde quiera, a explorar con el cuerpo y con la mente, a viajar con el propio tiempo. Donde la tierra se cuide y se venere. Donde uno pueda hacer tonterías, equivocarse, ponerse al límite. Pero a partir de uno mismo. No de lo que los medios dicen. No de lo que los gobiernos permiten. Un mundo con menos razones y con más cabeza. Con más corazón.

Para terminar, cito a Pata Negra, con un estribillo que es de lo más sabio que he escuchado en la vida:

Todo lo que me gusta es ilegal, es inmoral o engorda.

Amén.

Ah. Y un par de links interesantes...

http://www.erowid.org/

http://www.youtube.com/watch?v=QrY9eHkXTa4


miércoles, 25 de agosto de 2010

Hasta que la Iglesia nos separe

“Una sociedad que sacrifica a sus rebeldes, garantiza su paz pero sacrifica su futuro”.

(Mi papá no sabe de quién es la frase, pero cree que es de Anthony de Mello.)

Ya era hora de prender el radio y oír una buena noticia en este país. Después de un fin de semana de espanto, con cuarenta y siete muertos en Ciudad Juárez y once en otros estados, a media semana llegó un bálsamo: aunque ya se podía desde el 2009, la Suprema Corte dictaminó que las parejas del mismo sexo tienen todo el derecho de adoptar menores en el Distrito Federal. La nota dio para mucho chisme. Tuve la suerte de estar en el coche, transitando Patriotismo, para oír en vivo y en directo las primeras declaraciones del cardenal de Guadalajara, Juan Sandoval Iñiguez, cuando repetía insistentemente las palabras “vida”, “familia” y “valores” en medio de afirmaciones inauditas como que la ciencia ha comprobado que los niñitos se trastornan bajo la tutela de los gays, que Ebrard había comprado a la Suprema Corte, que el Maligno existe y el PRD es su manifestación, y que con sus iniciativas malignas del maligno a favor del aborto, la anticoncepción, etcétera, le hacen más daño a México que el narcotráfico. Alucinante. Dan Brown se queda tarado. El asunto, como todo el mundo sabe, ha derivado en un maratón de La novicia rebelde meets La ley y el orden. Ya se demandaron, ya se contestaron, ya se metió hasta el perico y quién sabe en qué acabe la cosa. Lo que está muy claro es que, de un tiempo para acá, la iglesia católica apostólica romana no deja de hacer el oso.

Por un lado, no debería sorprendernos. Eso es lo que hace la Iglesia, ese es su papel. Entrometerse, husmear, señalar con el dedo, condenar, ser los quitarrisas. La cosa es que esta vez se pusieron de pechito para contestarles.

Sólo por no dejar, ahí va el dato Wikipedia: A 2010, la adopción homoparental es un derecho reconocido en Andorra, Argentina, Bélgica, Canadá, Dinamarca, Guam, Islandia, Israel, Noruega, Los Países Bajos, el Reino Unido, Sudáfrica, Suecia, Uruguay y en ciertos territorios de Australia y Estados Unidos. En Alemania, Finlandia y Francia es legal la adopción del hijo del otro miembro de una pareja de hecho o unión civil. El primero que integró todos los derechos –matrimonio y adopción- fue España, en el 2005; cosa que podría sorprender viniendo de un país católico y franquista, pero que por otro lado no sorprende de un país que siempre se ha cagado en Dios. Lo que pasa en España es parecido a lo que pasa en la ciudad de México: un gobierno de izquierda que llega a promover leyes liberales y progresistas, dejando otros temas de orden básico pendiendo en el aire. No se me entienda mal. A mí me da mucho gusto que se aprueben leyes liberales y progresistas en esta ciudad. Pero en materia de empleo, justicia, educación y del ejercicio cotidiano de la ley, seguimos en el hoyo. Así que, señores legisladores y magistrados, vayan y metan su solicitud de adopción y luego pónganse a chambear, que falta mucho.

Dicho lo cual, antes de empezar con los catorrazos contra los representantes de Dios en la Tierra, vamos a palomear lo obvio. No todos los católicos son estúpidos. No todos los perredistas son malignos. Y seguramente, no todos los gays son buenos. Debe haber un montón de homosexuales aborrecibles por el mundo (aunque hasta ahora no conozco a ninguno), pero debe haberlos, seguro. Bossie, el amante de Wilde, por ejemplo, era un tipo despreciable. A ese yo no le hubiera dado ningún niño en adopción. Aunque era tan narcisista, tan cruel y tan egocéntrico que no se le hubiera ocurrido cuidar a nadie más. Rimboud y Verlaine estaban demasiado ocupados tomándose hasta el agua de los floreros y haciéndose pedazos para pensar en adoptar. De ahí en fuera, por más que lo intento, no logro pensar en ningún gay que me caiga mal o que no le haya dado algo a la humanidad.

En cuanto a los curas. No todos son cerrados, retóricos, aborrecibles, ratas, pederastas, hipócritas, rancios. Hay muchos que están por el mundo partiéndose el lomo en misiones, levantando hospitales, atendiendo niños abandonados y madres solteras, construyendo escuelas. En resumen, haciendo cundir su decisión de no haber tenido una familia propia para rifársela por el prójimo. Mis respetos. La cosa es que ellos no están enfundados en sotanas ni empachándose en cenas opíparas mientras discuten politiquerías viendo qué paja encuentran en el ojo ajeno y solapándose sus guarradas. Tienen demasiado que hacer.

Aclarado lo anterior, entremos en materia. “Vida”, “familia, “valores”: el terceto favorito en los discursos de los voceros de Cristo después de Padre, Hijo y Espíritu Santo y de Papá, Mamá, Hijitos. “La Vida”… ¡cómo se les llena la boca repitiendo esa palabra! Si de veras les preocupara tanto la vida, estarían allá afuera encabezando todas las cumbres y movimientos ambientales. Estarían plantando árboles, salvando ballenas en alta mar o rescatando bebés en las inundaciones, y no condenando a niñas de trece años a una maternidad desastrosa. A propósito de la vida, lo siguiente que yo les preguntaría a estos tipos es a qué hora han dicho algo de que en este país estén asesinando un promedio de cincuenta personas a la semana. Que se sigan matando y violando a destajo en tres cuartas partes del mundo. Pero no. Su única preocupación son los delitos que atentan contra la “perpetuación” de la vida. Es decir, con la azarosa excepción de la eutanasia, los delitos que involucran el sexo. Los anticonceptivos. La fornicación. El adulterio. La sodomía. Pero de veras obsesionados. Es repulsivo. Es ocioso, es perverso.

