miércoles, 20 de junio de 2012

Es por sentido común


La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.


La caridad es humillante porque se ejerce verticalmente y desde arriba; la solidaridad es horizontal e implica respeto mutuo.

Eduardo Galeano

Voy a jugar al abogado del diablo.

Hace rato venía caminando de regreso a casa después de comer rico y pensaba que no debería ser tan injusta al criticar tanto al PRI y al PAN y afirmar con vehemencia que ni loca votaría por alguno de los dos. Al desdeñar todo lo que me huela a conservadurismo y a política neoliberal. Debería reconocer al menos el hecho de que llevo más de 30 años existiendo en el mundo, durante ese tiempo ellos y sólo ellos han ocupado el poder ejecutivo de mi país, y en esos años he sido una persona bastante feliz.

El primer presidente que recuerdo es López Portillo. Desde que tengo memoria, el PRI siempre tuvo en mi imaginario una connotación negativa. En mi casa, mis padres siempre votaron por el PAN. Ambos venían de familias de españoles asentados en México. Pero siempre ganaba el PRI y al final, en el ir y venir de lo cotidiano, nada se afectaba significativamente. Yo pude estudiar en colegios privados (aunque siempre lo hice becada; también en la universidad). No tenía mucho dinero para gastar así que empecé a trabajar desde que estaba estudiando, pero tenía un coche propio para transportarme (aunque se descomponía a cada rato), salía bastante y a veces viajaba.

En el año 2000, cuando el sueño de alternancia política de mis padres se cumplió y Fox llegó a vivir a Los Pinos, yo pude irme a estudiar a España y volver tres años después a un país que me esperaba con los brazos abiertos. De inmediato retomé mi trabajo y no me ha faltado desde entonces. En los doce años de panismo en el poder, mientras que en el resto del país han estado pasando cosas horribles que incluyen desprendimientos de cabezas y despojo de derechos, lo cierto es que todos los “míos” han estado bien. Con chamba, con atención médica, con vacaciones.

¿Por qué diablos, entonces, tengo tantas ganas de que las cosas cambien?

Lo pienso en estos términos y puedo entender muy bien a la gente que conozco que todavía considera al PAN como la opción y la diferencia en México. Tengo varios amigos así y aunque me desesperan, puedo entender el carril de pensamiento de una generación cuyos padres afirman y están convencidos de que ya estamos en alternancia, ¿para qué moverle? Así estamos bien, así deberíamos quedarnos. Y ante eso, hay poco que argumentar.

Lo que voy a intentar a continuación es explicar por qué yo NO creo que deberíamos contentarnos con quedarnos como estamos. Y podría resumirlo en una sola frase:

Los que ya estamos bien, podríamos estar mejor. Y podrían empezar a estar bien todos los que están de la chingada.

Y es que lo primero que hay que reconocer, aunque nos choque y nos cale, es eso: hay muchos, demasiados, que están de la chingada. Que viven mal. Y no sé ustedes, pero yo no vivo tranquila ni contenta sabiendo eso, y me cuesta bastante ignorarlo. Pero no por culpas judeocristianas (que todavía las tengo, no lo niego), sino porque me pudre la idea de que parte del fruto económico de mi esfuerzo y mi creatividad, es decir los impuestos que pago, se usen para que se compre unos aretes el esbirro infernal de Elba Esther, y no en el sueldo de un maestro que podría estar enseñándole algo valioso a un chavito que se tarda horas en llegar a la escuela porque no hay pavimento por donde vive, si es que va a la escuela.

Una vez escuché una analogía que me ayudó a dimensionar el abismo: En la Ciudad de México hay cerca de dos millones de automóviles. Piensen en que todos esos coches en la calle al mismo tiempo. Todas las avenidas, arterias, anillos periféricos, repletos, en hora pico; piensen en ese río interminable de láminas coloreadas. Bueno. Además del terror ambiental, resulta que eso es sólo el 10% de la gente que vive en esta ciudad. El 90% restante también está ahí, aunque no la veamos. Está bajo la tierra, en el metro, en camiones y microbuses, trasladándose ida y vuelta de barrios tan insondables, habitados por millones, hormigueros de lámina como Ciudad Netzahualcóyotl.  

Eli, la enfermera que nos ayudaba a cuidar a mi mamá, se tardaba tres horas para llegar a trabajar, y otras tres para volver a su casa. Y ella pudo capacitarse, tenía un oficio y una chamba. Ahora piensen en ese 90% trasladándose pero para pararse todo el día en un semáforo para vender cualquier cosa; levantándose de madrugada para preparar comida para vender afuera de una escuela o un hospital, para arriesgar el pellejo en una construcción, o para abrir el puesto en la calle o la cortina de un negocio que malamente subsiste con la competencia feroz de las franquicias y lo foráneo. Esos son los que no tienen transporte propio. Pero entre los que sí, entre ese “selectivo” 10%, tampoco me parece muy afortunado ni atractivo pasarse dos horas engullido en el tráfico para ir y otras dos para volver de un trabajo enajenante y odioso, y luego regresar a casa a ver la tele y contentarse con un sueldo que da para pagarse una renta, una que otra vacación… y la letra de un estúpido coche.

