El contexto. Hace unos pocos años, circuló cual porro en fiesta del CCH Oriente un video musical titulado “Coyoacán”, pero que pronto comenzó a identificarse como “Coyoacán Joe” por el estribillo de la canción, que así rezaba. Eventualmente, también como Coyoacán Joe se bautizó al cantautor del video, de cuyo verdadero nombre, hasta hoy, que yo sepa, nadie tiene peregrina idea. Luego, en su "homenaje", vino el nombre de este blog.
Cuando vi Coyoacán Joe por primera vez, fue un momento memorable, inflado de goce cruel. Lo mejor vino al final, cuando me puse a leer los comentarios al video. Aquello era el despliegue de mordacidad más atroz jamás visto. Entre referencias a las chichis del cantante y a su falda "escocesa", aderezadas con una interminable retahíla de insultos, hubo una línea finísima que me hizo caerme de la silla de la risa: “Ya no hay temor de Dios”.
Hay un término en alemán intraducible al español que me parece fascinante: schadenfraude, que significa nada más y nada menos que el placer que se experimenta al presenciar la desgracia ajena. Ahí nomás. El video de Coyoacán Joe tuvo más de un millón de visitas. Y sospecho que dicha cifra se arraiga, en buena medida, en esta palabra intraducible del alemán.
Pero vamos por partes. En principio, hay una clara paradoja. El tipo (como se llame) no se ve nada desgraciado en su video. Todo lo contrario. Se le ve desbordado de euforia, pletórico y bailarín. Cito:
Coyoacan Joe es mi nombre
Coyoacan Joe es mi sangre
Coyoacan Joe es mi gente
Coyoacáaaan…
Pero cuando vimos el video, todos lo asumimos: este tipo es un desgraciado. Todos decidimos que padecía serios problemas hormonales, asumimos que lo peinaba su peor enemigo, que tenía una fijación con Chayanne, que su mamá no lo quería, que se ponía las playeras y la falda escolar de su hermanita. Quisimos creer que era un pobre infeliz.
Coyoacán palomas en el kiosco
Coyoacán el organillo y la iglesia
Coyoacán músicos y mimos
Coyoacán pobres y ricos
Ese entusiasmo desenfrenado ya resulta incómodo. Pero lo peor es cuando se pone a enunciar, como en folleto turístico, los atractivos de la zona:
Si Centenario o plaza Hidalgo no te va
Están los viveros, la Conchita y Santa Catarina
El mercado, restaurantes, bares y cafés
cineteca, museos, teatros y libreríaaaaaaaaaaaaaaaaas.
Vamos a ver. Este mes de abril cumplo cinco años viviendo en este barrio. Y me encanta. Pero hay dos que tres cosas en que me veo tristemente obligada a desdecir a Coyoacán Joe:
Primera. En Coyoacán hay dos bares. Dos. La Bipolar, el Mayahuel. Tan-tan. La Coyoacana está constantemente invadida por tunas y mariachis y el Hijo del cuervo no cuenta. El Hijo del cuervo era cool cuando yo tenía dieciséis. Ya está. Segunda. En Coyoacán hay tres cafés. Tres. El mundo del café, La ruta de la seda y el de la Conchita. Todos los demás son a) de calcetín a 28 pesos b) el Jarocho. Que NO es café. Es reflujo biliar en vasos de unicel. Tercera. En Coyoacán no hay restaurantes. Hay merenderos. Cuarta. En Coyoacán hay una librería y media. El Sótano y la que sale en la parte inmortal del video donde no pega la rima y el tío remata con un pasito de… ¿hip hop? (Lo único que el Parnaso conserva de sus viejas glorias son los manteles verdes de la cafetería).
Y quinta:
Diga lo que diga y cante lo que cante Coyoacán Joe, hermanos, en verdad os digo: NO HAY MARCHA EN COYOACÁN. Y quien lo ponga en duda, asómese un sábado cualquiera a las 12 de la noche por el Jarocho de Allende. ¿Qué hace toda la juventud y todos los motociclistas de los derredores congregados frente a un puñetero café? ¿Pre-coctelear? Lo dudo. Aunque cabe la posibilidad de que con cada vaso de unicel pasen grapas o les pongan piquete a los capuchimokas. Habría que averiguarlo. Sexta: A Joe se le olvidó mencionar los árboles tapizados de chicles.