Segundo término favorito de los obispos, cardenales, arzobispos, presbíteros, diáconos y feligreses que los acompañan: “familia”. Para empezar, nunca he entendido qué tiene que decir de la familia un tipo que, de entrada, decidió que no quería tener una. Tan lejanos están estos personajes de la realidad de la gente, que pareciera que no tienen ni idea de que la familia, como tal, es una cosa que se da por pura suerte. Que el que haya un óvulo y un espermatozoide no es garantía de absolutamente nada. Mucho menos en tiempos donde óvulos y espermatozoides se guardan en congeladores, se inseminan en laboratorios y se implantan en vientres de alquiler. Y dejando a un lado la tecnología reproductiva, desde el principio de los tiempos, ese espermatozoide siempre pudo ser de alguien que no es necesariamente el “padre”. A veces es del tío. O del vecino. O del lechero. Se les olvida que cientos, millones de veces, esa madre pudo no estar. Se pudo morir, largar, desafanar. Y entonces la madre es la tía. O la comadre. O el hijo mayor. En mi infancia visitaba con frecuencia la casa de una amiga cuya familia siempre me sorprendió. Ella vivía con su tía abuela, a quien llamaba “mamá”; una tía, una prima, y su bisabuela octogenaria. En la casa de junto vivía su abuela con tres hijas solteras y un hijo también soltero: el padre de mi amiga. Todo funcionaba con relativa armonía. Es curioso que esta amiga se haya terminado casando con un judío. ¿Qué diría Freud? Otra amiga me contaba hace poco una historia increíble sobre su abuelo. A los nueve años era el jefe de la casa. Una casa donde vivían él, su abuela de 65 y su bisabuela de 80. Esa era la familia. Y es que LA familia, este concepto que la iglesia se empecina en catalogar de universal, no existe como tal. Claro como el día y la noche, como los callos. Hay tantas familias como grupos de rock. La mayoría tiene una guitarra y una batería; de ahí, las variables son incontables. Y ante esa realidad, nada compleja, nada filosófica ni ambivalente, esta gente parece estar cegada. Como dándose con un ladrillo en la cabeza asegurando que es un sombrero. La familia debería ser, cuando menos, el grupo de personas donde uno se siente protegido, del que se siente parte. Hay veces en que ni siquiera eso sucede. Hay gente que nace sin familia o que la que tiene es un horror, y se la tiene que buscar por su cuenta. En esta absurda necedad por la trinidad mamá/papá/hijos, a estos señores parece olvidárseles que la adopción no existiría ni siquiera como término si no hubiera gente que no quiere o que no puede conservar los hijos que engendra. Se les olvida su propia historia. ¿O me van a decir que todos los curas del mundo vinieron de familias "normalitas" y funcionales?

Otra cosa que es increíble de esta ignorancia y este desapego, casi diría esquizofrénico, de la realidad del mundo, es cuando los católicos escriben o hablan. Me metí, por puro morbo, a la página de Provida. El discurso pareciera coherente, pareciera articulado; pero repasando los párrafos uno descubre que es completamente hueco, sin sustento y sin puerto. El único “argumento” que encontré en contra de la adopción gay fue este asunto de la “discriminación” que ésta supone frente a las parejas de heterosexuales que llevan años tratando de adoptar. Un argumento infantil y vago por donde se mire, pero eso sí: aderezado al infinito con la multimentada palabrita ésta de los valores, que jamás explican. Tanto la repiten, que decidí refrescarme en la catequesis para recordar cuáles son esos mentados valores, y por qué en seis años en escuela de monjas, ninguno se me pegó. Después de navegar por varias páginas católicas, no encontré nada parecido a un listado, pero sí largas parrafadas de quejas contra la falta de valores en nuestra sociedad. Finalmente encontré este texto en catholic.net:

“Surgen así los valores cristianos que Cristo nos dejó
 consignados en su mensaje evangélico. 
Quizás su mejor resumen sean las bienaventuranzas que nos presentan una radiografía de lo que debería ser el corazón del hombre
 evangélico: la pobreza de espíritu, la mansedumbre, la misericordia, la pureza de corazón,
 la búsqueda de la paz y de la justicia, la paciencia de frente a la persecución.

Junto a las bienaventuranzas, los Evangelios subrayan también la importancia de
 algunas actitudes que Cristo exige de sus discípulos: la fe, la confianza absoluta en la
 Providencia, la humildad, la sencillez, la capacidad de llevar la propia cruz, la abnegación, 
el perdón de los enemigos y, sobre todo, el amor mutuo que es el distintivo que caracterizará
a quienes quieran seguirle.”

Casi me voy de espaldas cuando veo que el autor de tan elocuentes palabras es nada menos que el padre Marcial Maciel, L.C. 

Creo que lo único que cumplió ese desgraciado fue lo de la pobreza de espíritu.

Ya entrada en gastos y por no dejar, hice un ejercicio. La generosidad, la consideración, la cortesía, la tenacidad, la persistencia, el trabajo, la tolerancia, el sentido de responsabilidad, la honestidad, el respeto, la apertura, la solidaridad, el no ser rencoroso (no sé si haya una palabra para eso); la amabilidad, la voluntad, la congruencia, el sentido del humor, la paciencia, el cuidado y la lealtad, son las cualidades por las que yo apostaría en un ser humano. (La palabra “valores”, para acabar pronto, me caga).

Tengo un amigo que ostenta cada una de estas cualidades en grado superlativo. Oscar forma parte de una familia no tradicional. Sus padres se divorciaron, se volvieron a casar y él vivió muchos años con su hermana. Tiene tías solteras, sin hijos, y otra con hijos adoptivos. También tiene dos medios hermanos. Y todos, del primero al último, se quieren. Profundamente, incondicionalmente. Oscar adora a sus sobrinos, y varias veces me ha dicho que resiente el no poder tener hijos. Sería un padre fabuloso. Lo malo es que ahora que podría adoptar niños en el Distrito Federal, vive en Australia. Y vive ahí porque este país no le daba lo que buscaba. Un vivir bien. Moverse con libertad y sin miedo, tener espacios urbanos y públicos funcionales, un sistema legal ágil, un gobierno ocupado en lo que tiene que hacer, una seguridad social que sí responde, un trabajo bien remunerado, donde no tiene que ocultar que es gay. Qué lástima.