No queremos darnos cuenta. En México son muy poquitos los que viven bien. Realmente bien. Con trabajos redituables, con tranquilidad, con planes. Mucho, mucho, muy poquitos. Recuerdo que mi amiga Karina, que lleva años trabajando en el medio editorial, y que es la persona más administrada que conozco, me decía “no es posible que lleve trabajando tantos años, partiéndome la madre, ser una profesionista respetada en mi gremio, y que no haya forma de hacerme de un techo propio bajo el cual yo y mi hija podamos vivir”. Hay que ver esto también: los que estamos “bien” en México, estamos bastante por debajo comparados con el nivel de vida de nuestro mismo escaño social en otros lugares.

Se habla mucho de las diferencias insondables en este país y cuando lo hacemos siempre pensamos en niños desnutridos en el campo comiendo maíz duro y bebiendo agua contaminada. Y sí. Y eso es bochornoso y es inconcebible. Pero viviendo con cinco mil pesos para mantener a cuatro o para mantenerse uno, también se vive bastante mal. Y aún así, hay mucha gente que no quiere que eso cambie porque teme quedarse ni con cinco ni con dos ni con un peso. Nos han hecho creer, han tenido el descaro de repetirnos hasta el cansancio, que eso es lo que va a pasar si nos arriesgamos a apostarle a otra cosa, machacándonos el mensaje entre programas de concursos y anuncios de detergente. Sepultándonos en un conformismo disfrazado de comodidad, y de miedo disfrazado de sensatez.

Aunque mis amigos me molesten, la verdad es que no soy tan “roja”. Si he ido dos veces a Cuba no ha sido con ningún afán de escrutinio sociológico y si viera a Fidel seguramente no lo felicitaría (aunque sí disfruté la ausencia de marcas y de publicidad). Pero sí es cierto que leí a Marx y a Engels en la universidad, coño. Y a muchos pensadores libres y sesudos que me movieron tuercas por dentro, que me volvieron liberal contra todo pronóstico, y que hicieron que hoy algo dentro de mí se ponga a hervir cuando alguien sugiere que la gente está jodida “porque quiere” y que “todos tienen las mismas oportunidades pero no las aprovechan” y barbaridades así. Son la clase de frases que dice gente que se rehúsa a admitir que el único bien real, es el bien de todos. No hay vuelta de hoja. Y que aferrándose a su cachito de tierra, de hueso o de poder, tampoco ellos se están haciendo ningún favor. Porque al aceptar la forma actual de funcionar y ser en el mundo, también están aceptando que alguien, siempre, los esté pisoteando a ellos, aunque no quieran darse cuenta.

Esto es de puro sentido común.

El PAN no va a acabar con estos abismos ni con este vivir mal, aunque se viva más o menos. Vaya, ni siquiera lo va a mitigar. Porque la política económica bajo la cual opera es exactamente la misma que tiene al mundo sumido en la jodidez. El discurso capitalista, neoliberal, de economía de mercado, en la cual los números suenan muy impresionantes en lo macro, es el mismo discurso bajo el cual el 90% de los habitantes de esta ciudad andan a pie y los demás le deben al banco. Se les llena la boca diciendo que mientras en el resto del mundo hay crisis económica, aquí no. Pues no. ¡Porque la ha habido siempre! Es como decirle al niño que por lo menos él sí tiene una pierna y un brazo, no como su hermanito que no tiene piernas ni brazos, y esperar que el niño se alegre muchísimo.

Sí hay peor ciego que el que no quiere ver: el ciego que cree que ve, cuando no ve ni madre. 

De esa clase de ceguera se desprenden todos los males y los lastres sociales que se nos ocurran. Desde el desempleo y la migración hasta la deserción escolar y el que haya chavitos de 14 años convirtiéndose en sicarios que matan por tres mil pesos.  Es el mismo régimen, rojiverde o blanquiazul, o del color que cada país bautice a su lamebotismo monopólico disfrazado de democracia, que tiene los mares y la atmósfera hechos una porquería. El mismo que nos va a dejar sin agua que beber. Pero en serio.

