La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos,
ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces
para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.
…
La caridad es humillante porque se ejerce
verticalmente y desde arriba; la solidaridad es horizontal e implica respeto
mutuo.
Eduardo
Galeano
Voy a jugar al abogado del diablo.
Hace rato venía caminando de regreso a casa después de comer rico y
pensaba que no debería ser tan injusta al criticar tanto al PRI y al PAN y afirmar
con vehemencia que ni loca votaría por alguno de los dos. Al desdeñar todo lo
que me huela a conservadurismo y a política neoliberal. Debería reconocer al
menos el hecho de que llevo más de 30 años existiendo en el mundo, durante ese
tiempo ellos y sólo ellos han ocupado el poder ejecutivo de mi país, y en esos
años he sido una persona bastante feliz.
El primer presidente que recuerdo es López Portillo. Desde que
tengo memoria, el PRI siempre tuvo en mi imaginario una connotación negativa.
En mi casa, mis padres siempre votaron por el PAN. Ambos venían de familias de
españoles asentados en México. Pero siempre ganaba el PRI y al final, en el ir
y venir de lo cotidiano, nada se afectaba significativamente. Yo pude estudiar en
colegios privados (aunque siempre lo hice becada; también en la universidad).
No tenía mucho dinero para gastar así que empecé a trabajar desde que estaba
estudiando, pero tenía un coche propio para transportarme (aunque se
descomponía a cada rato), salía bastante y a veces viajaba.
En el año 2000, cuando el sueño de alternancia política de mis
padres se cumplió y Fox llegó a vivir a Los Pinos, yo pude irme a estudiar a
España y volver tres años después a un país que me esperaba con los brazos
abiertos. De inmediato retomé mi trabajo y no me ha faltado desde entonces. En
los doce años de panismo en el poder, mientras que en el resto del país han
estado pasando cosas horribles que incluyen desprendimientos de cabezas y
despojo de derechos, lo cierto es que todos los “míos” han estado bien. Con
chamba, con atención médica, con vacaciones.
¿Por qué diablos, entonces, tengo tantas ganas de que las cosas
cambien?
Lo pienso en estos términos y puedo entender muy bien a la gente
que conozco que todavía considera al PAN como la opción y la diferencia en
México. Tengo varios amigos así y aunque me desesperan, puedo entender el carril
de pensamiento de una generación cuyos padres afirman y están convencidos de
que ya estamos en alternancia, ¿para
qué moverle? Así estamos bien, así deberíamos quedarnos. Y ante eso, hay poco
que argumentar.
Lo que voy a intentar a continuación es explicar por qué yo NO creo que
deberíamos contentarnos con quedarnos como estamos. Y podría resumirlo en una
sola frase:
Los que ya estamos bien, podríamos estar mejor. Y podrían empezar a
estar bien todos los que están de la chingada.
Y es que lo primero que hay que reconocer, aunque nos choque y nos cale, es eso: hay muchos, demasiados, que están de la
chingada. Que viven mal. Y no sé ustedes, pero yo no vivo tranquila ni contenta
sabiendo eso, y me cuesta bastante ignorarlo. Pero no por culpas
judeocristianas (que todavía las tengo, no lo niego), sino porque me pudre la
idea de que parte del fruto económico de mi esfuerzo y mi creatividad, es decir
los impuestos que pago, se usen para que se compre unos aretes el esbirro
infernal de Elba Esther, y no en el sueldo de un maestro que podría estar
enseñándole algo valioso a un chavito que se tarda horas en llegar a la escuela
porque no hay pavimento por donde vive, si es que va a la escuela.
Una vez escuché una analogía que me ayudó a dimensionar el abismo:
En la Ciudad de México hay cerca de dos millones de automóviles. Piensen en que
todos esos coches en la calle al mismo tiempo. Todas las avenidas, arterias,
anillos periféricos, repletos, en hora pico; piensen en ese río interminable de
láminas coloreadas. Bueno. Además del terror ambiental, resulta que eso es sólo
el 10% de la gente que vive en esta ciudad. El 90% restante también está ahí, aunque
no la veamos. Está bajo la tierra, en el metro, en camiones y microbuses,
trasladándose ida y vuelta de barrios tan insondables, habitados por millones,
hormigueros de lámina como Ciudad Netzahualcóyotl.
Eli, la enfermera que nos ayudaba a cuidar a mi mamá, se tardaba
tres horas para llegar a trabajar, y otras tres para volver a su casa. Y ella pudo
capacitarse, tenía un oficio y una chamba. Ahora piensen en ese 90%
trasladándose pero para pararse todo el día en un semáforo para vender
cualquier cosa; levantándose de madrugada para preparar comida para vender
afuera de una escuela o un hospital, para arriesgar el pellejo en una
construcción, o para abrir el puesto en la calle o la cortina de un negocio que
malamente subsiste con la competencia feroz de las franquicias y lo foráneo.