Ahora, vamos a lo escabroso. ¿Por qué los homosexuales no pueden ser madres/padres? El argumento insoslayable de la iglesia y sus seguidores es que la homosexualidad es “anti natura”. ¿Qué diablos significa eso? Si tanto les molesta todo lo que no es “natural”, ¿por qué no se meten con las fibras sintéticas y la comida procesada? ¿Por qué no condenan los respiradores artificiales y las cirugías plásticas? Vamos a desglosarlo un poco. En el diccionario, la palabra “naturaleza” no tiene antónimo. Lo tiene la palabra “naturalidad”, cuyo antónimo es la hipocresía y la artificiosidad. Adjetivos que, por cierto, me sonaron muy adecuados para una institución que niega su propia naturaleza humana como punto de partida. María era virgen. Jesús no se murió. Desde ahí, jodido el asunto. Y los que quieran entrarle de lleno, castrados. Digo, castos. ¿Pero no era justamente esto de reproducirse y perpetuar la vida lo que más preocupa y atribula a los hombres de Dios? Sobre todo tomando en cuenta que la castidad no fue instituida sino hasta cuatro siglos después de la muerte Y resurrección de Jesucristo. Qué confuso, todo. Cuánta fe se necesita para entenderlo… A continuación, un dato sobre la sodomía que estoy segura que todos los hombres de Buena Voluntad ignoraban: el empleo alternativo de los orificios anatómicos no es exclusivo de los gays. ¡Oh! ¡Qué inmoral! Incluso es bien sabido que hay muchachitas católicas que en aras de seguir siendo “vírgenes”, le dan primero al de detroit. ¿Les parece perturbador? Pues esas son la clase de cosas que sus mensajes confusos y ambiguos ocasionan. Y el mensaje central es que todos nos vamos a pudrir en el infierno. Del primero al último. Porque incluso los niñitos que andan explorando y sintiendo rico en sus fufulines, están condenados porque resulta y resalta que el sexo y todo lo que tenga que ver con él, existe y sirve exclusiva y únicamente para PROCREAR, y cualquiera que no use el sexo para procrear va en contra de la naturaleza. (A todo esto… ¿qué tenía que ver la naturaleza con el infierno? Oh, qué misteriosas e insondables son las enseñanzas del Señor…)

Que la homosexualidad existe desde que el mundo es mundo, lo debería saber hasta el más obtuso e ignorante de los sacerdotes de este congal. Pero más allá de la preferencia sexual, está esto otro: no somos perritos, señores. Tenemos fantasías, ideas, imaginación. Además de aparearnos, hacemos otras cosas. Jugamos, deseamos, nos enamoramos. Es decir, además de seres sexuales, somos seres eróticos. Aunque claro, esto seguramente tampoco lo sabían, porque ellos no se imaginan ni fantasean nada, nunca, ni lo mande Dios. Pero démosle chance. Un cura de éstos “open mind” de los que dan pláticas de pareja (¿!) seguramente diría que sí, que el erotismo y todo eso está muy bonito, pero dentro del matrimonio. Vale. ¡Entonces dejen casarse a los gays! Ah, no, ¿verdad? Porque no pueden tener hijos… pero esperen un momento… ¡ya pueden! No, nonono, pero tienen que ser de ellos. De su sangre, de su carne, a su imagen y semejanza. Oigan, pero… ¿y entonces una pareja heterosexual que no puede tener hijos propios? Este… este… valores. Hay que tener muchos valores. Y fe. Mucho de eso.

Como sea. Señores católicos, las leyes de la naturaleza son anárquicas, imponentes e incomprensibles. La explosión de los volcanes y la formación de los tallos, las hojas y los géiseres nada tiene que ver con que dos hombres o dos mujeres se gusten. O sí. Lo que nada tiene que ver con eso, es Dios. O no como nos lo imaginamos. Tengamos un mínimo de sensatez y sentido común, por piedad. Hace QUINIENTOS años que Copérnico nos dejó clarísimo que no somos el centro del universo. Somos una pelotita ínfima, diminuta, flotando en medio de trillones de estrellas y años y milenios y gases y planetas y quién sabe qué más. No podríamos ni empezar a imaginarlo. Si acaso hay un ser, una fuerza, un algo, lo que sea, que está detrás y alrededor de todo eso, ¿de veras creen que está pendiente de si alguien come carne un viernes santo o cuánto dio de limosna o quién se coge a quién? ¿Es posible que más de un millón de personas en este planeta puedan afirmarlo? No me extraña que nos estemos yendo derechito al carajo. Y no sólo es la iglesia. Es que hay gente, con hábitos o sin ellos, que piensan que pueden atorarse a quien sea, embolsarse el dinero del vecino o de un país entero, desforestar, contaminar y mandar matar a quien amenace su carísimo patrimonio, porque siempre y cuando se confiesen y comulguen, todo está bien. ¡Qué peligro! Eso sí que es un peligro para la nación. (¡Peor que le narcotráfico!) Lo único que va a ocasionar la perpetuación de esta escoria en el mundo, es nada menos -qué ironía- que la destrucción garantizada de la vida. En todas sus formas.

Y ya entrados en gastos, esto va para todas las religiones. Marx lo tenía clarísimo. Y Nietzche. Pero no sólo son el opio del pueblo: las religiones son el aparato discriminatorio más rampante de este planeta. Cualquier persona, cualquier grupo de personas, que crean que poseen LA verdad porque DIOS se los dijo, a ellos y sólo a ellos, y todos los demás están idiotas, y les da permiso de imponer esa verdad a costa de lo que sea, son una amenaza más aterradora que cualquier virus y que cualquier misil. Nada más hay que hacer cuentas y ver cuántos muertos cargan los dioses de la historia a sus espaldas. Y aunque últimamente nos han metido en la cabeza que el islamismo radical está de miedo, no nos equivoquemos: la lógica es exactamente la misma. Si existe el Mal en esta Tierra, es éste.

Dios es el nombre que se le da a un autoritarismo que no puede imponerse por sí solo. Y el tema del autoritarismo siempre se reduce a lo mismo: el poder. Conservarlo. Amarrarlo. Y para que se conserve el poder, se tiene que conservar un orden de las cosas.

Volviendo al tema de los gays (que nunca hemos abandonado), Elisabeth Roudinesco lo explica muy bien:

“El gran deseo de normatividad de las antiguas minorías perseguidas siembra el desorden en la sociedad. Todos temen, en efecto, que no sea otra cosa del signo de decadencia de los valores tradicionales de la familia, la escuela, la nación, la patria y sobre todo la paternidad, el padre, la ley del padre y la autoridad en todas sus formas. En consecuencia, lo que perturba a los conservadores de todos los pelajes ya no es la impugnación del modelo familiar sino, al contrario, la voluntad de someterse a él. Excluidos de la familia, los homosexuales de antaño eran al menos reconocibles, identificables, y se los marcaba y estigmatizaba. Integrados, son más peligrosos por ser menos visibles.”