En México, es el régimen de la bochornosa falta de cultura, que no necesariamente tiene que ver con falta de educación. El sopor generalizado que nos vuelve incapaces de emitir crítica política real. Que nos hace decir que vamos a votar por Josefina porque qué cotorra, porque ataca en los debates, y sobre todo, porque no tiene pene (hasta donde sabemos). Aunque todo lo que hace y dice suene a comprado y vendido, a cartón y a botox y a holgazanería, porque esa señora ni siquiera se presentaba a trabajar al Congreso (aunque seguro sí tiene coche). Al PRI ya ni lo meto en esta discusión, al igual que mis padres no lo hacían. Porque México parece un parque de diversiones desde que tenemos a Peña Nieto de enemigo común. Pero esta elección no se trata sólo de que no vuelva el PRI. Se trata, aunque no lo parezca, de algo bastante más importante que eso.

México pide a gritos una política social. Tenemos, al menos, que intentarlo. El otro día en el debate oficial, el pelmazo anaranjado de Peña ensalzaba el crecimiento de Brasil sin meditar –porque es tan ignorante que seguro ni lo sabe- que esto es a resultas del gobierno social de Lula da Silva. Lo malo es que Andrés Manuel tampoco se la supo agarrar al vuelo y la tenía en bandeja. En fin.

¿Por qué les crispa tanto a algunos que un tipo con experiencia política, con jale popular, sin transas comprobables, sugiera repartir mejor los recursos de este país? ¿Por qué lo desdeñan tan rabiosamente? ¿Sólo porque les cae mal? ¿Porque un día se enojó porque perdió? ¿En serio es por eso? ¿Y si les digo que existe un testimonio de Luis Carlos Ugalde afirmando que sí hubo fraude en el 2006, de todas formas lo van a descartar? ¿Aunque tenga un gabinete de primera y un afán auténtico de que esto jale parejo y bien?

Hay que decirlo de una vez. Somos tan centralistas y tan ignorantes que Andrés Manuel nos saca de onda porque habla despacito, con un acento raro, comiéndose las “eses”. Y es que resulta que el señor es tabasqueño, ¿qué le vamos a hacer? El otro día le suplicaba a otra amiga que oyera lo que estaba diciendo el Peje en el debate, que le hiciera caso al fondo y no a la forma. Porque además de sus propuestas, este hombre habla desde sí, desde un discurso propio, interiorizado y no memorizado, y eso es muy agradecible en un panorama electoral con tantos dictados, tantas muletillas y tantos misiles oportunistas.

En resumen, amigos anti-Amlos:

No estoy tan idiota como para darle mi voto a un tipo que amenace con quitarme el pequeño patrimonio que poco a poco he construido; ni loca votaría por un tipo que se cree el mesías, aunque Calderón piense que como jefe máximo del ejército puede doblegar casi él solito a los delincuentes más poderosos del país, ¡todos con armas cortesía de los Estados Unidos, qué curioso!, pero con los gringos que financian nuestra guerra y se fuman nuestra marihuana no se mete el presidente, no vaya a ser… ¿Votaría por un candidato que descarta tajantemente la legalización de las drogas, el aborto y la unión y adopción de niños entre personas del mismo sexo? Jamás. Por uno que pondera considerarlo en un país eminentemente conservador, lo haría. Sobre todo cuando tiene el respaldo de Marcelo Ebrard. ¿Votaría por un tipo enojado, indignado, que pataleó y paralizó una avenida principal porque no estuvo de acuerdo con que arrollaran y arrasaran con la voluntad de millones de personas? Sin duda. Porque sólo con indignación profunda se remueven las aguas con suficiente fuerza como para volverse correoso, y decidido a no permitir que la gente de este país viva en un perpetuo despojo.

Y se las va a ver negras. Este país está profundamente herido y Andrés Manuel va a ser criticado y desacreditado en cada paso que dé. Lo único que me tranquiliza es que últimamente parece que los ciudadanos estamos un poquito más espabilados y comunicados. Y al final, de eso se trata todo. No de lo que haga un solo hombre, sino de millones de personas haciendo lo propio y exigiendo, en esa misma medida, que el tipo que administra las cosas de todos, lo haga igual de bien que los demás.  

Hace unos meses en la Habana platicábamos con un taxista sobre el comunismo y el socialismo. Y de pronto dijo una de las cosas más sabias que he escuchado: El primer aeroplano no logró volar. El segundo y el tercero, tampoco. Imaginen lo que hubiera pasado si hubiéramos desechado la idea de volar y ahí se hubiera quedado el intento. Qué tragedia, ¿no? No sé ustedes, pero yo creo que la idea del comunismo... esto de que todo sea de todos, no era tan mala. Porque al fin y al cabo así es.  Todo es de todos. ¿O saben de alguien ya haya comprado el título de propiedad de la Tierra?