Esos son los que no tienen transporte
propio. Pero entre los que sí, entre ese “selectivo” 10%, tampoco me parece muy
afortunado ni atractivo pasarse dos horas engullido en el tráfico para ir y otras dos para
volver de un trabajo enajenante y odioso, y luego regresar a casa a ver la tele y
contentarse con un sueldo que da para pagarse una renta, una que otra vacación…
y la letra de un estúpido coche.
No queremos darnos cuenta. En México son muy poquitos los que viven
bien. Realmente bien. Con trabajos
redituables, con tranquilidad, con planes. Mucho, mucho, muy poquitos. Recuerdo
que mi amiga Karina, que lleva años trabajando en el medio editorial, y que es
la persona más administrada que conozco, me decía “no es posible que lleve
trabajando tantos años, partiéndome la madre, ser una profesionista respetada
en mi gremio, y que no haya forma de hacerme de un techo propio bajo el cual yo
y mi hija podamos vivir”. Hay que ver esto también: los que estamos “bien” en México,
estamos bastante por debajo comparados con el nivel de vida de nuestro mismo
escaño social en otros lugares.
Se habla mucho de las diferencias insondables en este país y cuando
lo hacemos siempre pensamos en niños desnutridos en el campo comiendo maíz duro
y bebiendo agua contaminada. Y sí. Y eso es bochornoso y es inconcebible. Pero viviendo
con cinco mil pesos para mantener a cuatro o para mantenerse uno, también se
vive bastante mal. Y aún así, hay mucha gente que no quiere que eso cambie
porque teme quedarse ni con cinco ni con dos ni con un peso. Nos han hecho
creer, han tenido el descaro de repetirnos hasta el cansancio, que eso es lo
que va a pasar si nos arriesgamos a apostarle a otra cosa, machacándonos el
mensaje entre programas de concursos y anuncios de detergente. Sepultándonos en
un conformismo disfrazado de comodidad, y de miedo disfrazado de sensatez.
Aunque mis amigos me molesten, la verdad es que no soy tan “roja”.
Si he ido dos veces a Cuba no ha sido con ningún afán de escrutinio sociológico
y si viera a Fidel seguramente no lo felicitaría (aunque sí disfruté la
ausencia de marcas y de publicidad). Pero sí es cierto que leí a Marx y a
Engels en la universidad, coño. Y a muchos pensadores libres y sesudos que me
movieron tuercas por dentro, que me volvieron liberal contra todo pronóstico, y
que hicieron que hoy algo dentro de mí se ponga a hervir cuando alguien sugiere
que la gente está jodida “porque quiere” y que “todos tienen las mismas
oportunidades pero no las aprovechan” y barbaridades así. Son la clase de
frases que dice gente que se rehúsa a admitir que el único bien real, es el
bien de todos. No hay vuelta de hoja. Y que aferrándose a su
cachito de tierra, de hueso o de poder, tampoco ellos se están haciendo ningún
favor. Porque al aceptar la forma actual de funcionar y ser en el mundo,
también están aceptando que alguien, siempre, los esté pisoteando a ellos,
aunque no quieran darse cuenta.
Esto es de puro sentido común.
El PAN no va a acabar con estos abismos ni con este vivir mal,
aunque se viva más o menos. Vaya, ni siquiera lo va a mitigar. Porque la
política económica bajo la cual opera es exactamente la misma que tiene al
mundo sumido en la jodidez. El discurso capitalista, neoliberal, de economía de
mercado, en la cual los números suenan muy impresionantes en lo macro, es el
mismo discurso bajo el cual el 90% de los habitantes de esta ciudad andan a pie
y los demás le deben al banco. Se les llena la boca diciendo que mientras en el
resto del mundo hay crisis económica, aquí no. Pues no. ¡Porque la ha habido
siempre! Es como decirle al niño que por lo menos él sí tiene una pierna y un
brazo, no como su hermanito que no tiene piernas ni brazos, y esperar que el
niño se alegre muchísimo.
Sí hay peor ciego que el que no quiere ver: el ciego que cree que sí ve, cuando no ve ni madre.
De esa clase de ceguera se desprenden todos los males y los
lastres sociales que se nos ocurran. Desde el desempleo y la migración hasta la
deserción escolar y el que haya chavitos de 14 años convirtiéndose en sicarios
que matan por tres mil pesos. Es el
mismo régimen, rojiverde o blanquiazul, o del color que cada país bautice a su lamebotismo
monopólico disfrazado de democracia, que tiene los mares y la atmósfera hechos
una porquería. El mismo que nos va a dejar sin agua que beber. Pero en serio.