En otras palabras, mientras los homosexuales hagan sus “guarradas” escondidos y en la clandestinidad, no sugieren ningún peligro real. El peligro es que se integren a la sociedad y desde ahí cuestionen la Autoridad y la desarticulen.

(El libro se llama la La familia en desorden y a los representantes de Dios en la Tierra podría interesarles. Viene todo. Desde Edipo hasta el establecimiento del matrimonio por amor en los países “avanzados” del siglo XVIII, pasando por la estrepitosa caída del Padre hasta la inseminación artificial).

Esta cita de Roudinesco me recordó otra. “Si los hombres perdemos las pocas fuentes de superioridad que tenemos, vamos a empezar a hacer cosas indignas”. Eso lo dijo en los años cuarenta Aquiles Elordy, un diputado del PAN, como argumento para no otorgar el derecho a voto a las mujeres en México. Sí, caray… qué miedo da que las minorías ganen poder, ¿verdad?

Lo siguiente que voy a decir va a sonar a una barbaridad, pero la verdad es que tiene su punto triste el que los homosexuales, lesbianas, transexuales y transgénero se integren del todo a la sociedad. Una vez mi amiga Jasmine, lesbiana, de Montreal, me contó que el día que se aprobó la unión civil para los homosexuales por allá, salieron cinco pelados a las calles. Un porcentaje ridículo contra la cantidad de gente que se congregaba para las protestas y el reclamo de derechos. Sería muy triste que los gays perdieran todo el sabor de su sentimiento de minoría, de lucha, que al contrario de otras minorías más “enojadas” y más solemnes, tiene este punto lúdico y estridente con sus desfiles multicolor y sus besos en la calle al son de “Love is in the air”. Sería una pena que se volvieran serios. Que se volvieran rígidos. Que se volvieran… conservadores. Como los homosexuales que apoyaron a Geert Wilders, el político de derechas que promovió toda clase de amonestaciones, multas y bloqueos migratorios a los musulmanes en Holanda. Aunque también es verdad que los musulmanes estaban golpeando más gays en las calles que sacos en un ring… Sí, la humanidad es muy complicada. Mucho. Lástima que no haya Dios que nos vaya a venir a salvar. Ni modo.

Ya por último. Con el argumento anti-natura medio tambaleante, los representantes de la iglesia se vuelven de pronto expertos psicólogos, sociólogos y pedófilos, digo, pedagogos, y opinan que los hijos adoptivos de parejas homosexuales van a tener muchos problemas de identidad y de adaptación social. Eso, si no resultan ¡qué horror! homosexuales también. En mi humilde opinión, tal vez los hijos de familias homoparentales salgan medio hechos bolas y los muelan en la escuela (cada vez menos conforme se legitimice y se acepte la homosexualidad). Tal vez salgan medio histéricos, fans de los musicales y de la ópera. Igual les salen transas, bipolares, sacerdotes. Tal vez, como recién escuché, ¡hasta les salgan bugas! Pero al menos serán los hijos de dos personas que tomaron la decisión. Convencidos, dispuestos, con ganas. La vida no será ni más ni menos complicada que la de cualquier niño nacido y criado por un hombre y una mujer, católicos, casados, que sean sus verdaderos padres. Ese fue mi caso y llevo diez años en psicoanálisis…


martes, 29 de junio de 2010

El Juego

Una vez mi amiga Claudia y yo escribimos un corto que se perdió por ahí. Era el tránsito de un encendedor a través de varios dueños, y el tema de fondo era perder. Perder el tiempo. Perder peso. Perder el camión, el avión, el lugar. Perder la chamba. Perder la chance. Perder la cabeza. Perderse. Me perdí tres horas. Me perdí en tus labios. Perder las llaves, la mano, la cartera, el partido, el estilo, el sentido.

Si existiera un “perdómetro”, por estos días México estaría ganando. Argentina nos mete una madriza deprimente, esperada pero chafa y mal arbitrada: el mundial, como cada cuatro años, se nos queda sin sal y sin chiste en su recta final; luego (bueno, antes), se nos muere el único tipo que era capaz de pensar este país y de pensarlo con lucidez y claridad; y hasta que matan a un candidato a gobernador, alguien medio que le sube al radio y medio que se entera que en México, de unos tiempos para acá, están matando hasta al perico. Y que se va a poner peor.

La de México es una historia de pérdidas. Hemos perdido el territorio no una, muchas veces. Lo que ganamos con grandes movidas “nacionales” como la expropiación petrolera o nuestra oriunda constitución lo perdemos en burocracia, nepotismo y estupidez. En unos meses nos vamos a poner gorritos tricolores y a echarnos espuma en la cara para festejar que hace cientos de años ganamos una o dos revoluciones que no ganamos, porque lo que pasó es que las cedimos. Y ahora un promedio de quince personas a la semana están perdiendo la cabeza (sin metáfora) para ganarles a unos cabrones imbatibles. El único que gana consistentemente en este país es Carlos Slim. (Pero hasta donde sé, sólo dinero).

Volviendo al fútbol, mi amiga Marcela Lizárraga se aventó hace unos días una disertación atinada e intensa (como suelen ser sus disertaciones) sobre el “loserismo” mexicano. Desde que nos conquistaron los gachupines seguimos agachando la cabeza, agüitándonos a la mínima. No tenemos la mentalidad ganadora, llegan unos más blancos / güeros / altos / mamados y en lugar de meterles goles nos mordemos el rebozo y nos ponemos a limpiarles la mesa y a decir “lo que se le ofrezca”, “esta es su casa”, “con favor de Dios, “a sus órdenes”, “para servirle”, “con permisito”, “le echamos ganas”, “ahí pa’ la otra”. Pero sobre eso ya disertó largamente Octavio Paz. Y Monsiváis. Y todos lo sabemos. ¿Solución? Para mí, meter al pueblo mexicano a psicoanálisis. Cinco veces por semana durante quinientos años. Y saldría barato.

Pero hablar de pérdidas no siempre es malo. Para nadie es noticia que la dicha se mide por contraste. A ver… ¿quién nos quita ese triunfo sobre Francia hace dos jueves? ¿Quién? En ese partido ganamos el mundial. Fue una alegría, una fiesta. Todos supimos que ese era nuestro partido. Que ese sería nuestro gran triunfo en Sudáfrica, aunque quisiéramos pensar (aunque siempre queramos pensar) que vamos a llegar a más. Pero ya lo dijo el maestro Sabines:

Entreteneos aquí con la esperanza.

