domingo, 26 de abril de 2009

Buscando el contagio

Desde hace dos días he venido librando una suerte de resistencia pasiva. No pongo la tele, no escucho la radio, me niego a buscar en Internet más información que la que me proveen mis Personas Cercanas y sus Médicos de Confianza a través de sus prudentes correos. Y es que con la epidemia ésta me pasa lo mismo que con las películas de terror. No puedo verlas porque me sugestiono. El viernes bastaron cinco minutos del noticiero de López Dóriga para que al primer estornudo estuviera yo absolutamente segura que el virus de los porcinos mutantes me había poseído. Al día siguiente (ayer), me espanté las paranoias deambulando buena parte de la tarde en un centro comercial (sin tapabocas) y luego comprando plantas y decorando macetas para la casa.

Hacía muchísimos años que en este país no ocurría algo así. Tal vez desde el terremoto de 1985, en México no había sucedido algo decididamente masivo, categóricamente compartido. Algo que a todos por igual alarmase, movilizase y/o encerrase. Algo que durante todo el día y en todas partes se hablara, y que marcara tan claras divisiones en la población: los que usan el coche y los que viajan en transporte público; los que van a la escuela y los que no van; los que salen a la calle y los que no salen; los que abrieron sus comercios y los que bajaron las cortinas; los que llevan tapabocas y los que no; los que fueron a la farmacia y los que pidieron la vitamina C por teléfono, los que tienen escurrimientos, tos y fiebre y los que no tienen. Pero lo más sorprendente de todo es la diversidad de miradas en torno al mismo fenómeno.

Las redes sociales, por ejemplo, operan como una especie de cocido balsámico trivializándolo todo con chistes, ocurrencias y frases como la siguiente: “no me voy a morir de influenza, me voy a morir de claustrofobia”.
Hay otros que se ponen declaradamente catastróficos. Anoche mi amiga Karina procedió a darme el resumen de las noticias que tanto me había esmerado en no ver, por teléfono. Que si los partidos de fútbol y las funciones de teatro, canceladas; que si los cines cerrados, que si tres nuevos casos de infección en Estados Unidos, que si los muertos, que si los vivos, que si miembros del ejército buscando gente que escurra mocos en el aeropuerto. Con todo esto a mí ya me estaba temblando el párpado derecho, pero cuando la escuché afirmar que pensaba ir al supermercado para abastecerse de leche en polvo, agua, conservas y compresas para tres meses, amenacé con colgarle el teléfono. Entonces Karina hizo una confesión. Dijo que además de sus tendencias apocalípticas, a ella todo esto le provocaba una extraña adrenalina. Como si se le activara un mecanismo natural y milenario de alerta. Luego se puso a decir que visto fríamente, seguimos a merced de la naturaleza y sus caprichos selectivos. Que esto siempre ha sido una guerra. Que nada nos garantiza que un virus extraño no pueda venir a arrasar con todo de un día para el otro. “¿Qué pasa si lo siguiente que se suspende en México son las labores?”, sugirió, como relamiéndose los bigotes de cromagnon, “eso significaría el colapso del sistema económico...” Y no dijo que también significaría el principio del fin del mundo como lo conocemos porque en ese instante amenacé con colgarle el teléfono por segunda vez.

Hay quienes se lo toman con prudencia. Como mi hermana Dunia, quien desdeña la postura amarillista de los medios y comprende y acata con mucha tranquilidad las medidas de contingencia y prevención, como cosa necesaria y pasajera.

Lo cierto es que, se mire desde donde se mire, todo esto es una mentada de madre. A lo mejor no para muchos niños y universitarios que hasta el 6 de mayo se encuentran oficialmente de vacaciones. Pero sí para quienes todo esto es un recordatorio, como una bofetada, de nuestra palmaria fragilidad. Y no hablo en el sentido corporal y somático. Hablo de la manera en que de repente puede echarse de menos la cotidianidad. No es extraño que la gente se ponga a teclear desaforadamente haciendo chistes sobre el Fin de los Tiempos Originado en México (¡al fin los primeros en algo!) y la “influencia” de Jack Bauer que al final nos salvará. Y es que es demasiado sórdido sentarse a pensar que los despertadores, los congestionamientos viales, las horas muertas en la chamba, las odiosas idas al banco, todos los actos rutinarios, las pequeñas cosas que damos por sentado, están en realidad completamente fuera de nuestras manos. Como cuando uno choca o se vacía el café encima del teclado, lo mismo. La sensación es que la vida puede trastocarse en cualquier momento. Sólo que esta vez, en coro nacional.

Muchas medidas preventivas se han enunciado para esta turbulencia sanitaria, pero ninguna para mitigar la angustia que la acompaña. Yo he encontrado que, además de huir de la cobertura mediática, me viene bien aferrarme a cualquier asomo de rutina que perciba a mi alrededor. La esquina donde vivo es sumamente terapéutica porque hay un permanente olor a café, tránsito de coches, música callejera, voces y risas: contactos con la liviandad, con el orden cotidiano de las cosas. La otra medida de contingencia es, claro está, tomárselo con humor… Antes de cancelarse por el día de hoy todas las misas en el Distrito Federal (con absolución para faltar a la Sagrada Eucaristía), las instrucciones eran las siguientes: asista a la iglesia con tapabocas, reciba la comunión en las manos, y NO SE DE EL SALUDO DE PAZ.

Hermanos, hagamos caso al mandato del Señor. Tirémonos los besitos, estornudemos pa dentro, y contagiémonos mientras tanto de toda la levedad de la que seamos capaces, hasta que la paz nos vuelva a encontrar.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Maravilloso hija!, ¡magnífico!. ¿cómo le hago para enviárselo a todos mis amigos? (si les doy los datos de tu blog me temo que no lo busquen pues como están temblando se les va a hacer mucho el tener que teclear tanta hache y tes y pe y puntos y diagonales y no sé que más).

De veras Anaí: una vez más te volaste la barda.

Estoy orgulloso de ser tu papá (siempre dice "anónimo" porque no le sé bien..)

Hebe dijo...

Amigo, además de ágil con la pluma, cada vez estás más sabia.

hebe dijo...

Amigo, además de ágil con la pluma, cada vez estás más sabia. Salud.

Anando dijo...

Jane
Simplemente grande!
Muy humano y tan personal que se vuelve universal- aquello que todos pensamos y ni siquiera nos atrevemos a expresanoslo...
Gracias!