...Y quisiera parecerme a ella en más de una cosa.
Mina explora con avidez cada rincón y cada cosa que le llama la
atención. Es de veras impresionante la curiosidad que tienen estos bichos. Y el impulso
de satisfacer esa curiosidad. Aunque sea con algo ya visto y explorado, como la
primera repisa del refrigerador...
Es cautelosa. Siempre se aproxima a las cosas con increíble
detenimiento, con pausa, y con todos los sentidos despiertos. Una vez que tiene
controlado el espacio, se lanza hacia su objetivo (pelota, juguete, mano humana en movimiento), como si no hubiera mañana. Con
una decisión irrevocable.
Me fascina -como fascina en general con los felinos- su
agilidad, su elasticidad, su rapidez y su destreza. Pero más que eso, su forma de recorrer
todos los espacios transitados como de memoria. Yo paso junto al sillón y sé
que lo estoy rodeando para no pegarme e irme de narices. Es como un acto
siempre consciente, nunca es automático. Los gatos no hacen eso. Para los
gatos, una vez que dominan el territorio, simplemente no hay sillón.
Viven como en una combinación de la Matrix y haciendo parcour.
Me gusta cómo caza Mina. Cómo extiende los brazos, saca las uñas y atrae hacia sí su presa, sometiéndola. Lo que me sabe mal es que tenga que hacerlo con especies tan desafortunadas como un calcetín o un ratón de felpa. A veces de veras me parece una pena que con todas esas habilidades, viva en un departamento.
Sus patas mezcla de rana, pollo y conejo, según la posición.
Me encanta cómo se limpia solita con su lengua rugosa, pero sobre todo disfruto
bañarla. Lo hemos hecho dos veces. Al principio se resiste pero luego sucumbe a su destino y se deja enjabonar, secar el pelo y toda la cosa. Verla mojada es lo más chistoso jamás.
Sus ojos. Me sorprendió saber que los gatos tienen dos párpados,
uno cierra como párpado humano y el otro verticalmente; es así por protección.
Y esas pupilas que se dilatan como platos o se ciñen como
cuchillas... a veces de veras creo que los gatos son extraterrestres. Cuando Mina era
bebé (hace apenas dos meses), le cambiaban los ojos de color. A ratos eran
azules, otros grises y finalmente se le quedaron verdes. Son enormes y
destellan en la oscuridad.
Se asoma al excusado esperando encontrar la respuesta de algún
misterio insondable.
Todo es capaz de sorprenderla.
Me gusta cómo oye la moto de Andrés y en un segundo está
ya en la puerta, esperando verlo entrar.
Es previsora. Siempre deja algo de comida en el plato. Siempre. Como en un
“por si acaso algo falla en el orden del mundo y yo necesito una reserva para
no morir de hambre”.
Es un animal increíblemente doméstico y a la vez salvaje. Yo no lo sabía, pero sus bigotes tienen sensores y puede ver en la oscuridad.
Tiene prohibido subirse a las mesas (aunque seguramente cuando no estamos se da con todo). Pero es muy chistoso sentarse a comer, ver cómo se acerca, sube una pata... otra... como midiendo hasta dónde puede llegar. Cuando al fin le dices que no, de todas formas se queda ahí, con la punta de una pata y la esquina de un bigote.
Andrés no me cree, pero yo estoy segura de que lo entiende todo.
Adora la leche y el yogurt por sobre todas las cosas. Hará lo que sea por una probada.
Nunca, jamás, está en un lugar o haciendo una cosa que no quiere
hacer. Y lo que sea que esté haciendo, lo hace con toda su gatunidad. O caza, o come, o
duerme, o explora, o te observa. Pero lo que sea, lo hace con total concentración y completud. Está
sumergida en su presente.
Duerme todo lo que quiere.
Se hace cargo de sus necesidades. Va solita al baño y
entierra su popó. Eso me parece alucinante y muy agradecible.