El júbilo del día que vendrá

os germina en los ojos como una luz reciente.

Pero ese día que vendrá no ha de venir: es éste.

México no está acostumbrado a las alegrías duraderas; somos una nación de goces efímeros. Tal vez por eso nos gusta tanto el fútbol. Y tal vez por eso somos tan “alegres”: porque la mayor parte del tiempo somos miserables.

El juego, el perder o ganar, es una idea tan indispensable en el nuestro imaginario colectivo (no sólo el de los mexicanos: el de toda esta especie), que nuestra narrativa está casi por entero basada en ello. Como con casi todo, fueron los griegos los que echaron a andar la maquinita. Aristóteles sentó las bases para la tragedia, sobre las que luego todo el mundo teorizó y se volvieron la estructura elemental para todo lo que fuera drama (o acción dramática, para no confundir con el género en sí). Uno de los conceptos claves del drama es el término griego agon, del que surgen las palabras protagonista y antagonista, quienes en cualquier historia (desde el romance hasta la ciencia ficción pasando por la intriga policíaca) básicamente se dedican a desear y a tratar de obtener algo que se contradice. Agon viene de agonia, que singnifica “juego competitivo”. De este modo, el drama no es más que una especie de partido de fútbol que va creciendo en tensión. El único requisito (que no siempre se cumple) es que sea un juego donde tanto el protagonista como el antagonista tengan iguales oportunidades de ganar: que sean dignos oponentes. Sólo si las fuerzas están niveladas, tendremos un conflicto verosímil y una trama interesante. Estos preceptos aplican desde Medea y Hamlet hasta Blancanieves y Shrek 1, 2 y 3.

Y van más allá.

En el argot “guionístico” existe un concepto indispensable a la hora de construir tramas. Faltando unos veinte o treinta minutos para que acabe la película (o unos diez para que termine el episodio), todos los guionistas sabemos que llega el momento de construir un algo que se denomina todo está perdido. Así, tal cual. Es el momento en que los malos capturan al héroe, en que los amantes se separan por una terrible confusión, en que el zombi está a punto de matar a la única sobreviviente del campamento juvenil. Es gracias a ese momento –el momento en que todo está perdido- que cobra sentido todo lo que sigue después: los minutos antes de que acabe la película donde el héroe logra escapar y chingárselos a todos, en donde el amante llega milagrosamente al aeropuerto para detener y retener a su chaparrita, donde la sobrevivienteadolescente, con las vísceras ya medio colgando, logra tomar el hacha y matar al zombi. Es decir, el momento en que todo se recupera, se revierte, se reivindica, se gana.

Así ocurre a veces en la vida. La mayoría de las veces, no. Empezando por aquello de antagonizar con oponentes dignos. El problema es que la ficción nos ha enseñado a que así debería ser. Y a veces vamos por la existencia actuando como si esto de veras fuera una película donde los éxitos y los fracasos son calculables y categóricos. Donde los árbitros son justos. Donde no existe el azar.

Creo que hay pocas cosas que le hagan más daño a ser humano como los abominables términos imperialistas de winner y loser. A causa de palabras como esas hay gente deprimiéndose, canibalizándose y asesinando a sus compañeritos en las escuelas.

Felizmente la vida real no se mide con marcadores, aunque así lo parezca. Aunque haya gente odiosa que aparentemente gana siempre y otra a la que siempre (¿siempre?) le va de la fregada. En el fondo todos sabemos que el ganar y el perder puede ser tan grata como desastrosamente relativo. Y además, hay ocasiones en que uno no sabe si ganó o si perdió sino hasta mucho tiempo después. El otro día tuve una prueba fehaciente de ello. Abrí el periódico y en primera plana vi la reluciente imagen de un antiguo compañero de talleres literarios. Iba vestido de smoking y abrazaba a González Iñárritu y a Bardem. Antes de eso, hará un par de años, nos topamos y el resumen de su vida era una penosa lista de pérdidas: su mujer lo había dejado, le habían robado la casa, no tenía un clavo, estaba intentando levantar una película pero se le había caído el financiamiento. Esa película figuraba en la primera plana del periódico porque se acababa de ganar el premio como mejor ópera prima en Cannes. ¿Habría ganado si a este hombre no lo deja su esposa y si no toca un punto en donde no tiene “nada que perder”? Quién sabe. Como sea, esta situación me hace pensar en una frase que me gusta muchísimo: el que ríe al último, ríe mejor. (A lo mejor un día terminamos riéndonos de los argentinos, de los gringos y del pendejo de Calderón con nuestra mejor carcajada. Dios mediante…)

Yo no llevo bien lo de las pérdidas. Me las fleto (como casi todos) porque no hay de otra. Lloré a mares cuando terminé la primaria, me tardo lustros en olvidar los amores y hace siete años que suspiro casi todos los días por mis años en el Raval y en Malasaña. Mis cuadernos están repletos de odas a la nostalgia y la melancolía, de desesperación porque las cosas y las horas pasen y nada más pasen, por la imposibilidad de asir. Yo no sé entonces cómo no me ha dado un shock diabético en el lapso de este año que corre, donde mi recuento de pérdidas incluye dos macbooks (una la sigo pagando); mi ipod con varios años de esmerada inclusión musical y todos mis discos; todas mis películas, toda mi bitácora virtual y medio año de notas para un libro. Y tal vez no me ha dado el shock diabético porque el factor ganancia (o el factor alegría, llamémosle mejor así por si acaso), también ha sido considerable. Y tal vez sea por eso que en esta racha, la mayor ganancia de todas ha sido llegar a la conclusión de que la vida nunca corre en un solo carril, sino en muchos carriles simultáneos.

El que me encuentre escribiendo el día de hoy sobre pérdidas no es coincidencia. Creo que ya me estaba tardando. No tengo ganas de hablar, sin embargo, de la pérdida más temible que ronda mis días, y seguramente la que detona todas estas reflexiones. La cosa es que recién me di cuenta de que antes de que mi colección musical desapareciera para siempre jamás, una de las canciones más repetidas en mi Itunes era una de Midlake que reza:

Did you ever want to be overrun by bandits

to hang over all of your things and start over new?

Luego, hace unos días me encontré esto en un diario del mes de noviembre de 2009:

Ahora están con que el mundo se acaba en el 2012. Los mayas dijeron: “Morirán los hombres, morirán los dioses”. Yo encuentro bastante factible que suceda. Sólo que no como nos lo imaginamos. No con maremotos y placas continentales rotando y puentes colapsándose. Pero de que esto no aguanta como está por mucho tiempo, no aguanta. El fin del mundo no me da miedo. Ya me tocó verlo (el mundo) y de todas formas nos vamos a morir. Todos. El que la muerte sea colectiva sólo le añadiría dramatismo, no novedad.

