martes, 26 de mayo de 2009

Regresé a vivir a México después de un año en el extranjero este 24 de abril.

POR ENRIQUE LOMNITZ

Las llamadas advirtiéndome de la pandemia porcina me empezaron a llegar el mismo día de mi partida. Siendo poco hipocondriaco y generalmente optimista, las llamadas me parecieron desde el principio ignorables y exageradas. Lo que sentía era emoción. Emoción por volver a México y porque había, la noche anterior, empezado un enlace romántico con una chica que siempre me pareció un sol. Fue un hermoso día de verano en Nueva York y estaba tendido con mis amigos en una gran roca en el parque, absorbiendo el calor como lagartijas y viendo sus varias caras, preguntándome cuando las volvería a ver. Cuando mi papá me dijo en voz seria que tuviera cuidado, que usara tapabocas, que me lavara las manos y no usara el metro, me pareció irritante su cuidado, y le ofrecí algunas promesas de mala gana con el fin de terminar con el tema y pasar a otro mas divertido. Así fue mi introducción al virus de la influenza porcina.

Cuando llegué al DF esa noche el aeropuerto estaba casi vacío. Volando por el segundo piso del periferico tuve tiempo de pensar en lo agradable que estaba la ciudad vacía, y ese mismo día se me presento una oportunidad que por nada quería perder... ir a instalar un biodigestor a una granja de puercos en Guanajuato.

Se que la fiebre no se acontagia por puercos, pero me pareció divertido pasarme el inicio del brote entre ellos, o mas bien entre ellas, pues se trataba de una granja lechonera con unas grandes marranas de 150 kilos amamantando a sus rosados y adorables lechoncitos. Aparte de los tapabocas que me encaraban en las tienditas y en las calles, la epidemia paso a un plano secundario. Mas en nuestra mente era la tarea por delante... hacer de la caca de las puercas una energía renovable. Y para mi eso resultaba mucho mas agarrador que la posibilidad remota de contraer una gripa animal..

A las puercas las tienen en unas macabras jaulitas en las cuales no pueden ni darse la vuelta, y que les permiten solo una posible actividad: berrear cuando se acerca el muchacho con su cubeta de alimento para bajarles el hambre y distraerlas de su aburrimiento. Estando entre ellas pensaba en treblinka, en la crueldad de la vida, en la desalmada eficiencia del sistema, en el vegetarianismo... pero mas que nada pensaba en el digestor y en mi joven carrera como diseñador ecológico. Cuando terminábamos de trabajar, después de largos días bajo el sol brutal del Bajío, íbamos directamente a zamparnos unos tacos al pastor, y no podía más que pensar en los pobres puercos cuyos ricos restos fueron a dar a mi plato. ¿como no me molestaba más? lo suficiente al menos como para pedir cualquier otra cosa, unos nopales, o al menos un taco de res.... "lo más importante es tu salud y la de tu familia" me informó un póster de la secretaría de salud. Que enjambre de valores y pensamientos. Al dedicarme a trabajos de ecología me gustaría pensar que mi motivación es principalmente un desinteresado amor por la naturaleza, una empatía con los pobres bichos que aplastamos con nuestros coches y un amor a los bosques, selvas , manglares y desiertos que fragmentamos y contaminamos con nuestro egoísta crecimiento. ¿como es que en el pánico a la influenza no oigo a nadie hablar del mal trato que le damos a los chanchos que incubaron al virus este? Pero no parece hacer mucha diferencia, aun cuando hay conversación. Después de todo, yo tampoco me negué el breve placer de comérmelos con piña. No se si concluir que en el fondo, somos bastante egoístas. Dicen que el tapabocas solo sirve realmente para proteger a los otros de uno, y no al reves.. Sabrá eso la gente que se lo puso tan diligentemente todos esos días? ¿Lo harían si lo supieran? Supongo que probablemente no. Al fin de cuentas, es bastante incomodo traer esta telita pegada a la cara. Quizás no importe mucho nada de eso. La naturaleza es dura y la libertad del sufrimiento no esta incluida en ninguna garantía. Por eso creo que no tendremos mucho fundamento para quejarnos si la próxima vez que venga una epidemia, no nos trata tan bien. Ésta de la fiebre porcina la viví mas como un sabroso buffet de días sin trafico.

Aeropuertos para pegasos

POR EDUARDO LÓPEZ

En el grupo hay un compañero al que le está yendo bien en su trabajo; es gerente de recursos humanos; acaba de estrenar coche, es bien parecido y joven aún, con muchos años de sobriedad. Cualquiera diría que es un hombre totalmente en posesión del tan alabado "sano juicio" del que nos habla nuestro 2° paso ("llegamos al convencimiento de que un Poder Superior podría devolvernos el sano juicio"). Este amigo llegó con un cubreboca de tipo casero que le tapaba de ojos a garganta y de oreja a oreja, grueso y con fuertes cintas aplanadas, manifestando que las medidas sanitarias impuestas eran dignas de tomarse en cuenta ya para siempre y que desde ese día deberíamos no permitir le estancia en una reunión a cualquiera que tosiera o estornudara o manifestara el menor indicio de cuadro catarral.

Pronto se dio cuenta de que no se le tomaba en serio; yo incluso le hice ver (apoyándome en el estilo humorístico de tu blog) que el peligro no era tanto una tosida en la cara sino el asalto por un mesero desesperado y que era mucho más confiable un taxista sin guantes que uno con guantes asquerosos y que era más saludable respirar libremente que a través de un cubrebocas húmedo y lleno de mocos. Entonces adoptó una conducta fundamentalista en otras áreas de la actividad grupal que me hicieron sospechar que el miedo animal es tan peligroso inocularlo como tratar de quitarlo con ironía a un enfermo mental. Y digo enfermo mental porque en él observé el caso tipo de un ingeniero paranóico que me pusieron en un exámen de la clínica de psiquiatría que era un sujeto culto, encantador y juicioso hasta que se hablaba de aeropuertos, aviones o similares, pues traía entre manos un gran proyecto de construcción de aeropuertos para pegasos.

En la casa de recuperación el único momento de miedo fue cuando en sala "O" tuvieron un acatarrado a quien los cuidadores le hacían aparecer altas temperaturas calentando el termómetro en un foco, ya fuera por la simple broma o con la esperanza de que se desocupara la casa.

En mi centro de trabajo lo único que hubo es que no hubo nada, ni pacientes ni ruidos ni telefonazos, ni risas ni nada de nada. Tan poco trabajo y dinero que ahora ya me gusta el borlote. Aprendí que un buen brote de influenza manejado en México vacuna eficazmente contra la intolerancia hacia el prójimo.