Cierto es que la ejecución del videoclip tampoco ayuda. Todo es desastroso. Desde el vestuario (la mentada faldita, los lentes y el gorro de aviador de los otros “músicos”; el pajarraco prehispánico que lleva él en el cuello, los cuernos de vikingo que se le ocurrió plantarse en la secuencia del “antro”). Y luego, el close up de la ardilla, los “extras” fodongos de la plaza, los niños que lo corretean en el kiosco pero para darle de zapes. Dejemos a un lado el lipsing que no macha y los saltos de eje. A todos nos queda claro que es un video amateur. Pero ese cierre… alejándose meditabundo por las calles y luego cerrando los ojos, lacónico y circunspecto, recargado en una puerta…
A Coyoácan un día llegué
De Coyoacán me enamoré
A Coyoacán no olvidaré
De Coyoacán siempre seré.
(Profuso suspiro).
(Lento fade).
Y sin embargo, nada de esto, a mi parecer, justifica un millón de visitas. El morbo desmedido, los ataques en tropel. Coyoacán Joe podrá ser el videoclip más teto jamás visto, pero, ¿tomarse el tiempo para hacer un montaje titulado “La muerte de Coyoacán Joe” en que pasa un coche y lo arrolla? Eso no es ocio. Eso es saña. Y creo que parte de la clave está en la malicia. Y el problema es de Joe: nomás no la tiene. Es un discapacitado, un minusválido de la malicia. El tipo y su video son de un candor tan absoluto, de un naive tan acojonante, que irritan hasta la médula.
Coyocán es aventura
Coyoacán es diversión
Coyacán es la familia
Coyoacán mi religión
Pero el candor no basta por sí solo. Si así fuera, Blancanieves, Cenicienta y todas sus amigas descerebradas no hubieran llegado ni a la esquina y Bob Esponja no sería un hit. ¿Entonces? Mi amiga Susana, que sabe mucho de cultura y psicología populares, me explicaba que lo que entendemos por kitsch surge de una aproximación específica de la clase media frente a ciertas manifestaciones culturales. Por ejemplo, no son los mismos motivos por los que un grupo de estudiantes de la Ibero van a las luchas o escuchan a Paquita la del Barrio, a los motivos de la clase baja. Los estudiantes de la Ibero lo toman como una cosa “folklórica”, “locohona”, “divertida”; la clase baja se lo toma en serio. La aproximación de la clase media lleva impuesta una distancia, un “ese no soy yo”, y en esa distancia va implícito un sentido de ironía.
Con Coyoacán Joe, a la clase media le es imposible hacer esa división porque el tipo ES esa clase media. Habla de cosas y lugares que nos son cotidianas (todos hemos ido a pasear a Coyoacán algún domingo de nuestra vida, y no como experimento “kitsch”, sino por el auténtico atractivo de los helados y los esquites). Y el cuate lo hace además ensalzando ese cotidiano con una devoción absoluta, con total seriedad y con una enervante carencia de sentido del humor. Con este video es imposible poner la distancia de lo folklórico; no hay ironía, no hay doble mensaje. Es tan literal y tan burdo (además de mafufo), que lo que genera es aversión. La risa es provocada por la vergüenza. Ajena y propia. El placer no viene de presenciar la desgracia ajena, sino del desahogo de poder burlarnos de otro que nos está retratando a nosotros mismos con humor involuntario.
Y sin embargo, no es el desentrañe ocioso de Coyoacán Joe el fin último de esta entrada. O no el único.
Decidí ponerme a pensar en estas tonterías hace dos sábados en casa de Lalo. Estábamos en una sesión, justamente, de repaso kitsch en You Tube. Desfilaron La Tigresa del Oriente, La Secretaria de Daniela Romo, Don Diablo y el Niño Predicador. Un festín. Y de pronto recordamos: ¡Coyoacán Joe! Lo tuvimos que googlear porque el video original, por razones obvias, ya no está en You Tube. Luego de verlo y relamernos los bigotes de schadenfraude una vez más, hallamos de repente otro link: “Coyoacán Joe betado en TV Azteca”. ¿A ver, ponle…?