Semanas después:

Todo esto desaparecerá. Estas sillas de plástico, estos costales de café, esas vitrinas, ese toldo, todas estas personas. Ese viejo, esa joven y ese perro. Todo se irá. Es un alivio. Está todo tan saturado, tan cargado, que tranquiliza saber que no tenemos que hacer nada: algo se encargará de limpiar, de depurar, de renovar. Cuánto se antoja pensar en un planeta salvaje otra vez, nuevo, puro. Que se borre todo lo dicho, escrito y pensado. Dejar de preocuparse por permanecer. Por salvar a Bach, a Leonardo y a Shakespeare, las joyas de la corona, los mapas de los fenicios, los frisos y las columnas. Todo está perdido ya de todos modos. Ya no somos esos hombres, y también desapareceremos. Nada puede asisrse. Hay que aceptar la pérdida. Hay que aceptarla. Hay que congraciarse con la finitud de todas las cosas. Solamente una vez amé la vida. Solamente una vez y nada más.

Cuando releí esto me dio un poco de risa porque lo cierto es que si ahora mismo empezara a temblar, todas mis filosofías budistas del desprendimiento se irían por un tubo y yo me cagaría encima. Pero sí hay cierto alivio en abandonarse, de vez en cuando, a la conciencia de que la pérdida irremisible está en nuestra naturaleza. Que arranca desde que nacemos. Que está ungida en cada segundo que suma (o resta) el reloj. Que cada vez que ganamos algo, va de la mano la posibilidad inminente de perderlo. Todo es una pérdida potencial; todo, todos, podrían esfumarse en cualquier momento.

Pero sin esa posibilidad, nada tendría sentido. Por eso despertamos cada día y salimos a la calle y a la vida arriesgando el pellejo como si fuéramos a ganar algo más que experiencias y a perder algo menos que segundos. Salimos a jugar todos los días porque sabemos que el día que perdamos lo único que es de veras indispensable, no lo vamos a echar de menos. Eso es otra cosa que los mexicanos llevamos bajo la piel: no podríamos ser tan igualados y descarados con la muerte si no estuviéramos tan acostumbrados a perder, y a perder tanto.

Hay que jugar. Hay que jugar todo el tiempo. No queda de otra.

Sabines, como siempre, lo dijo mejor:

Alguien me habló todos los días de mi vida

al oído, despacio, lentamente.

Me dijo: ¡vive, vive, vive!

Era la muerte.

jueves, 13 de mayo de 2010

Escenas de La Habana


INT. AEROPUERTO INTERNACIONAL JOSÉ MARTÍ. DÍA

Una incrédula EXTRANJERA (30’s) desciende del avión. Avanza mirando para todas partes, fascinada por la decadencia del lugar, por las faldas muy cortas de las empleadas, enfundadas en medias a cuadros, blancas, negras y café con leche (las empleadas), quienes ríen a través de sus walkie talkies y bromean con los empleados, también multicolor.

CORTE A:

Al salir rodando su maleta, la extranjera es de inmediato abordada por un TIPO (30’s), panzoncito, carismático; la clase de hombre entrenado para infundir confianza. Le ofrece un taxi.

TIPO: ¿De dónde viene?

EXTRANJERA: De México.

TIPO: ¿Sonora, Tamaulipas, Tampico, Monterrey, Guadalajara, Yucatán, Zacatecas…?

EXTRANJERA (sonriendo, encantada): De la capital, del D.F.

Luego anuncia que tiene que cambiar dinero. El tipo la espera. La extranjera cambia 100 dólares, equivalentes a 80 y pico CUC (peso cubano convertible). Cuando se aleja con el tipo de los taxis, éste aclara:

TIPO: El viaje le cuesta 46 ceucé.

La extranjera se paraliza.

EXTRANJERA: ¿No hay transporte público? (El tipo niega) ¿Otras tarifas?

El tipo la dirige a un automóvil amarillo, desvencijado, que conduce un negro robusto. Antes de meter su maleta a la cajuela, aclara, casi ofendido:

TIPO: Aquí no hay tarifas, señorita. Esto es socialismo.

EXT. CALLE DEL OBISPO. DÍA

La extranjera y otros dos EXTRANJEROS (Extranjero 1: 30’s, pestañudo, muy bronceado por el sol; Extranjero 2: rubio, enorme, australiano de origen), caminan bajo una incipiente lluvia. La calle es peatonal, transitadísima; conviven cafés y tiendas para turistas lo mismo que establecimientos (oficinas, escuelas, salones de belleza) salidos de una revista color sepia de 1958. Los árboles florales rompen las fachadas de un par de edificios cayéndose a pedazos.

Los extranjeros se meten en un café.

INT. CAFÉ PARÍS. DÍA

El café es oscuro, maderoso y decadente, tal y como a la extranjera le gustan los cafés. Además es el primer café que se toma en el viaje. Al primer sorbo, supera sus expectativas. Todo marcha de maravilla, excepto que Jennifer López suena en la tele y en las bocinas del local a todo volumen. Luego entra un trío de salseros. Los extranjeros piden unas tostaditas de queso para desayunar. Extranjero 1 no se las puede comer porque tienen demasiada cebolla. Cuando el trío salsero se va y regresa Jennifer, los extranjeros salen despavoridos.

EXT. PARQUE CENTRAL. DÍA

Los extranjeros hacen turismo del más burdo y vergonzante. Le toman fotos a los coches de modelo antiguo. Le toman fotos al capitolio y a los edificios. Le toman fotos a las iglesias. Le toman fotos a las masas reunidas en la plaza, hombres en su mayoría, que manotean y se quitan la palabra hablando, según entienden los extranjeros, sobre electrodomésticos y béisbol. De pronto, son abordados por un señor. Desde luego, muy charming.

CONDUCTOR: Where you from? I’ll show you Habana Vieja like you never seen. If no, I give you the horse.

EXT. CALLES DE LA HABANA VIEJA. TARDE

El caballo repiquetea. Los tres extranjeros viajan a bordo de una calandria. El CONDUCTOR es un hombre de cincuenta y tantos años, con ojos claros y sombrero, que lo traduce todo al inglés, fuma compulsivamente cigarrillos Monterrey (tabaco negro, sin filtro), y le gusta alardear que las llamadas que recibe en su celular son de “sus mujeres”. Los lleva bordeando toda la Habana Vieja; les enseña el hotel donde vivió Hemingway y después se hospedó Sting, la casa de José Martí y la estatua de Agustín Lara. Se detiene en un restaurante.

