martes, 26 de mayo de 2009

Aeropuertos para pegasos

POR EDUARDO LÓPEZ

En el grupo hay un compañero al que le está yendo bien en su trabajo; es gerente de recursos humanos; acaba de estrenar coche, es bien parecido y joven aún, con muchos años de sobriedad. Cualquiera diría que es un hombre totalmente en posesión del tan alabado "sano juicio" del que nos habla nuestro 2° paso ("llegamos al convencimiento de que un Poder Superior podría devolvernos el sano juicio"). Este amigo llegó con un cubreboca de tipo casero que le tapaba de ojos a garganta y de oreja a oreja, grueso y con fuertes cintas aplanadas, manifestando que las medidas sanitarias impuestas eran dignas de tomarse en cuenta ya para siempre y que desde ese día deberíamos no permitir le estancia en una reunión a cualquiera que tosiera o estornudara o manifestara el menor indicio de cuadro catarral.

Pronto se dio cuenta de que no se le tomaba en serio; yo incluso le hice ver (apoyándome en el estilo humorístico de tu blog) que el peligro no era tanto una tosida en la cara sino el asalto por un mesero desesperado y que era mucho más confiable un taxista sin guantes que uno con guantes asquerosos y que era más saludable respirar libremente que a través de un cubrebocas húmedo y lleno de mocos. Entonces adoptó una conducta fundamentalista en otras áreas de la actividad grupal que me hicieron sospechar que el miedo animal es tan peligroso inocularlo como tratar de quitarlo con ironía a un enfermo mental. Y digo enfermo mental porque en él observé el caso tipo de un ingeniero paranóico que me pusieron en un exámen de la clínica de psiquiatría que era un sujeto culto, encantador y juicioso hasta que se hablaba de aeropuertos, aviones o similares, pues traía entre manos un gran proyecto de construcción de aeropuertos para pegasos.

En la casa de recuperación el único momento de miedo fue cuando en sala "O" tuvieron un acatarrado a quien los cuidadores le hacían aparecer altas temperaturas calentando el termómetro en un foco, ya fuera por la simple broma o con la esperanza de que se desocupara la casa.

En mi centro de trabajo lo único que hubo es que no hubo nada, ni pacientes ni ruidos ni telefonazos, ni risas ni nada de nada. Tan poco trabajo y dinero que ahora ya me gusta el borlote. Aprendí que un buen brote de influenza manejado en México vacuna eficazmente contra la intolerancia hacia el prójimo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No cabe duda: estos fenómenos sacan el cobre de cualquiera. En lugar de psiquiatras, deberían soltar virus para que todos mostráramos nuestro verdadero yo.

Papá. dijo...

Hija linda:
Te agradezco que lo hayas publicado.
Eres a todo dar.
Ya sabes cuantísimo te quiero.
Papá.