sábado, 20 de septiembre de 2008
California Dreaming
EXT. / PEET’S COFFEE & TEA, LARCHMONT, LOS ANGELES, CA. / DÍA
Mi amiga Shanna me dejó aquí para irse a trabajar. Después de cuatro días seguidos de vacación, tuvo que ir a la oficina y mi vuelo de regreso a México no sale hasta tarde en la noche. Shanna es una celebrity publicist, que no es lo mismo que un agent. Un agent te consigue castings, películas, chamba. Un publicista te consigue fama. Apariciones en televisión y en revistas, fotografías en fiestas y pasarelas. No se me ocurre un trabajo más adecuado para esta ciudad. Casi tan adecuado como ser una celebridad. O un guionista. Tal vez fue por eso que Shanna me depositó en este café, el cual es famoso por la concurrencia de escritores de Hollywood que aquí se congregan para trabajar y beber muchos double big crunchy crispy creamy chunky extra big extra light capuchinos. Acabo de constatarlo. No lo de double big crunchy creamy sino lo de la concurrencia de guionistas. Adentro del café hay cerca de 7 laptops abiertas, algunas con el Final Draft, y todos sus ocupantes tienen pinta de no encajar en la vida. Fuera (donde se fuma), en la mesa junto a la mía, acabo de presenciar una entrevista de trabajo. Una escritora con respuestas muy rápidas y sandalias muy feas, le enunciaba con desenvoltura su amplísima currícula a un bronceado productor. Nunca había presenciado una conversación tan ágil, tan inteligente, tan encantadora y tan entrenada. Volaban nombres como Charlize, Jodie y Mathew, y cuando el productor le preguntó a la de las sandalias por su película favorita, me pasmó lo “espontáneo” de respuesta: “(Risitas) no sé si sea mi favorita, pero vi Alien exactamente 36 veces”. Ríe ella, ríe el productor. Al cabo de un rato se despiden de mano, reiterando futuras llamadas. Las sonrisas se esfuman en cuanto se dan la espalda y se dirigen prestos, casi voraces, como un amante reencontrado, hacia sus i-phones. También hay un tipo de boina de lana y shorts, con las uñas de los pies pintadas de negro. Lo acompaña un niñito que es negro todo él, con unas rastas divinas. Hacen juntos la tarea. Todo es tan relax, tan trendy, tan cool, que ya hasta el café se me enfrió.
Los Angeles tiene esa ambivalencia. Lo cool y lo estudiado del cool. Lo maquiavélico. Una de las razones por las que estoy amarrada a esta mesa es porque no quiero caminar un metro más y toparme con otra tienda en las horas que me restan de vacación. Los gringos son unos magos para abrir carteras. Todo está puesto para que te lo pongas y te lo comas y te lo untes. Ahí. Todo parece una oportunidad imperdible, todo parece gritar que no lo encontrarás en otro lado. Todo lo necesitas y NO habrá otra oportunidad. Es EL suéter, es LA cremita, es LA galleta. Se requiere ser a) indigente b) budista para no sucumbir. La calle de Abbot Kinney parece tan relajada, tan chill out, tan californiana con sus casitas bajas y sus porches y sus fachadas pintadas de colores, que uno no pensaría que en sus tienditas encantadoras con vestidos colgados en la calle, hay abrelatas de 100 dólares y sillas de 100,000. El mensaje es: “easy, sé tu mismo, la vida es linda, todos somos hermanos”, mientras el dedo del tío Sam te picotea la espina dorsal para que te metas en el siguiente Victoria Secret.
Los Ángeles tiene un clima de ensueño. Sol que brilla pero no pica ni sofoca, como en las montañas con mar. En esta ciudad nunca llueve. Diez veces ha llovido en los últimos tres años y medio, según reporte extra oficial. Lo extraño es que hay árboles. También hay unas palmeras altísimas y flacas. La costera de Hollywood Beach está bordeada por residencias pequeñas e impecables, con terrazas abiertas al paseo marítimo. El curveado Beverly Hills es como el Paseo de Ahuehuetes, con la diferencia de que los jardines de las mansiones dan a la calle; en Sunset Boulevard sí hay muchas estrellas en el piso, pero ninguna a la vista en persona. Para los caballeros que se lo estén preguntando, tampoco vi rubias en patines. Me hubiera gustado cruzarme la border al Este y ver el contrastante espectáculo de la raza de bronce. Pero aunque me secuestraron los arios, esto no quitó que el 90% de mis interacciones con desconocidos fueran en español. Meseros, tenderos, empleados, todos se dirigen a ti en tu idioma en cuanto te escuchan hablarlo. Esto lo hacen sólo los paisanos de lengua, pero no quita el bonito espejismo de que tu idioma vale estando fuera, como vale el inglés en México. En Los Ángeles hay muuuuuchas autopistas (oops, freeways.) Todo es en coche y cada traslado medio es como ir a Toluca. El único transporte público son unos autobuses que al parecer casi nadie usa: aquí todo el mundo está motorizado, desde el primer magnate de la Paramount hasta el último mojado de Irapuato.
Vine a los Angeles para un encuentro planeado durante varios años. Mis tres amigas volaron desde insólitos rincones del globo tales como el Distrito Federal, Washinton y Metepec para visitar a una cuarta (la publicista antes mentada que vive aquí), y dejaron a sus esposos, hijitas y labores para entregarse a un festín digno de Sex & the City, sólo que sin el sex y en una city sin rascacielos. Lo del festín también es un decir. La edad todavía no acecha en arrugas pero sí en achaques, sobre todo gástricos. Si hace ocho años nos asistíamos para vomitar en un antro, esta vez nos asistimos para no hacerlo con la pura botana, intercambiando fármacos de lo más excitantes. Sin embargo, de la afamada serie reproducimos cabalmente las escenas de juntarse a desayunar, cenar y comer. Mi favorita culinariamente hablando fue en el In & Out, que sólo existe en California y Nevada y sólo tiene tres tipos de hamburguesas, todas buenas y baratas. Lo mejor de esa y de las demás comidas fueron las risas. Imparables, desde el fondo del estómago. De éstas que sólo se ríen con los amigos primarios y desde las completas ganas de estar. Es curioso, pero el único momento de conflicto dramático durante la convivencia tuvo que ver con el tiempo para el consumo.
Shanna me llevó al Peet’s de la calle Larchmont con los escritores publicitando a favor de una invitación suya recurrente: vente para Los Ángeles y trabaja en Hollywood. La verdad es que es tentador. Pero tengo una contraoferta: mejor vente tú para México, sé mi publicista y hazme famosa. A cambio te ofrezco risas primarias y tacos sin tax.
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