domingo, 17 de agosto de 2008

Al calor de varias antorchas



El lunes pasado me eché un maratón de juegos olímpicos. Las ocho horas que tuve prendida la televisión, tuve suerte con dos cosas: la primera fue comprobar que Cablevisión tiene comentaristas igual de malos que los de la televisión abierta, pero se mesura con la comedia y los comerciales; la segunda fue seguir despierta para ver los clavados sincronizados femeniles, donde Tatiana Ortiz y Paola Espinosa ganaron tercer lugar, bronce y única medalla para la federación mexicana hasta ahora, con sus trajes de baño rosados. 
Con Tatiana y con Paola y con los gimnastas artísticos, los boxeadores, las levantadoras de pesas y las nadadoras que desfilaron por la pantalla de mi televisor, mi habitáculo de 50 metros cuadrados se desbordó con ocho horas de interjecciones (aaah, oooooh, aaaauch, grrrrr…) Y es que lo que es capaz de hacer el cuerpo humano es fascinante. 

Hace un par de días mi cuñado me platicaba de la rutina y de la dieta de Michael Phelps. Ese hombre se levanta, desayuna, nada, nada, nada, nada, come, duerme, nada, nada, nada, nada, nada y se duerme. Duerme 14 horas al día. Para no subir de peso, un terrícola común y corriente debe ingerir entre 2,500 y 3,000 calorías al día. Michael Phelps tiene que consumir 12,000. Algo así como tres cajas de Zucaritas, nomás para desayunar. Habrá para quienes dormir, atiborrarse de calorías y pasársela en el agua pueda sonar sumamente atractivo. Pero aún después de ver las proezas de Phelps y sus manotazos triunfales en el agua en cámara lenta una y otra vez a lo largo de estos días, después de mucho mediarlo, he concluido que no sé qué sería peor: que un hijo me saliera cura, o que me saliera atleta. 

Como a casi todas las chicas, siempre me ha gustado mucho la gimnasia “artística”. Pero el otro día me cayó gorda. Hay que ver a esas niñitas chinas que no tienen más de diez años pero dizque tienen dieciséis (porque así debieran tenerlos para competir), alzando los brazos y la patita como robotines y lanzándole a los jueces sonrisitas a lo Chucky; o las pobres rumanas, llorando porque cayeron imperceptiblemente chuecas después de dar cuarenta vueltas pródigas en el aire. Y a todas las tienen ahí desde los cuatro años, en jornadas inhumanas de entrenamiento, quedándose chaparras y con unos cuerpos espantosos. Alonso decía que le daba flojera ver la gimnasia porque siempre es igual, siempre hacen lo mismo. De repente me di cuenta que tiene razón. Es como si cada cuatro años uno se sentara a ver la misma interpretación de “La flauta mágica” o de “La cucaracha”, a ver a quién le sale mejor. Y es así con la gimnasia y con todo lo demás. El atletismo a veces se siente como el conjunto de proezas humanas menos creativo y más monótono que existe, con la única posible novedad de que alguien llegue a tocar “La Cuaracha” más rápido. No quiero ser quitarrisas. Ya lo he dicho: ver el cuerpo humano al límite de sus capacidades físicas siempre es emocionante, siempre es un espectáculo. Es asombroso ver que los récords insuperables siguen superándose, como recientemente lo ha hecho el señor de las 12,000 calorías y las ocho medallas doradas en una semana. Y es más asombroso todavía pensar en todo el esfuerzo y abnegación que llevan detrás. Pero sólo hay una cosa peor que escuchar la misma melodía cada cuatro años, y eso es verles el sonsonete a ciertos atletas en la cara. Algunos lloran, algunos suspiran y aprietan los dientes, sí. Pero he visto muchos otros que a la hora de recibir una medalla, tienen la expresión de estar recibiendo un boleto de estacionamiento. Como si fuesen perritos de Pavlov, parecieran sólo responder al sonido del silbato y a la marca del cronómetro; como si su masa corporal se hubiera tragado completitas sus pulsiones y sus pasiones. 

