lunes, 29 de septiembre de 2008
Intriga Piadosa
Sor Ramona y Sor Basilia son hermanas. Ante Dios y también ante los hombres, aunque ellas no lo saben. Ambas nacieron del mismo padre, Don Benigno Caraguapa, el panadero de Pepinillo de Mochabragueta, pueblo inmundo pero famoso por sus cuchillos para desmembrar pollos. Don Benigno era el hombre mejor parecido de la comarca y sus alrededores, y las mujeres se peleaban por pasar unas horas retozando con él en el catre que tenía detrás de los hornos. Eso sí, Benigno era miope como un murciélago. Este fue el único atributo que le heredó a sus hijas Ramona y Basilia, y probablemente la razón de haber tenido un romance con sus madres. Y no porque fueran feas, las madres (no las madres, sus madres), sino porque eran siamesas, situación que podría desencajar a cualquier perverso poco sofisticado, como lo era Benigno. Cuando los padres de las madres de las hermanas se enteraron de que sus hijas estaban simultáneamente embarazadas de Benigno Caraguapa, se armó la debacle. De profundas convicciones religiosas, concebían aquel embarazo simultáneo como urdido por el mismísimo demonio. Acudieron con toda clase de comadronas, hechiceros y medicuchos locales para detener el asunto (o mejor dicho los asuntos), pero todos se negaban a meter mano en aquel… en aquellos cuerpos tocados por el pecado. De impíos y relapsos no los bajaban, y los echaban de las posadas con insultos e improperios extendidos al burro en que viajaban. Entonces, ya por ahí del quinto pueblo visitado, un hombre al fin se mostró empático, asertivo y eficientemente proactivo con aquellos padres desesperados y propuso una solución: separar a las siamesas. “¡Pero si nos han dicho que es imposible!” “¡Nuestro Señor nos las envió así! ¡Es nuestra cruz y hemos de sobrellevarla!” “¡Sería asqueroso!” Pero no se podía negar que el hombre contaba con un imponente instrumental. Después de todo, era carnicero. Los padres de las siamesas lo echaron a suertes, y ganó la voluntad del Señor. Dejaron a sus hijas en manos del carnicero, y se regresaron a Pepinillo de Mochabragueta tan rápido como el burro se los permitió.
La verdad es que la operación, dentro de todo, fue un éxito. Una siamesa quedó con tres orejas y la otra con un solo ojo, pero nada más grave que eso. La recuperación de las hermanas (o sea, de sus madres), fue casi tan lenta como la propia gestación. El carnicero se pasaba los días y las noches poniéndoles chuletas en la frente, recosiendo sus heridas maltrechas y cortándoles las uñas de los pies. Pero por cada hombre de buena voluntad, hay una horda de fariseos hambrientos de chisme y escarnio. Y para ese momento, los cuchicheos en el pueblo se habían aguzado a niveles alarmantes. Rumoraban en los mercados, los prostíbulos y las peluquerías que el carnicero tenía a dos mujeres amordazadas en su trastienda y sólo las alimentaba con grasa de cerdo y agua del grifo. Otros decían que las secuestradas eran dos hijas suyas que jamás habían visto la luz del día y el carnicero las torturaba con chuletazos en la cara y programas malos de la radio. Cuando al fin se supo la cuádruple verdad que se escondía tras las paredes de la carnicería, la gente exclamaba por las calles: “¡Es el signo del fin! “¡Son los cuatro jinetes del Apocalipsis!” “¡Corre por dos kilos de bistec antes de que cierren!”. El escándalo llegó lejos, lejísimos… tan lejos como Pepinillo de Mochabragueta, donde el padre de las muchachas fue linchado por negligente y su madre ni se enteró. (Estaba en el catre con Benigno el panadero.)
La otra mitad del gentío escandalizado aguardó paciente hasta la semana 38 de gestación para arremeter justo en el momento climático. Así, en el preciso instante que las hermanas siamesas estaban dando a luz, la multitud prendió fuego a la carnicería. Las hermanas no podían ni levantarse (entre otras cosas porque cada una tenía sólo una pierna.) Pero felizmente el cura del pueblo, que estaba atendiendo el parto, logró salir por la puerta trasera con las dos niñas recién nacidas. Tosiendo y cubierto de hollín y restos de placenta, a la salida el cura se topó con la madre Perpetua, que pasaba por casualidad. “¡Madre!”, le dijo, “¡tome usted a una de estas criaturas y llévela lejos de aquí!” “Pero, ¿por qué razón, padre?”, espetó la religiosa. “Porque ninguna debe saber el terrible sino que las trajo a este mundo. Y si están juntas, a una de ellas se le saldrá.” Convencida, la madre Perpetua tomó en brazos a una de las hermanas, y se alejó en la penumbra de la noche...
(Continuará…)
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