En México, es el régimen de la bochornosa falta de cultura, que no
necesariamente tiene que ver con falta de educación. El sopor generalizado que
nos vuelve incapaces de emitir crítica política real. Que nos hace decir que
vamos a votar por Josefina porque qué cotorra, porque ataca en los debates, y
sobre todo, porque no tiene pene (hasta donde sabemos). Aunque todo lo que hace
y dice suene a comprado y vendido, a cartón y a botox y a holgazanería, porque
esa señora ni siquiera se presentaba a trabajar al Congreso (aunque seguro sí
tiene coche). Al PRI ya ni lo meto en esta discusión, al igual que mis padres
no lo hacían. Porque México parece un parque de diversiones desde que tenemos a
Peña Nieto de enemigo común. Pero esta elección no se trata sólo de que no
vuelva el PRI. Se trata, aunque no lo parezca, de algo bastante más importante
que eso.
México pide a gritos una política social. Tenemos, al menos, que intentarlo.
El otro día en el debate oficial, el pelmazo anaranjado de Peña ensalzaba el
crecimiento de Brasil sin meditar –porque es tan ignorante que seguro ni lo
sabe- que esto es a resultas del gobierno social de Lula da Silva. Lo malo es
que Andrés Manuel tampoco se la supo agarrar al vuelo y la tenía en bandeja. En
fin.
¿Por qué les crispa tanto a algunos que un tipo con experiencia
política, con jale popular, sin transas comprobables, sugiera repartir mejor
los recursos de este país? ¿Por qué lo desdeñan tan rabiosamente? ¿Sólo porque
les cae mal? ¿Porque un día se enojó porque perdió? ¿En serio es por eso? ¿Y si
les digo que existe un testimonio de Luis Carlos Ugalde afirmando que sí hubo
fraude en el 2006, de todas formas lo van a descartar? ¿Aunque tenga un
gabinete de primera y un afán auténtico de que esto jale parejo y bien?
Hay que decirlo de una vez. Somos tan centralistas y tan ignorantes
que Andrés Manuel nos saca de onda porque habla despacito, con un acento raro,
comiéndose las “eses”. Y es que resulta que el señor es tabasqueño, ¿qué le
vamos a hacer? El otro día le suplicaba a otra amiga que oyera lo que estaba diciendo el Peje en
el debate, que le hiciera caso al fondo y no a la forma. Porque además de sus
propuestas, este hombre habla desde sí, desde un discurso propio, interiorizado
y no memorizado, y eso es muy agradecible en un panorama electoral con tantos
dictados, tantas muletillas y tantos misiles oportunistas.
En resumen, amigos anti-Amlos:
No estoy tan idiota como para darle mi voto a un tipo que amenace
con quitarme el pequeño patrimonio que poco a poco he construido; ni loca
votaría por un tipo que se cree el mesías, aunque Calderón piense que como jefe
máximo del ejército puede doblegar casi él solito a los delincuentes más
poderosos del país, ¡todos con armas cortesía de los Estados Unidos, qué curioso!,
pero con los gringos que financian nuestra guerra y se fuman nuestra marihuana no
se mete el presidente, no vaya a ser… ¿Votaría por un candidato que descarta
tajantemente la legalización de las drogas, el aborto y la unión y adopción de
niños entre personas del mismo sexo? Jamás. Por uno que pondera considerarlo en
un país eminentemente conservador, lo haría. Sobre todo cuando tiene el
respaldo de Marcelo Ebrard. ¿Votaría por un tipo enojado, indignado, que
pataleó y paralizó una avenida principal porque no estuvo de acuerdo con que arrollaran
y arrasaran con la voluntad de millones de personas? Sin duda. Porque sólo con
indignación profunda se remueven las aguas con suficiente fuerza como para
volverse correoso, y decidido a no permitir que la gente de este país viva en un
perpetuo despojo.
Y se las va a ver negras. Este país está profundamente herido y Andrés
Manuel va a ser criticado y desacreditado en cada paso que dé. Lo único que me
tranquiliza es que últimamente parece que los ciudadanos estamos un poquito más
espabilados y comunicados. Y al final, de eso se trata todo. No de lo que haga
un solo hombre, sino de millones de personas haciendo lo propio y exigiendo, en
esa misma medida, que el tipo que administra las cosas de todos, lo haga igual
de bien que los demás.
Hace unos meses en la Habana platicábamos con un taxista sobre el
comunismo y el socialismo. Y de pronto dijo una de las cosas más sabias que he
escuchado: El primer aeroplano no logró volar. El segundo y el tercero,
tampoco. Imaginen lo que hubiera pasado si hubiéramos desechado la idea de
volar y ahí se hubiera quedado el intento. Qué tragedia, ¿no? No sé ustedes,
pero yo creo que la idea del comunismo... esto de que todo sea de todos, no era
tan mala. Porque al fin y al cabo así es. Todo es de todos. ¿O saben de alguien ya haya
comprado el título de propiedad de la Tierra?