CONDUCTOR: Aquí van a comer espectacular. Langosta, camarón… ¿Les gusta la langosta, el camarón?

Cuando entran todos al restaurante les explican que hoy sólo hay cerdo.

CORTE A:

El conductor para en una pequeña tienda donde se vende “el mejor ron de Cuba” Los extranjeros lo prueban. A la extranjera le gusta. Compra dos botellas y tres paquetes de café molido para regalar.

CORTE A:

El conductor los lleva a un expendio de puros. La extranjera compra una caja de puritos Cohiba.

EXT. CAJERO AUTOMÁTICO. DÍA

A la extranjera se le han terminado los CUC’s. El cajero rechaza sus tarjetas. Al indagar en el banco, le explican:

EMPLEADA: Su banco tiene un convenio con Estados Unidos. Con esas tarjetas no puede disponer de dinero, acá.

La extranjera, consternada, cambia los pesos mexicanos que de pura suerte lleva en la cartera. No compra un solo regalo más en el resto de la vacación.

INT. BAR. NOCHE

Los extranjeros esperan. El lugar de baile no abre sino hasta las once y son las diez treinta. Éste es un local a dos puertas. Es un bar pero parece heladería. Venden pizzas. Los extranjeros se comen una entera y se toman ocho mojitos. (Seis se los toma Extranjero 2). Mientras, la extranjera gira la cabeza como el exorcista para aprehender la fauna del lugar. No hay turistas. Van entrando, sobre todo, cuartetos y quintetos de mujeres. Todas negras y mulatas. Todas con atuendos atrevidos, de colores audaces. Todas van a bailar. La extranjera se siente de pronto ridícula con su falda arriba de la rodilla y su blusa con mangas. Al menos la blusa tiene un poco de escote.

INT. CASA DE LA MÚSICA. NOCHE

Los extranjeros esperan más. El grupo de la noche no comienza a tocar sino hasta las 12. Los extranjeros se entretienen bebiendo más mojitos y daiquiris. No dejan de mirar a una negra despampanante que lleva unos shorts blancos con unas piernas tan largas que rompen el piso, y que se contonea como una auténtica diosa de la fertilidad. Al tercer daiquiri, la extranjera declara:

EXTRANJERA: En mi siguiente vida quiero ser negra. Y bien zorra.

CORTE A:

Los extranjeros bailan. Y bailan.

INT. TAXI. DÍA-NOCHE-TARDE-AMANECER

Todos los taxistas de la Habana son iguales a casi todos los cubanos. Agudos, orgullosos, echados pa'lante. Todas las conversaciones son idénticas. Hablan con la soltura de quien está acostumbrado a recibir las mismas preguntas y responderlas mil veces. No, Fidel ya no circula. Sí, Raúl es muy estricto. El nieto de Raúl es el que viene. Es más liberal. Nadie habla realmente de su condición, nadie se queja. Admiten que hay una “mala economía”, nada más. Y todos dicen que el CUC les afecta igual a ellos que a los extranjeros. Los extranjeros no terminan de creerles.

EXT. PLAZA DE LA REVOLUCIÓN. DÍA

Los extranjeros descienden de un taxi.

Los extranjeros se toman una foto frente al monumento dedicado a José Martí.

Los extranjeros se toman una foto frente al edificio donde está Ernesto Guevara y su famosa frase “Hasta la victoria siempre”.

Los extranjeros se toman una foto frente al edificio donde está un señor de turbante que no saben quién es y que alguien les aclara se trata de Camilo Cienfuegos.

Los extranjeros toman un mototaxi y se van a tomar mojitos y a fumar un puro al Hotel Nacional.

EXT. CALLES DEL VEDADO. DÍA

El viento le trepa el vestido a la extranjera hasta el cuello. El día es perfecto. El sol centellea. Cada casa es un sueño; las que tienen columnas, las que tienen terrazas, las que tienen persianas de madera y las que tienen patios; las que se caen y las que no. Cada árbol y cada palmera de cada calle corta el aliento. A la extranjera le suenan las tripas.

INT. PALADAR LOS AMIGOS. DÍA

A la extranjera le da tiempo de fumarse tres cigarros antes de que lleguen los platos. No le importa. La cerveza Cristal se le sube rápido a la cabeza y está feliz de que aquí sí se fume, donde sea, en interior. Los tres comen platos de ropa vieja, cerdo frito, yuca, arroz y frijoles. Ellos no lo saben, pero esta es la mejor comida que harán en la vacación.

INT. HELADOS COPPELIA. DÍA

Los extranjeros se brincan tres colas kilométricas. La extranjera, que ha visto gente haciendo cola para las cabinas de teléfono, para el transporte y para quién sabe qué más pero para todo, asegura:

EXTRANJERA: Seguro están esperando el camión.

Es así como involuntariamente los tres se encuentran en cuestión de diez minutos, y no dos horas, en una mesa de la heladería más famosa de la Habana. No parece heladería. Más bien parece escuela, iglesia, oficina pastoral. Los extranjeros son los únicos extranjeros que ocupan una mesa.

EMPLEADO: Hay vainilla, fresa y chocolate.

También hay pastel. Los extranjeros piden de todo y esperan. Y esperan. Y esperan. Y mientras esperan, son testigos de la escena más insólita. En la mesa contigua, una mujer pide algo así como dieciocho bolas de helado de chocolate. En cuanto el empleado se va, la mujer las echa, una a una, en una bolsa de plástico. Al cabo de un rato repite la operación con bolas de vainilla. Para cuando llegan los helados de los extranjeros, sólo queda fresa y chocolate. A la extranjera le saben a helado de su infancia, como del Tom Boy.

EMPLEADO: Son dieciséis.

A los extranjeros les parece carísimo. Sobre todo después de haber visto a esa mujer embolsarse –literalmente- aquellos helados como si los regalaran. El empleado explica:

EMPLEADO: Son cinco por cada helado y uno del pastel.

Los extranjeros pagan dieciséis pesos convertibles cubanos. Se van de ahí con la sensación de haber sido estafados. Así ha sido, en efecto. El helado cuesta cinco pesos cubanos, el equivalente a 10 centavos de la famosa moneda convertible.

FLASH FORWARD:

TAXISTA: Él les sirvió un helado de listo y ustedes se comieron un helado de tontos.