El atleta mexicano se salva de eso. Supongamos que hay uno al que le gusta mucho nadar, pero vive en Vallejo y no tiene coche. Tiene que levantarse a las cinco de la mañana, desayunar lo mejor que pueda, y agarrar un pesero que lo deje en el metro, línea roja. De ahí transbordar a la línea verde, que lo deje en División del Norte, y de ahí agarrar otro pesero que lo lleve a la alberca olímpica. Para cuando llega ya le dio hambre, así que se echa una torta y un Boing. Cinco horas después y sin siesta, se está desvielando, necesita calorías, así que se echa dos memelas y una coca light. Y luego se tiene que ir a estudiar, porque está haciendo la secundaria abierta. Pero antes pasa a ver a su novia que vive en la Industrial, donde se come un bote de palomitas y dos Bubulubus viendo “Azul profundo”, y luego se queda hasta las 12 echando novio profundamente en la puerta. Con cuatro horas de sueño y grasas saturadas de pasión, no se puede ser Phelps. 
México ha ganado pocas medallas olímpicas. Bueno, ocupamos el vigésimo primer lugar en el medallero mundial de paralímpicos (que no está mal, podríamos estar en el cuarentavo.) Pero sin el “para”, la de oro más reciente sucedió hace ya ocho años en Sydney, cuando una mujer muy fuerte y muy fea de nombre Soraya Jiménez, lo hizo mejor que sus competidoras en Halterofilia, o el amor por levantar muchísimo peso. El presidente la llamó por teléfono (aquí los presidentes siempre llaman a cualquier atleta que pase del cuarto lugar en algo), y en la prensa la llamaban, entre muchos otros apelativos gloriosos, “la heroína de México”. Más que detestar la faramalla, la verdad es que yo siento muy poco amor por el levantamiento de cualquier cosa pesada. Pero tengo que admitir que, viniendo de un país cuya infraestructura para producir soldados del Olimpo es irrisoria, lo de esta mujer sí fue de aplaudirse. Y lo mejor fue que, a diferencia de otros, a ella no tuvimos que verla después en ningún comercial. 

Al mismo tiempo que Tatiana y Paola saltaban del trampolín de diez metros, en un cuadrante de arena traída de muy lejos, otras dos mexicanas, Bibiana Candelas y Mayra García, competían en voleyball “de playa”. La verdad no lo estaban haciendo nada mal; hasta las 3 a.m. que apagué la televisión, le estaban dando batalla a un par de griegas. Después de los gimnastas constreñidos, las levantadoras sufrientes, las nadadoras jetonas y las saltadoras ornamentadas, ver a estas mujeres fue como un oasis. Era inconcebible, pero estas chicas se lo estaban pasando bien. Se estaban divirtiendo. Corrían, se caían, se paraban, anotaban, se abrazaban, en los descansos tomaban buches de agua y parloteaban. Esto me llevó a una reflexión bastante estúpida, pero no hay nada que el atletismo tenga que hacer junto al deporte, junto al juego. El juego es impredecible, es azaroso, es pasional, tiene la virtud de la satisfacción presta, pronta, y mejor aún, compartida: si un compañero anota, los demás se alegran. Tal vez es por eso que deportes los hay todos los años, todo el tiempo. El deporte es generoso, el festejo es proporcional a la angustia, el goce es proporcional al esfuerzo. Cualquier choque de manos entre esas dos mexicanas fue más auténtico que todos los abracitos insulsos entre las gimnastas, y concentrado en una serie de instantes, me atrevo a pensar que más intenso que sus galardones. En resumen, Bibiana y Mayra no ganaron, pero estoy absolutamente convencida de que en su visita a China, se lo pasaron mejor que la mayoría. 

No tengo mucho más que decir sobre los juegos olímpicos de Beijing. La verdad, después de mi lunes maratónico no he visto demasiado, y tampoco estoy lo bastante enterada como para opinar sobre la contaminación, la sobrepoblación y las aseveraciones del Dalai Lama acerca de los chinos matando tibetanos en acción simultánea. No obstante, sí me gustaría apuntar un último malestar: ¿Por qué a la niñita que de veras cantaba la canción de la inauguración, la escondieron nada más porque estaba fea y pusieron a otra para que hiciera playback? ¿No que todo esto se trata de la tolerancia, de la apertura y de la amistad? Si no se hace algo pronto, a esa pobre niñita se le va a poner fea también el alma de puro resentimiento e inseguridad. Sugiero que le pasen el video de Soraya Jiménez en Sydney antes de que sea demasiado tarde. 

Por último, no dejen de ver esto. Es una propuesta alternativa a los juegos que yo no dudaría en apoyar. 

http://www.youtube.com/watch?v=M5X-9brvoq0

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No sé si Bibiana y Mayra se la pasaron mejor que la mayoría, ni si el "juego" sea realmente más satisfactorio que el atletismo. Pero independientemente del tipo de disciplina, lo que me parece inllevable es dedicar la vida entera a una sola cosa, y luego, como si no hubiera sido suficiente perderse de todo, en menos de un segundo poder perder -de paso- cualquier sentido de valía personal (especialmente a las edades de las gimnastas); o, de menos, el esfuerzo de cuatro años. Lo de errar es humano no aplica para los que llegan a tener una sola oportunidad de acertar. Le voy dos mil ocho veces más a los Bubulubus y el Boing. Y a la "necesidad" de las calorías sin el desgaste correspondiente.

Anónimo dijo...

¿A qué no se te ocurrió sentarte a ver un maratón de juegos paralímpicos? 10 medallas de oro para México, y eso que no gozan de patrocinadores ni tienen prometida la entrevista exclusiva. Sin lecciones, ni moralinas, hechos y ejemplos. Con esos casos, yo tiemblo más.