Resulta que el chico, a partir del mentado video, fue invitado a un programucho de aspirantes a cantantes llamado “Quién tiene estrella”. El pobrecito salió con una coreografía ensayadísma y energética total con saltos, derrapes por el suelo, juegos con el micrófono y “venga esas palmas”. Por supuesto desafinaba un poco (se conoce que el muchacho no tiene demasiada experiencia cantando en vivo). Y la canción que interpretó fue… sí señores: “Coyoacán”. Lo cierto es que no iba mal, el público ahí lo iba medio siguiendo, sonriendo y palmeando. Pero de repente comenzó a sonar una alarma espantosa indicando que el performance había terminado. A continuación, Joe se vio bombardeado por un trío de infelices que se hacen llamar “jueces” y que no tenían ninguna intención salvo hacerlo pedazos. Y que además estaban ahí, claramente, con esa consigna. El primero que habló tuvo el morro de arrancar su discurso refiriéndose a las visitas del video de Coyoacán Joe en Internet. “Cuando el público se vuelve audiencia, cuando se piensa que algo es bueno porque lo ve mucha gente, hay un problema de calidad”. Y lo dice en TV Azteca, ni más ni menos. Qué jeta. Y luego arremete, con una displicencia y una soberbia más ensayadas que la propia coreografía: “Usted no es un artista. No tiene talento”. A continuación siguen los otros dos, una mujer que lo critica por no saber microfonear cuando ella de milagro no babea, y por último un gordito que sale en programas de chismes y que también le tira a matar con una serie de “observaciones” gratuitas y plagadas de mala leche de las que ya no me acuerdo porque para ese momento yo ya tenía el hígado en la tiroides. Para exacerbar la humillación, tienen todo el tiempo al chaval A CUADRO, con la pantalla partida, para ver qué caras pone mientras los “jueces” lo mancillan. La historia detrás de las cámaras está bien clara. Alguien le pasó el video al productor con la millonada de visitas y de comentarios sardónicos y maléficos y pensaron: “Imagínate el rating, cabrón”. Sé que no he venido expresándome lo que se dice bonito de este hombre los últimos párrafos. Pero no es lo mismo el soliloquio de un espectador formulando una opinión o una mentada (como lo hicieron todos los que destazaron el video en su día), que URDIR la humillación pública de una persona para anunciar más pan Bimbo. En otras palabras, una cosa es ser ojete y otra cosa es caer bajo.
¿Por qué pudieron hacerlo? ¿Porque este tipo está loco por hacerse cantante y famoso? Tal vez. ¿Porque es un don nadie? También. Pero sólo en parte. Retomando la idea de la distancia, de la ironía, aquí se manifiesta el otro lado de la moneda: si hubiera sido un chavillo de clase baja, por más grotesco y “viboreable” que fuera su espectáculo callejero, no se hubieran metido con él. Pudieron hacerlo con el Coyoacán freak, justamente, porque sintieron que tenían derecho sobre él como un “igual”.
Más de uno ha de estar pensando, “bueno, pero también él qué idiota, ¿para qué se mete ahí? ¿De veras pensaba que lo iban a lanzar al estrellato?” En mi opinión, se metió por la misma razón que recibió todos los ganchos y patadas de este trío con un amago patético de sonrisa y se fue de ahí diciendo que “él confía en Dios” y “de todo aprende”. Por el mismo motivo que hizo su videíto ensalzando a Coyoacán como si fuera la panacea del universo. Por lo mismo que en una mini-entrevista (también de internet) sale diciendo que Warner ya le ofreció grabar un disco. Porque, lo dicho: el pobre tipo no tiene malicia. Porque no se entera. Porque está a merced y no tiene cabida en este podrido mundo y lo único que tiene a su favor es que no tiene idea de dónde está metido.
Yo le digo hoy a Coyoacán Joe: Tú síguele, compadre. Que te valga madres. Tú síguele cantando a la Conchita, a las ardillas y las ratas aladas en el kiosco. O a tu hermanita o a Chayanne, o a quien tú quieras. Para gustos se han hecho colores, y cada quién decide a qué gusto le pone coreografía. Celebro tu entusiasmo y tu sentido de pertenencia. Y si quieres ser cantante, pues tú dale. Siempre habrá quien lo haga peor, ahí tienes a Milly Vanilly y a Enrique Iglesias. Y si un día me topo contigo en Coyoacán, así te lo diré: No me gusta tu video. No me gusta para nada. Pero este blog te saluda. De corazón.