INT. CAFÉ TABERNA. NOCHE

EXTRANJERA (O.S.)

No le hagan (siempre) caso al Lonely Planet. La antigua “casa” de Benny Moré es ahora un local bonito pero avinagrado donde el grupo de son se calla demasiado temprano y la langosta mariposa sale barata porque está como piedra y sabe a pollo.

INT. TERRAZA HOTEL. NOCHE

Cuatro negras rompen bocinas y caderas en el lobby. Una en el piano, otra en las percusiones, otra en el bajo y otra al micrófono. Son buenísimas. Buenísimas. Han conseguido poner a bailar a más de un carcamán europeo y a su esposa descoordinada. La extranjera, sin embargo, se encuentra muy lejos del barullo, en la mesa más apartada de la terraza a donde alcanza a llegar el Internet inalámbrico.

TRANSICIÓN:

1:30 a.m. La extranjera cierra la tapa de su computadora. Ha terminado de corregir un guión. (Trabajar en las vacaciones es su maldición; ya se acostumbró). Se estira, satisfecha; guarda sus cosas y se levanta. En la mesa hay dos tazas vacías de café. (Cubano).

INT. HOTEL – HABITACIÓN. NOCHE

5:30 a.m. La extranjera se levanta al baño por vez número 8 en cuatro horas. No ha pegado ojo. Está hecha un lobo rabioso y golpea con desesperación la pared de azulejos. No ayuda que Extranjero 1 y Extranjero 2 den vueltas en las camas contiguas y balbuceen en australiano.

EXT. HABANA VIEJA – CASCO ANTIGUO. DÍA

La extranjera tiene toda la tarde para ella sola. Extranjero 1 y Extranjero 2 salieron temprano a tomar un tren para conocer algo de las “afueras”. La extranjera decidió quedarse y dormir al menos dos horas que al final fueron cinco. Arranca en la plaza de Armas. Se está un buen rato viendo los libros viejos. Todos son clásicos de la literatura universal o de socialismo. También hay postales. Todas son de Fidel o del Che. La extranjera compra tres.

CORTE A:

La extranjera visita la catedral de la Virgen María de la Concepción Inmaculada, mejor conocida como la Catedral de la Habana.

CORTE A:

La extranjera visita la plaza Vieja. Toma video.

CORTE A:

La extranjera visita la plaza de San Francisco. Habla con otro conductor de calandria, éste negro y con mucho acné, quien le pregunta si no quiere un novio guapo, cariñoso, amable, trabajador. La extranjera lo medita.

CORTE A:

La extranjera se detiene en un local de la calle Mesones donde sólo venden pizzas individuales, limonada y “cremitas” de dulce de leche. Pide una de cada una. La EMPLEADA dice:

EMPLEADA: Son diez.

EXTRANJERA: ¿Diez, qué?

EMPLEADA: Diez pesos.

EXTRANJERA: ¿De cuáles?

EMPLEADA (Con un mohin): Cubanos.

EXTRANJERA: Aaaaaah.

Luego de recibir la cifra exacta de 25 centavos CUC, la empleada saca a colación el tema del narcotráfico en México. Está espantadísima. Se imagina que ir a México es garantía de que te corten la cabeza.

EMPLEADA: Aquí somos muy pobres pero nunca se han visto esas cosas.

La extranjera ignora que a pocos pasos, Extranjero 1 y Extranjero 2 han vuelto de su recorrido en tren y se beben unos mojitos en la Bodeguita del Medio, donde una “santera” entra a hacer “bailes extraños”. A la extranjera le hubiera gustado ver eso.

CORTE A:

La extranjera se toma un café en el Café Habana, que hace esquina nada menos que con la calle... ¡de la Amargura!

CORTE A:

La extranjera fuma en una banquita del parque central. Un joven SOLDADO (20) se acerca a pedirle un cigarro. Al ver la cajetilla de Delicados, finge preocupación:

SOLDADO: ¿No eres cubana?

EXTRANJERA (Halagada, pizpireta): No.

SOLDADO: Perdona, es que ahora hay mucho control con lo de acercarnos a los turistas, tú sabes.

La extranjera sabía lo contrario y ya le extrañaba. Ahora ya sabe.

SOLDADO: ¿Y qué te gusta más de la Habana?

EXTRANJERA (No sabe si miente o no): La gente.

INT. CAFÉ INGLATERRA. DÍA

La extranjera se toma un café en la terraza del hotel Inglaterra. Es una belleza. Madera clara, ventiladores y techos altos. Platica con un señor hindú que creció en California y reside en Mérida hace treinta años. La extranjera decide que éste será el último café del día, para poder dormir.

EXT. PASEO DEL PRADO. DÍA

La extranjera camina por el paseo del Prado, o paseo José Martí. Le recuerda a la rambla de Barcelona, sólo que éste es mucho más arbolado y más diáfano. No hay puestos de flores ni estatuas humanas del Hombre Araña ni gringos con cámaras ni loquitos cada tres pasos. Sólo hay edificios bajos, neoclásicos y moriscos, hermosos y derruidos, a los costados; niños jugando al fútbol y poca gente paseando. A la extranjera le dijeron hace muchos años que las fotos donde no sale gente, a la larga no se les presta atención. A ella no le importa y dispara la cámara sabiendo que todo es inútil. Que con gente o sin ella, nada le hará justicia a todo esto.

EXT. MALECÓN. DÍA

Atardece. El malecón comienza a salpicarse de parejitas y grupos de jóvenes que abren botellas de ron y sirven vasos de plástico. La extranjera ya no puede más. Necesita salir en alguna foto de esta tarde. Hay una parejita cerca. Le sabe mal interrumpir porque los enamorados están muy estando, ella recargada en el pecho de él; él sobándole la pancita. Pero toman la cámara de muy buena gana. La foto la hace ella. Le pasa la cámara a la extranjera.

ENAMORADA: Mira a ver si te gusta.

La extranjera mira.

EXTRANJERA: Sí, está muy linda. Gracias.

Y es verdad que le gustó.

Luego se está quieta con las fotos y se pone a ver, nada más a ver, cómo el mar rompe contra la vieja muralla y el cielo se va dorando igual que la ciudad. Y lo único que le consuela de no poder asir todo esto, de saber que lo va a perder de vista para siempre, es lo mismo que la consuela desde que lloraba sin consuelo después de su primer fiesta de cumpleaños, creyendo que nunca se lo iba a volver a pasar igual de bien. Aquella vez, su hermana le dijo:

“Todo lo bueno se termina para que venga algo mejor”.

Y hasta ahora, afortunadamente, se ha cumplido.