Sabe escoger el lugar ideal para estar a gusto. A
veces es en el quicio de la ventana, donde chismorrea lo que ocurre
en el cubo del edificio vecino; tiene cuatro sillones a su disposición y los usa todos, pero no cambia por nada el rincón preciso en el suelo junto a mi escritorio, donde pega mejor el sol por las tardes.
A los gatos no hay que interpretarlos, son bastante claros en sus intenciones y no se andan con huevadas. Pupilas dilatadas, orejas y cola gachas... cuidado. En cambio el ronroneo es señal inequívoca de un estar placentero.
Por las mañanas Mina ronronea tanto que parece camión de ruta cien. A veces se sube a la cama y se duerme la última hora haciendo compañía. Es el momento del día en que mejor se deja acariciar.
Mina es una seductora nata. La dejamos con mi amiga Kramis una semana para ir de vacaciones y ya no me la quería regresar. También cuando me vio por primera vez, en la explanada del
auditorio Nacional, midiendo lo mismo que la palma de mi mano, Mina se me subió al regazo
como si me conociera de siempre y ronroneó la mitad del camino a casa en coche. Creo que
hacerse querible es su modo de protegerse y garantizar su supervivencia. Nació
en un ambiente hostil y entre puro hermanito, tal vez sea por eso. Pronto
comprendió que sus encantos eran una poderosa herramienta. Otra manera de interpretarlo es que simplemente
es un gato cariñoso, sociable, que reparte su amor por el mundo. Lo más seguro
es que sea una mezcla de ambas, como sucede con casi todo.
Es un hecho que le gusta estar cerca de la gente. Nos sigue por toda
la casa. Al baño. A la cocina. A donde la dejes y cuanto te muevas. Ella va
detrás. Aunque esté en su rollo, atenta a sus cosas, siempre quiere estar en el chisme humano.
Le gusta arañar y morder, traemos las manos como santo cristo, pero nunca lastima de más. Distingue perfectamente cuándo se trata de un juego.
Despierta mis instintos más primarios. Lo mismo puede provocarme
una ternura de sentir que voy a explotar, que ganas de matarla. Harry, mi
perro, nunca me encendió esa ambivalencia. Mina se duerme panza arriba en mi
regazo y me la quiero comer a besos, pero me clava las uñas en las piernas y la
quiero ahorcar y lanzar lo más lejos de mi presencia. Eso de pronto saca de
onda. Pero luego hasta agradeces reconocer que puedes albergar ese espectro tan
amplio de sentimientos y comprobar que no es grave, que no pasa nada. Hasta eso
enseñan los gatos.
Tal vez no trae el periódico o las pantuflas. A lo mejor
no exige afecto con la vehemencia de un perrito ni te hace saber su amor con
tanta claridad. Pero creo que si un bicho es capaz de
despertar estos niveles de amor, es que es un bicho muy amoroso a su manera.
Y por si fuera poco, está así o más bonita...
(Foto cortesía de Kramis :)
2 comentarios:
Yo siempre fuí gatuno, si bien los perros también me enamoran, nunca encontré una cosa bien especial en ellos y que sí está en los gatos: un extraño misterio. Ese los mantiene al margen, de lejos, para que uno lo descubra, ese les da independencia y ese extraño aire de superioridad que a algunos nos les gusta, a mi sí. Con Mina me pregunto qué hace cuando no estamos, si de verdad lo sabe todo o si es todo lo contrario. Ese misterio me hace suponerle la mayor de las inteligencias, cuando quizá, lo que extraña sea su admirable simplicidad.... en fin, cosas que nos pasan con los gatos...
Hasta ahora entiendo lo que un gatito te puede hacer sentir, Mina es lo máximo del mundo mundial. Ahora hasta aparto tiempo para irla a visitar y cuando nos vimos fue como si fuéramos grandes amigas de hace mucho. Se ganó mi cariño para siempre :) (Kramis)
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